Columna de Álvaro Ramis – Con las relaciones diplomáticas no se juega

Columna de Álvaro Ramis – Con las relaciones diplomáticas no se juega

(*) Por Álvaro Ramis

Columna publicada en The Clinic

El viejo orden internacional está en llamas. Las reglas tradicionales de la diplomacia han empezado a perder su capacidad de regular las relaciones entre los Estados. Las grandes guerras han regresado y no son un problema de apartados lugares de la periferia. Ya se habla de una amenaza de confrontación militar directa en Europa occidental. Con dos guerras en curso, en Ucrania y Gaza, ha vuelto el temor a las tragedias sangrientas a escala global. En ambos conflictos se involucran potencias nucleares, lo que debe precavernos de impedir una escalada que nos envuelva en una contienda de impredecibles consecuencias.

En América Latina la guerra no está en horizonte inmediato, pero el deterioro de las relaciones diplomáticas entre los países de la región es inédito. El caso más evidente fue la brutal violación de la soberanía de México por parte de Ecuador, al asaltar violentamente su embajada en Quito con el objetivo de detener al exvicepresidente Jorge Glas. Pero no es el único problema.

Venezuela está generando un escenario de posible conflicto militar con su vecina Guyana, al promulgar una ley que declaró la región del Esequibo como el estado número 24 de ese país. Haití ha entrado en una fase de descomposición terminal de su administración, lo que augura una nueva forma de intervención internacional para gestionar ese territorio.

Argentina, un país con una tradición diplomática sólida y previsible, ha dado paso al estilo Milei, que mezcla los constantes insultos a los presidentes de la región con decisiones unilaterales e inesperadas, como la instalación de una nueva base militar de Estados Unidos en Ushuaia, y la realización de ejercicios militares en el canal Beagle con el interés geoestratégico de proyectarse unilateralmente sobre el Territorio Antártico.

La cancillería trasandina ha entrado en una dinámica de constantes provocaciones a nuestro país. Ha nombrado un embajador que ya ha causado una serie de roces, buscando deliberadamente puntos de confrontación. Ha acusado desde una presencia del Hezbolá en Iquique a supuestos apoyos a las protestas opositoras en su país. Todo muestra un empeoramiento de nuestra relación con un país con el que compartimos la frontera terrestre más larga de América del Sur y la tercera más larga del mundo. Nuestras economías están imbricadas de forma estructural y nos relacionan más de 40 mecanismos bilaterales.

Frente a esos hostigamientos Chile debe moverse con extrema precaución y no caer en dinámicas polarizadoras. Constantemente surgen voces que llaman a exacerbar conflictos internacionales y romper relaciones diplomáticas con tal o cual Estado, sin entender lo que eso significa. Cabe detenerse, en particular, en los casos de nuestras embajadas en Venezuela e Israel.

En ambos contextos los argumentos son morales y políticos, y se podrían entender en esos planos. Frente a Israel, debido a la acusación de Sudáfrica ante la Corte Penal Internacional de genocidio contra el pueblo Palestino. Y en el caso de Venezuela, por su deriva dictatorial y por las sospechas de intervención de su gobierno en el secuestro y homicidio en territorio nacional del exteniente Ronald Ojeda. Pero eso no basta.

Lo que no se analiza es que las relaciones diplomáticas no vinculan solo a los gobiernos, sino ante todo a los Estados. Esta diferencia implica que las relaciones diplomáticas no pueden estar sujetas solo a la afinidad política o moral entre los gobiernos. Y entre los Estados se tejen de forma paciente y diversificada múltiples relaciones en planos comerciales, económicos, judiciales, policiales, culturales, científicos, intercambio de información, arbitraje, y un sinfín de dimensiones a largo plazo.

Mantener relaciones diplomáticas no implica avalar al gobierno contraparte. Tener una embajada es poseer un dispositivo diplomático que no solo existe para fomentar las buenas relaciones entre los dos países. También es un mecanismo para negociar y presionar a un Estado con el que se poseen fuertes discrepancias.

Una embajada tiene la tarea de informar a su gobierno de forma constante. Un embajador es un agente protegido y reconocido para representar al conjunto del Estado. Es el instrumento que permite dirimir conflictos latentes e impedir que escalen y lleguen al plano del conflicto judicial o bélico. Mantener relaciones diplomáticas posibilita ejercer en plenitud las funciones consulares, que permiten proteger los intereses del Estado en el país receptor, atender a los ciudadanos chilenos residentes y generar condiciones de control y administración de la migración de quienes vienen a residir en nuestro territorio.

El quiebre de las relaciones diplomáticas es una medida legítima, pero solo como decisión de última instancia. Se justifica en casos extremos, cuando se han agotado todas las alternativas. Ese es el caso de una agresión directa, como la vivida por México en Ecuador, ya que se había afectado la soberanía del país y la seguridad de la misión diplomática. También se entiende cuando uno de los países posee un litigio insalvable, como es el caso de Bolivia en su reclamación marítima.

A Chile le convendría el más pronto restablecimiento de las relaciones con La Paz, por motivos estratégicos, económicos, culturales, policiales, la administración de flujos migratorios y la gestión de todo tipo de procesos bilaterales que hoy solo se atienden a nivel consular. Bolivia ha tomado unilateralmente otra decisión, y eso afecta nuestras relaciones en muchos ámbitos que por nuestro carácter fronterizo deberían tener un nivel mucho mayor.

En relaciones diplomáticas no cabe hacer política partidista, populismo o intentar sacar provecho personal. Ante la enorme dificultad de los nuevos conflictos mundiales es necesario reforzar nuestras misiones diplomáticas claves. Las embajadas más fuertes y competentes deben estar en los países con los que tenemos mayores diferencias o están en escenarios de conflicto. Esa es la única manera de evitar que se agraven las viejas disputas o que nos involucremos en nuevos conflictos que parecían olvidados.

El informe mundial sobre Desarrollo Humano del PNUD 2023-24 sostiene que el gran objetivo de este momento debería ser “Reimaginar la cooperación en un mundo polarizado”. En esa meta Chile puede y debe jugar un rol para contribuir a bajar las tensiones en la región y ayudar a que retroceda la polarización, que daña todo lo que toca e impide la convivencia internacional.

(*) Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC).

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