Confites amargos: Los sabores reconocibles de las formas de trabajo predominantes

Confites amargos: Los sabores reconocibles de las formas de trabajo predominantes

(*) Por Gastón Cerda Videla

La noción de trabajo juega un papel fundamental en la comprensión de las sociedades contemporáneas. Es tan primordial el lugar social que ocupa, que se le ha llegado a  considerar condición básica y fundamental de toda la vida humana.

Desde siempre la humanidad trabajó, en tanto transformó la naturaleza para ponerla a su servicio y, en este proceso incesante, también se transformaba a sí misma. No obstante, si bien el trabajo contiene una dimensión eterna en tanto relación inagotable hombre – naturaleza, ésta contrasta con su dimensión histórica, con su carácter situado (Meda, 1998).

Contorno y contenido del trabajo nos hablan de las condiciones en que los seres humanos satisfacen sus necesidades vitales y del grado de libertad o sometimiento real que experimentan quienes viven la experiencia cotidiana de esta actividad.

Muchas veces el trabajo anunció un mundo mejor y un futuro de prosperidad y libertad ilimitadas. No obstante, esas promesas aún se encuentran incumplidas (Andreassi, 2004). Hacia mediados de la década del 70 del siglo pasado, el trabajo comienza a experimentar cambios profundos que se expresan en la decadencia de la industria respecto de los servicios y el cambio de la estructura de las ocupaciones, lo que contribuye a incrementar la heterogeneidad de los trabajadores y repercute en sus normas, valores y actitudes -muy particularmente en la conformación de identidades colectivas- y en el fin centralidad del trabajo en el conjunto relaciones sociales.

Con todo y aun cuando a las profecías sobre el fin de las ideologías y la historia, se sumó la  profecía sobre el fin del trabajo, éste sigue ocupando un lugar fundamental en nuestras existencias. Quienes disponen de trabajo, cuentan con una fuente de esperanza, identidad y sentido de vida. Por cierto, también es el mecanismo principal de obtención de ingresos para satisfacer las necesidades materiales.

Tanto para las familias como para las comunidades, disponer de un “trabajo decente”, es una garantía de estabilidad y progreso social. Sin embargo, la actual situación del trabajo entrega evidencia sobre la existencia de un creciente sentimiento de devaluación de su dignidad, dado que al considerársele un mero factor de la producción -una mercancía- se ha olvidado su significado individual, familiar y comunitario.

Ciertamente que la ausencia de trabajo o las discriminaciones asociadas a sus formas precarias es más penoso en los más pobres, no obstante, “las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo” parecieran corroer el carácter de los trabajadores y trabajadoras sin distinción (Sennett; 2004).

Como ha señalado Schvarstein (2005), las nuevas modalidades de organización del trabajo constituyen tendencias predominantes que cuestionan la posición del sujeto en el espacio laboral, transforman su trabajo en un no lugar e instalan la lógica del trabajo a destajo. Diluyen los contornos éticos del trabajo contribuyendo a la cristalización de un sistema que irradia indiferencia. Así, los cambios a los que asistimos, junto con el miedo a perder el empleo, han afectado regresivamente las condiciones laborales, generando nuevas fuentes de sufrimiento para trabajadores y trabajadoras.

Desde la simple brutalidad hasta formas más sutiles, tanto el estrés como el acoso en el trabajo son reconocidos actualmente – la multiplicación de suicidios en el lugar de trabajo-, como “riesgos psicosociales” y manifestación de la vulnerabilidad de los sujetos en el trabajo (Laval, Dardot; 2010).

Al aumento en las cargas de trabajo, contratos precarios, flexibilización y desregulación laboral, pérdida de beneficios sociales y deterioro salarial, se ha sumado la proliferación de empresas unipersonales, el teletrabajo y el trabajo a distancia. Todas ellas modalidades laborales que fragmentan el trabajo y se instalan como las formas de mayor impacto en las subjetividades de las personas.

¿En qué sentido puede ser el trabajo hoy por hoy una fuente de constitución de la identidad, cuando los nuevos escenarios del trabajo están en un permanente estado de desvanecimiento? (Martínez García; 2005). El proceso de transformaciones en el mundo del trabajo pareciera seguir en curso y sus vaivenes y desenlace inevitablemente asociados a la suerte de trabajadores y trabajadoras. Y en este estado de cosas, hemos aprendido a normalizar desde la violencia simbólica a la efectiva como forma aceptable en la relación laboral.

Debemos estar advertidos, sin embargo, que un modo de convivencia laboral que no proporciona a las personas buenas razones para cuidarse entre sí, no puede mantener por mucho tiempo su legitimidad. Qué duda cabe, los acontecimientos de la fábrica de confites nos dejan la boca con sabor amargo.

 

*Gastón Cerda Videla,  Sociólogo, Magister en Antropología del Desarrollo, Magister en Educación Mención Currículo Educacional. Se desempeña como profesor de Sociología del Trabajo y se ha especializado en el diseño de políticas activas de empleo.