Cambiar el mundo mediante la educación
Por Daniel Sánchez Brkic, psicólogo, académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central.
Resulta repetitivo mencionar la profunda importancia que tienen los docentes para el desarrollo de la sociedad. Las investigaciones en educación han dedicado infinidad de artículos, investigaciones, tesis de pre y post grado al respecto, pues no cabe duda que ellos son el eje desde donde se moviliza la sociedad.
Los docentes son siempre un conjunto de actores de significativa importancia a la hora de observar la realidad educativa. Aquí las miradas son también extensas, pudiendo indagarse en ciclos de desarrollo profesional, desarrollo vital, conocimiento experto, conocimiento pedagógico, habilidades personales, por ejemplo.
El problema se presenta indudablemente en la forma y calidad del trabajo de los docentes. Para ello basta revisar y disponerse a analizar las interminables reformas, ajustes, composiciones y mejoras de leyes, constitución, estatutos y cuanta iniciativa regula el mundo educativo.
Chile no ha estado ajeno a dichas miradas y la situación que vivimos actualmente en el movimiento de los docentes es una prueba más de ello. Los profesores deben ser evaluados y medidos en su trabajo -de esto no cabe duda-; la pregunta es más bien respecto del cómo deben ser medidos y evaluados.
Es necesaria la revisión de los desempeños toda vez que, por ejemplo, los resultados SIMCE que conocemos y prueba INICIA indican que el modelo no está funcionando. Diversas investigaciones han develado que aproximadamente el 40% de los profesores formados en universidades abandonan su trabajo antes del quinto año de haber egresado; los otros que van quedando, luchan constantemente en un sistema que los enferma, les exige y los desalienta.
Por otra parte, el Colegio de Profesores, si bien reconoce la idea y necesidad de ser evaluados, esgrime su diferencia respecto de quiénes lo harán y qué será lo que se les evaluará. Argumentan que estas evaluaciones, al estar emanadas de un modelo de competencias, responde más bien a lógicas de mercado y miradas de la economía desdibujando la función pedagógica que en definitiva se convierte en el centro de su trabajo. Más aun, se oponen a ser evaluados por pares externos, ajenos al mundo académico pues desconocerían la profundidad del sentido pedagógico.
La iniciativa del gobierno incluye: Selección y Formación Inicial Docente (atraer a los mejores), Inducción e ingreso a la Carrera Docente (acompañamiento inicial) y Carrera Docente (plan de desarrollo laboral). Nada de esto, sin embargo, asegura la calidad de la educación que nuestros niños y jóvenes requieren y merecen. El sistema atrae a los estudiantes de más bajo rendimiento secundario hacia la pedagogía. Los procesos de acompañamiento no garantizarían una educación de calidad ni menos aún un trabajo efectivo con los estudiantes. Por otro lado, el plan de desarrollo sólo tendría impacto en la medida que asegure tramos de rentas dignos, reales y justas, sin embargo, no aseguraría tampoco la calidad.
Quizá lo más importante de solucionar tiene relación con la formación de profesores universitarios que trabajan, a su vez, formando futuros docentes. Se requiere formar profesores con una mirada cuyo énfasis esté dado por la responsabilidad social respecto del rol de educadores; el compromiso con una profesión compleja, sensible y que requiere el máximo de nuestras capacidades; una sensibilización especial sobre el valor del otro, la inclusión, respeto a la diversidad, etc.
La preparación de docentes expertos en conocimiento disciplinar también es necesaria. No resulta complejo imaginar las presiones a las que son sometidos constantemente los docentes en cualquiera de los niveles educativos (primario, secundario y terciario); las presiones externas que van desde sus remuneraciones, evaluaciones de desempeño, políticas estatales, exigencias curriculares; la nueva mirada que implican los modelos educativos centrados en el aprendizaje del estudiante; y los consecuentes cambios en la organización académica y administrativa de las instituciones de educación.
Todo esto requiere, entre tantas cosas y de manera urgente, una reducción del número de estudiantes por aula; una asignación equitativa de horas de planificación y lectivas de clase; y, como se ha mencionado, una remuneración justa.
En fin, son tantas cosas las que es necesario componer que una mirada puesta en estos tres ejes propuestos por el gobierno, si bien colabora, no resulta del todo garantizadora de un buen resultado.
En el estado actual del ejercicio docente influyen las incertidumbres respecto del futuro laboral de los estudiantes; la pérdida de certezas; la crisis de legitimidad de los ordenamientos políticos y sociales; la baja valoración social del trabajo de los profesores; la incertidumbre respecto del futuro con relación a las pensiones, entre otros.
Mientras la discusión se concentre en qué hacer con los niños cuando no tenemos quien los cuide en la casa pues los profesores están en paro; mientras la discusión sea respecto de los estándares de desempeño; respecto de le empleabilidad de nuestros niños; respecto de la articulación del mundo del trabajo como insumo primario de la educación, nada se podrá hacer.
Quizá debiese ocurrir lo que en otros países; como en los que se instaló la problemática educativa como una responsabilidad del Estado y un compromiso de la sociedad, asignando recursos extraordinarios, voluntades sociales y empeños extras a fin de construir un sistema mejor. No es el ideal, pero claramente nuestro país y nuestros profesores necesitan una mirada respecto de la situación educativa que remueva enérgicamente la visión de un sistema capturado por miradas corporativas miopes, discusiones bizantinas y falta de criterio político y estatal. Más que mal el mundo se cambia también cambiando la educación.