Cuando la historia es responsable de su propia historia
(*) Por Pablo Zuñiga
Columna publicada en El Quinto Poder
No debiese sorprendernos que en este gobierno se selle una iniciativa como la eliminación de historia y educación física de las mallas de tercero y cuarto medio. Sé que no es su eliminación lo que se impulsa, pero como estamos en el país del eufemismo, es hacer de su electividad, en verdad su desaparición..
Se dice que esto lleva como tres años de estudio; se equivocan, lleva más o menos desde el día siguiente al triunfo del NO. Allí apareció, desde la bruma, la idea de administrar el poder y hacer que el pueblo (gente como se dice ahora, otro eufemismo), no se exprese en demasía para que los empresarios tuvieran la certeza de que el país tendría paz social y terreno fértil a la inversión.
La electividad, es lo mismo que no tocar la historia de la dictadura en las aulas: la critica, la reflexión, los hechos parecen innecesarios y más sus consecuencias; se hace algo, “así como que se estudia”, pero siempre es vista con el miedo a que llegue algún apoderado a recriminar al profesor o al director del colegio, “por meter la política en el aula”, cuando se dice algo indebido a los oídos del apoderado. Al no ser una política de Estado, el miedo modeló y acomodó el relato y para que ese relato funcione, la historia no debe funcionar como un disciplina.
Es más, se pretendió cambiar los textos escolares la noción de dictadura por gobierno militar y en algunos ya se menciona a Pinochet como si de verdad hubiese sido Presidente de la República.
La Concertación es la responsable de esto, sus largas pautas, sus silencios, su cuidado con un sector empresarial (que se enriqueció gracias al Estado) permitieron que el peso institucional, siempre buscando el borde argumental nunca entrando al fondo del asunto, como el hecho que la dictadura fue asesina, corrupta y apoyada por civiles y tuvo consecuencias nefastas para la mayoría.
Gracias a la transacción concertacionista, con el tiempo se ve la dictadura y su período como un pedazo de historia con un peso relativo y relatizable e incluso humorizable, como hemos visto en incontables memes, hoy por hoy.
Nunca hay despolitización, eso es un mito, el acto de negar o repudiar un discurso político, supone la instalación de otro, por lo tanto, re-polarizas. Este gobierno hace lo que está llamado hacer en su dimensión neoliberal, post liberal para ser más exactos. Extrema el concepto de libertad individual, dando la opción de elegir, como si quienes sufrieron el peso de un Estado indolente, hubiesen tenido opción, con ello cumple su rol ideológico. El ejercicio de la democracia es molesto para el liberal, la idea de igualdad de derechos le causa comezón, pero la libertad de elegir no, porque ya ha limitado las opciones de elección, y ha segmentado tu espectro discursivo para pocas ideas la justifiquen.
Lo anterior se agudiza más aún, si como contraparte u oposición tienes un conjunto atomizado de intereses, desanclado de un discurso ideológico que plantee un consenso vinculante elemental, cómo defender la comunidad que deseamos, ello se hace aún más difícil si cada programa , cada propuesta de uno o de otro se diferencia en matices.
El vaciamiento ideológico de un país, permite que ese vacío se llene con lo que sea, pues no existe vacío de poder, este vacío está amparado en una clase política indolente y pragmática, obvio, si son elegidos por una minoría, que no precisa saber, ni tener conciencia de que nuestros derechos sociales y políticos son producto de luchas constantes impulsadas por ideologías que buscan justificar la libertad y la igualdad de colectivos y no de individualidades, como es la pretensión del neoliberalismo.
Cada derecho social en nuestra historia, la misma que quieren limitar, se ha ganado a punta de palos y con la sangre de algunos, no se me ocurre ningún derecho en el cual el empresario haya dicho: “Oh, me doy cuenta que estoy explotando a este sujeto, creo que ello es injusto, le diré a los senadores y diputados que hagan una ley para limitar el abuso”, patrañas.
Quienes defienden el modelo de democracia neoliberal, no requieren saber historia y filosofía, menos si su propia historia resulta poco glamorosa, como haber estudiado en colegios con números y haber salido de una población, ello sería reconocer que lo que se tiene hoy fue gracias a la presencia de una Institución llamada Estado, que invirtió con políticas públicas en ese liceo de número, hoy resulta más glamoroso acusar a ese mismo Estado de ineficiente.
El sistema político no soluciona los problemas más inmediatos, esa es una certidumbre, pero si el sistema económico, y como no tiene ningún filtro para evaluar nada, la mayoría está feliz en el consumo, ello adormece aún más su sentido de justicia social, es más, como no tiene conciencia histórica, cree incluso que el derecho a votar, o no votar siempre le acompañó casi como un “derecho natural” nunca cuestionado por nadie.
Todo cuadra, hacer pebre la educación pública satanizándola, hacer que los liceos emblemáticos pierdan sus emblemas republicanos; una forma de hacerlo es que quienes egresan y son profesionales no ponen a sus hijos e hijas en esos liceos, ¿para qué?, si una vez profesionales pueden optar a colegios de “calidad”, así no se mezclan con el roterío; por lo mismo, el pagar por la educación da status, la discriminación como sistema, no necesita historia, es más, necesita ocultarla, en tantas capas, que con el tiempo descifrarla forme parte de arqueología social.
La historia es la disciplina que nos pone frente a nuestro pasado, es la disciplina que nos permite decir o pensar cuanto hemos avanzado, o hemos retrocedido, sin ella nos quedamos presos de un presente sin contexto, con identidades postizas, con esto toda proyección se hace siempre desde puntos de referencia individuales, pero si usted tiene auto y ya no vive en la población de la cual salió, y sus hijos van a colegios distintos a los que fue usted, de seguro asumirá que ha avanzado. Entonces ¿para qué sirve la historia si no hay modelo de Estado que la sostenga?, si no hay sustrato ideológico, ni colectivos e incluso partidos políticos que la justifiquen para el robustecimiento de la libertad, la igualdad y la justicia, valores propios de la democracia, dicho sea de paso.
La complejidad radica en que debiera ser una política de Estado, en un Estado que ha privatizado todo y que sucumbe ante este modelo, estamos en una contradicción tautológica: una educación que clama al Estado y un Estado administrado por gobiernos que clama al mercado.
(*) Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica y Licenciado en Educación, magíster en Ciencia Política y académico de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales UAHC