¿A quién le importa el PIB?
La situación de la economía chilena, con un virtual estancamiento durante los últimos años, marca la discusión pública y en periodos preelectorales resulta un arma arrojadiza, que en general golpea más al Gobierno que a la oposición. Puesto que más allá de las interpretaciones que se le puedan dar a los fenómenos económicos, en la evolución de esta variable está comprometido el bienestar de la población.
En este contexto, contamos con dos variables clave, cuyo comportamiento determina las políticas públicas con que se persigue mantener, o en lo posible, incrementar ese bienestar. Se trata del desempleo y la actividad económica, la que se mide con la variación del PIB. En el primer caso, el desempleo mide la cantidad de personas que deseándolo, no cuentan con un empleo. En el segundo, se trata de la variación del total de los bienes finales que se produce entre uno y otro periodo, medido a través de las transacciones formales realizadas.
Indudablemente ambas variables se encuentran estrechamente relacionadas. Para incrementar la producción, es necesario crear nuevos puestos de trabajo, lo que a su vez producen nuevos ingresos que estimulan la demanda y por tanto la producción. Hasta aquí pareciera no haber dificultades, sin embargo, no es claro que a estas alturas ambas dimensiones sigan informándonos adecuadamente respecto a la trayectoria del bienestar en la sociedad.
El PIB nace luego de la Gran depresión y fue creado por Simón Kuznets como una manera de medir el comportamiento de la economía. El caso es que en la actualidad existe un amplio consenso respecto a sus serias limitaciones, pero, en ausencia de un sustituto… Paradigmático es el caso de las catástrofes. Por ejemplo, si ocurre una catástrofe natural devastadora un 31 de diciembre, ello no afecta el PIB de ese año, mientras que el PIB del año siguiente estará fuertemente influenciado por las actividades motivadas por la reconstrucción. Así, podría terminar este último año con una variación importante de este indicador (PIB 2010 y 2011 en Chile), pero con la misma o una menor capacidad productiva y definitivamente con menos posibilidad de generar bienestar a las personas.
Otro elemento. Como el PIB mide la producción y para ello utiliza las transacciones formales, es decir, aquellas que están documentadas o que se presumen a partir de coeficientes fijos, existe una amplia proporción de actividades económicas o de impacto en la economía que el modelo de contabilidad no registra. Más allá de la economía informal, de por sí significativa en diversas sociedades, se encuentra el trabajo doméstico. ¿Cómo contabilizar el aporte de una madre o padre al cuidar a un hijo/a pequeño/a y entregarle los fundamentos de la sociabilidad que después desarrollará desde la escuela hasta la adultez?
Cuando vemos el problema incorporando la distribución, ello se vuelve más grave. Una economía puede experimentar un crecimiento positivo del PIB por habitante fruto de una política de ajuste y austeridad fiscal draconiana, con la reorientación de la producción hacia las exportaciones, que provoca un incremento de la pobreza y un drástico deterioro del bienestar de la mayor parte de la sociedad (economía chilena en la segunda mitad de los años ’80).
Por si esto fuera poco, la innovación impone nuevos desafíos que no es claro que el PIB logre superar. ¿Cómo debemos registrar la adición de bienestar que se produce al comprar un CD en US$ 14 en Chile en comparación con pagar una mensualidad de US$ 8 a Spotify para escuchar toda la música ilimitadamente durante un mes? ¿En qué caso se agrega más bienestar?
Por último, ¿cómo entender las políticas públicas que están dispuestas a aceptar cierto deterioro del medioambiente y por tanto, destrucción de un capital social, con tal de promover determinadas inversiones en periodos de crisis y por esa vía incrementar el PIB?
El segundo macro indicador, es el desempleo. Las mediciones de esta variable provienen de la misma época y han buscado identificar una magnitud poblacional que no tiene un empleo, queriendo tenerlo. Las mediciones internacionalmente aceptadas utilizan un instrumento que registra toda adición de fuerza de trabajo a la producción, por eso la pregunta para determinar la calidad de ocupada de una persona, es si ha trabajado al menos una hora remuneradamente la semana anterior. Al tiempo que también persigue depurar la tasa de desempleo, eliminando a quienes no desean trabajar y por eso no tienen una ocupación, los inactivos. Para eso pregunta a los que no están trabajando, si han buscado trabajo en el último mes.
El efecto de esta metodología es una sobreestimación sistemática de los ocupados, incorporando en esa categoría personas que, debida a su precariedad laboral, no gozan del bienestar que provee la inserción laboral. Pero también provoca una subestimación sistemática de la desocupación, cuando no contempla en esa condición a los desocupados de larga duración que ya no realizan gestiones para buscar trabajo, sea por desánimo o por limitaciones económicas para hacerlo.
Por otra parte, distintos estudios nos presentan un panorama en que el mundo del trabajo enfrentará muy en el corto plazo un giro copernicano, resultado de la confluencia de avances en la microelectrónica, la robotización y la inteligencia artificial. Estos ámbitos de la innovación experimentan desarrollos inusitados fruto del abaratamiento de la energía resultado de otras innovaciones.
Todo lo anterior provoca que existan pocos empleos que estén a salvo de ser reemplazados por tecnología, excepto aquellos que poseen un fuerte sesgo en cuanto a una función creativa. En dicho escenario la demanda más importante para las políticas sociales, ya no se refiere a la promoción salarial o incluso a la mejora de la capacidad negociadora de los sindicatos frente al capital, sino a la creación de una Renta Básica Universal, en un mundo en que el trabajo se encuentra en vías de extinción. Hasta hace pocos años, cada innovación que reemplazaba trabajo humano por máquinas, abría otras áreas de actividad que suponían en términos agregados más empleo, en un mundo aún en expansión demográfica. Sin embargo, actualmente están provocando destrucción neta de puestos de trabajo. ¿Tiene sentido seguir orientando la política pública, incluso la que busca estimular la actividad, siguiendo la información que provee la tasa de desempleo?
Si no perdemos de vista que lo que nos interesa conocer es el comportamiento de la adición de bienestar que experimenta la sociedad, es hora que pensemos en nuevos instrumentales para representarnos la realidad. De lo contrario, estaremos diseñando la política pública a ciegas.
(*) Patricio Escobar, economista y director de la Escuela de Sociología de la U. Academia de Humanismo Cristiano