Columna de Álvaro Ramis: ¿Fractura en la base de apoyo del presidente Boric?
Columna publicada en The Clinic
Las encuestas son ejercicios demoscópicos que siempre se deben interpretar. Nunca dan puntada sin hilo en sus preguntas y los intereses de los encuestadores no están libres de sospecha. Pero no sería justo ni conveniente despachar sus datos sin más. Se trata de ejercicios que, con sus luces y sombras, pueden dar alertas y señalar algunas tendencias a lo largo del tiempo.
La última encuesta Plaza Pública, que realiza Cadem, mostró una caída significativa de aprobación de la gestión del presidente Gabriel Boric de seis puntos, bajando de un 30% a un 24%. Una pérdida de ese margen en un lapso de tiempo muy breve representa un hecho relevante, ya que la orientación en el período anterior era a la estabilidad y a un ligero repunte de popularidad.
El nuevo dato podría representar una brecha que marque el inicio de cierta desafección de un segmento de la ciudadanía que había mantenido su adhesión sin fisuras al actual gobierno. Si es así, se trata de un síntoma preocupante que podría indicar un desgaste en una base de apoyo duro, que estaba estabilizada por sobre el 30%.
Las hipótesis para explicar el fenómeno se han desatado. Las alarmas de La Moneda suenan bien fuerte porque se debe descifrar si se trata de algo episódico y reversible o ya es una grieta estructural.
Los más institucionalistas dentro del gobierno lo explican debido al desgaste del bloqueo parlamentario, que impide concretar las reformas más sentidas y esperadas por las bases de apoyo de la izquierda. Otros analistas remiten a errores propios de gestión, especialmente en las regiones y territorios, donde se impone el estereotipo del SEREMI ineficiente o del director de servicio poco preparado. También se culpa al “segundo piso” y a la SECOM. Pero el cuestionamiento a estos factores no es nuevo y no ha experimentado un cambio significativo en el corto plazo. Se debería explorar otra interpretación.
Por eso se ha asociado esta caída a las declaraciones del presidente referidas al llamado “perro matapacos” en el contexto del debate sobre el accionar policial. Esta hipótesis podría resultar absurda o infantil, pero ciertamente remite a una pérdida en el relato del gobierno, ligada a una posible percepción de incoherencia en materia de convicciones y voluntad política presidencial.
“Un viejo proverbio oriental dice que cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”. Esta frase de Alejandro Jodorowsky podría explicar que cuando se señala un símbolo político, por contradictorio que sea, a lo que se remite es a otra cosa. Los símbolos urbanos que desplegó el estallido de 2019 contenían un magma semiótico muy poderoso, que no se puede desdeñar por acomodo u oportunismo. Si solo se analiza esa materialidad simbólica se deja de percibir lo que importa, que es lo que esos signos señalan más a lo lejos.
Si se sigue el rastro simbólico inmediato lo que se ve a corta distancia es la experiencia de la violencia policial, pura y dura. Esa es la crítica que expresan muchos símbolos del octubrismo desde una vivencia real e inmediata. Pero si se continúa mirando más allá, lo que se encuentra es algo mucho más complejo y masivo. Es el padecimiento de un Estado incapaz de oponer resistencia a las coacciones funcionales sistémicas de la política, el derecho y la economía de mercado, vivenciadas como abusivas.
Este segundo nivel de interpretación fue central en el desarrollo del relato original del actual gobierno. En el germen del Frente Amplio y de la candidatura de Gabriel Boric, está grabada esta idea. Por eso no se puede abdicar de esa argumentación. Desdeñar la vivencia social del abuso, basada en asimetrías estructurales de poder, significaría abjurar de una vivencia social fundamental, que explica que el presidente Boric esté hoy en La Moneda.
Pasada la catarsis del 2019, la misma sociedad que se movilizó ha asumido con realismo que las coerciones funcionales sistémicas de la política, el derecho y la economía de mercado no son reductibles por un acto de voluntarismo.
El fracaso de la convención constitucional fue un efecto directo de ese proceso. Pero ese desplazamiento en la opinión pública no implica que, para un sector muy importante de la población, y para la inmensa mayoría de quienes votaron por el actual presidente, el horizonte sea negar la evidencia fundamental del poder abusivo. Y si el presidente ya no lo advierte y no lo tematiza en su relato, quiere decir que no entiende que la interpelación semiótica es siempre un acto imprescindible de gobierno.
El electorado duro que apoya al actual gobierno puede comprender las contradicciones de la acción política, entrampada entre las tensiones de las correlaciones de fuerza y la propia responsabilidad. Pero si esa base de apoyo al gobierno advierte que el presidente abandona la matriz ética que constituyó su liderazgo, basada en la empatía y el reconocimiento de sus padecimientos más sentidos, la crisis de representatividad se hará estructural.