Autobiografía de cerámica en frío

Autobiografía de cerámica en frío

(*) Por Javiera Cienfuegos

Columna publicada en El Dínamo

“Estimada: para mañana enviar un paquete de cerámica en frío”, me percato a las diez de la noche al preparar la mochila de mi hija. De todas formas, si hubiese sabido a las seis tampoco habría logrado comprarla porque la niña no se quiso poner los guantes y tenía las manos frías y, a decir verdad, yo estaba agotada como para salir y apurada por llegar a mi casa. Así las cosas, te despiertas contracturada a las 6:30, le das pechuga a la niña que al año y medio todavía toma, pese a los comentarios de parientes, amigos y conocidos. Todos opinan, pero la que resuelve mis problemas cotidianos es la teta. Sí, lo sé, es un paso que tengo que dar, pero tengo que hacerlo con un compañero: mi compañero, mi marido, que justo está de viaje. Sombrero para las mamás solteras que lo han logrado por sí mismas.

Desayuno, muda, vestirla, vestirse, los dientes en una lucha campal: porque hay que generar hábitos. ¡Y me olvidé de la cerámica en frío! Menos mal que tienes un supermercado cerca y el efectivo a la mano, es cosa de minutos. Dejas a tu hija en el jardín. Entras al supermercado y te das cuenta de que también te faltaba detergente, unos colados de repuesto, porque aunque te gustaría no siempre existe el tiempo para cocinarle a tu hija, ni siquiera a ti misma. “cerámica en frío, cerámica en frío”, te repites mentalmente para no olvidar. Té, café, los indispensables. Chocolate para la ansiedad y pagar la luz, que no se puede por internet y además tu banco es pésimo en el servicio de pagos online. Sombrero para quienes pagan las cuentas haciendo colas y que atraviesan la ciudad para ir al trabajo. ¡y que más encima se acuerdan de la cerámica en frío!: sombrero para “ellas”, porque, para qué estamos con cosas, son las mujeres las que se encargan de esto.

Si no son las mamás, son las abuelas o las tías; las madrinas, hermanas mayores, las muchas madres sociales que hemos tenido, porque mi mamá trabajaba y me criaron cinco abuelas. Es cierto que hay cada vez más hombres que llevan a sus hijos al parque. Generalmente aparecen los sábados y domingos, lo cual me lleva a intuir que están disfrutando de su visita de fin de semana, porque más encima creen que pagando el jardín solucionan la vida de las mujeres que trabajan y llegan a bañar y dar comida, y a pelear con el pelo y los dientes: porque no creemos en nanas o, seamos sinceras, no nos alcanza para darles un sueldo que consideramos digno. No las tenemos, pero las anhelamos. Sombrero para las anuladas, divorciadas, separadas de facto.

Afortunadamente, encuentras a las mujeres perfectas, a esas que estudiaron cuatro años en la universidad para educar a las nuevas generaciones; las que se desgastan mudando, cantando, co-criando a tu hijo desde que tiene cinco meses y medio de vida, momento en el que volviste al trabajo: ¡cinco meses!. Te preguntas cómo es posible que la sociedad y el mercado no sean capaces de valorarlas y se vean obligadas a buscar ingresos complementarios como el que les ofrezco. Muchas de ellas también tienen sus propios hijos y deben acudir a otras mujeres para resolver el dilema del cuidado. Una cadena solidaria y perversa a la vez.

Llegaste a la casa con un peso inmenso de bolsas del supermercado. Por supuesto, no encontraste la cerámica en frío; la tía te dijo que estaba en cualquier “bolichito”, que era barata y fácil de encontrar. Desgraciadamente, los bolichitos son escasos hoy en día.

Ya que estás en el departamento y el reloj corre y corre, te pones a cocinar. Sí, porque es mejor que llegues a la oficina con el almuerzo y pasas en banda hasta las ocho o nueve de la noche. Así recuperas. Como no habrá almuerzo en casa hoy preparas para las dos y dejas su platito con la mesa puesta. Dejas también el mudador, pijama, pañales, cepillo de dientes, bañera y jabones a la mano. Hoy alcanzaste a cortarle las uñas de los pies, claramente mientras estabas dando pechuga. Sombrero para las mujeres que cocinan y sombrero para aquellas que dan colados sin culpas.

No nos olvidemos del antialérgico; porque mi hija no duerme bien por las noches y con el pediatra estamos evaluando soluciones. Por sugerencia de la educadora que la cuida y me prestó un libro de crianza, pedí una hora a un especialista, así aprovecho de ponerle también las vacunas de la hepatitis A (recordemos que hay un brote en Chile) y la de los 18 meses. No me alcanza el tiempo para ponérselas separadas, pero si le da fiebre aparte de sentirme culpable no voy a poder ir al trabajo, ni a las reuniones, ni a dar clases o escribir artículos. Ni siquiera podré leer el diario, lo cual en realidad ya casi no hago. Sombrero para las mujeres que tenemos FONASA, que compramos bonos en una carrera hípica a la hora de almuerzo. Sombrero para aquellas que llevan a sus hijos al “Chile crece contigo”, que retiran la vitaminas y la leche mes a mes en el consultorio en los horarios más absurdos para las trabajadoras.

Te gusta que tu hija tenga actividades, te gusta que la estimulen todo lo que sea necesario, pero por qué tanta responsabilidad en los papás, perdón: mamás. En parte debiera ser responsabilidad del mercado, personificado en el jardín infantil, el mismo que te cuesta $320.000 mensual y te pide todas las semanas cosas distintas –jabón, toallas de papel, pañuelos desechables, harina integral, queso, tomates, fotos familiares que debes ir a imprimir, disfraz de huasa talla 8 meses, gorro de carabinero que sólo encuentras en la calle Rosas y, claro, cerámica en frío -, el mismo que le paga una miseria a sus educadoras.

Siempre te habías preguntado por qué existe tanta resignación a pagar los montos estratosféricos de los colegios, los que después se repiten en la educación superior. La respuesta estaba en mis narices: porque desde que mi hija tiene cinco meses pago lo mismo que cuesta un programa de Doctorado, literalmente. Por ahora me lo paga la empresa, porque ella tiene menos de dos años. Luego va a depender de mis trabajos extras, haciendo clases en las noches, y de que las cuidadoras puedan, y de que sus madres puedan. Si no, nos vamos a un establecimiento de la JUNJI, con todos los estigmas que le circundan. Porque la ley está dando por sentado que entre los dos y los cuatro años nuestros hijos son cuidados y educados por otras mujeres, haciendo un paréntesis de responsabilidad.

Sombrero para las educadoras y técnicos de párvulos, sombrero para las manipuladoras de alimentos y las chicas del aseo. Todas mujeres y varias madres. Llegué justo cuando una de las tías estaba preparando la cerámica, todo a tiempo, misión cumplida. Estás sudada por la carrera, pero con los pies fríos.

Llegas al trabajo, afortunadamente tu horario es flexible. Son las 11:00 y ni siquiera has empezado, aunque no es tan tarde si te pones a pensar en todo lo que hiciste y que tienes el almuerzo en el bolsillo. Una colega que tiene tres hijos y varios nietos me mira y dice “yo lo sé, vienes del quinto round”, otra te dice que al parecer la maternidad te está costando mucho, que necesitas una nana. Como si la maternidad fuera fácil, como si hubiese una sola manera de vivirla, como si no quisieses una mano. Lo sabemos entre nosotras pero no lo decimos, ¿o será que no existe manera de transmitirlo?.

En una conferencia, un colega sostenía que los chilenos somos legalistas, que en gran medida en la esfera social los actos legítimos son aquellos que se encuentran amparados por la norma, por muy absurdos que parezcan. Me pregunto entonces por qué hemos dilatado tanto leyes y voluntades políticas que faciliten una mejor conciliación entre responsabilidades laborales y familiares, de mujeres y hombres. Porque de las leyes derivan las políticas y programas; derivan los postnatales más largos, los pagos de la totalidad de la educación preescolar por parte del empleador, la existencia de turnos en los consultorios, la extensión de los horarios para comprar bonos, las licencias porque sí: porque la necesito, la reducción de exigencias laborales por un periodo de transición, políticas de reconocimiento de patologías asociadas a la tenencia de hijos pequeños, así como su incorporación en el sistema GES, o alguna medida de gratuidad.

¿Por qué estamos conciliando a través de la salud de las mujeres?. De todas. Las de clase alta van a masajes, terapias con piedras y magnetos, o se hacen un espacio para botar la tensión en el gimnasio, eventualmente un personal trainer que va a la casa resulta más cómodo. Las mujeres de clase baja lo hacen a punta de fármacos. Las más valientes con “cuero de chancho” frente a los problemas musculares, de presión, de nutrición, el insomnio, el ánimo. A veces pierden un diente por falta de calcio, otras ganan una joroba, una diabetes o una frustración frente a algo que debiera ser lindo, como es tener un hijo. ¡Y es lindo!, es innegable lo lindo de descubrir el mundo junto a unos ojitos siempre brillosos al verte y ataques de risa colectivos. Es lindo, pero igualmente implica una tensión, la cual podría ser más llevadera y menos culposa.

Como es tan lindo muchos te preguntan por un segundo o tercer hijo. Ahí decides reducir jornada, interrumpir tu trayectoria laboral o trabajar incluso más allá de lo imaginable, para pagar más por más hijos. O bien, te quedas con uno, porque hay que ser muy valiente para dos y números sucesivos. A las que le tocan gemelos no sólo les doy sombrero sino que les levanto un altar. Trabajo en la universidad y tengo una hija de 18 meses. Todo vínculo con la realidad en este texto es mera coincidencia.

(*) Doctora en sociología Universidad Libre de Berlín. Docente de la Escuela de Sociología UAHC