Crisis de legitimación en sociedades desiguales

Crisis de legitimación en sociedades desiguales

(*) Por Álvaro Ramis

Columna publicada en El Desconcierto

En el origen de las protestas que vive Colombia se encuentran las mismas variables que incubaron el estallido social chileno. Este paralelo es evidente, más allá de las interpretaciones que políticamente se pueda dar a este tipo de fenómenos. Cabe por ello profundizar en un diagnóstico más afinado de estos eventos disruptivos y recuperar algunos conceptos fundamentales de la Teoría de la Crisis que propuso Jürgen Habermas en su obra Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, que buscó caracterizar los mecanismos productores de este tipo de acontecimientos. A pesar del tiempo transcurrido desde su publicación en la Alemania de 1973, permanece plenamente vigente una tesis fundamental. Habermas sostiene que en las sociedades capitalistas se genera una tensión cada vez mayor entre un Estado que en teoría debería estar orientado a la defensa y promoción de intereses generales, por un lado, y un sistema económico que por su naturaleza no considera los criterios del bien común, por el otro. En el caso colombiano esto se expresó en el intento de aplicar una reforma tributaria altamente regresiva en medio de la pandemia, para beneficiar a sectores económicos altamente protegidos. En Chile se evidenció en una serie de decisiones de incremento de precios y pasividad ante el alza del desempleo, acompañada de una restricción en materia de gasto social, sin considerar el enorme desgaste político de la última década.

La clave interpretativa que ofrece Habermas radica en que mientras la economía se orienta bajo el imperativo de la maximizar el beneficio de actores privados, esta misma esfera trata de influir en el ámbito de las decisiones políticas. La consecuencia es que se produce un desplazamiento de las  prioridades públicas, que dejan de establecerse de acuerdo con los intereses generalizables de la población, para orientarse a fines que tienden a priorizar la optimización de las ganancias particulares. Esta dinámica genera un déficit de legitimación que afecta a las estructuras normativas de la sociedad, incluyendo las pautas culturales y los símbolos con los que se legitima el poder. La subjetividad imperante, el «mundo-de-la-vida» habermasiano, pierde su capacidad de generar un sentido motivante de la acción colectiva, en orden a la integración sistémica.

En todo este proceso, el campo político no cuenta con los medios administrativos para producir una nueva fuente de legitimación, ya que se encuentra imposibilitado de asumir institucionalmente las demandas sociales, adaptándose a las necesidades de su población. Y esa misma población es incapaz de adaptarse a los objetivos de una economía globalizada, centrada en alimentar la permanente especulación de las empresas corporativas. El resultado es que los objetivos de integración social –entendidos como bienestar y cohesión de la ciudadanía– resultan antagónicos a los objetivos de integración sistémica -entendidos tanto como crecimiento financiero como también de gobernabilidad y acatamiento de las normas-.

La conclusión de Habermas apunta a que, a mayor complejidad, todo el sistema se hace más inestable, ya que la esfera económica no asume y acepta estas contradicciones. Por este motivo, al sistema político le es cada vez más difícil prevenir y aplacar las crisis económicas, mientras la lealtad de la opinión pública al sistema legal y administrativo se hace cada vez más vulnerable. La idea de crisis remite así a la incapacidad de la política de estabilizar sus funciones, generando aceptación social de sus estructuras, procesos y resultados.

Bajo esta teoría, una prioridad debe ser la reconstrucción de las fuentes de motivación social y de racionalidad colectiva. En nuestro caso la convocatoria a la Convención Constitucional, orientada a generar una nueva Constitución, ha cumplido un papel relevante en este objetivo. Está pendiente saber si esta nueva Carta Fundamental será instrumento normativo suficiente para superar la irracionalidad sistémica que arrastra Chile, y que radica en las contradicciones entre el sistema político y el sistema económico en respuesta a las necesidades sociales. Esperemos que Colombia también encuentre un punto de reconstrucción de sus instituciones y procesos, lo que no se podrá hacer si no se detienen las graves acciones represivas del Estado, que sólo parecen mostrar que su única fuente de legitimación radica en acciones coercitivas.

*Álvaro Ramis es rector de la UAHC.