De lentejuelas y oropel
Por Pablo Zúñiga*
La derecha fue brillante al delinear un modelo de sociedad consumista e individualista que nos rige hoy sin contrapeso; y lo que es peor, la izquierda fue miope al sumarse a ese proyecto casi sin objeciones: un proyecto de lentejuelas y oropel que a todos parece acomodar.
La derecha delineó mediante la imposición de una dictadura, sangrienta y ladrona, su modelo “perfecto” a prueba de todo. Un modelo lleno de terror por tortura y lleno de banalidad por consumo, caras que se complementan y al parece lo hacen invencible.
Pero este modelo, no sólo le gusta a la derecha: le gusta también a la izquierda y le gusta también a la gente. Si no fuese así jamás hubiese existido justicia en la medida de lo posible. No es un detalle que nuestra transición fuese ejecutada por intelectuales que tenían perfecta claridad de las consecuencias sociológicas e históricas de lo que hacían y del modelo que defendían con la transición pactada hasta el infinito. Incluso, que se haya ido Pinochet fue una transacción, el dictador ya había hecho lo suyo imponiendo el modelo, después de eso nadie lo soportaba, y lo que es peor para los suyos, nadie lo necesitaba.
El modelo ofrecía ventajas sustantivas: formar una nueva “elite” al fragor de una democracia hecha a la medida. La transición fue vía transacción negociar con los que tenía el verdadero poder: los empresarios. Los mismos que se llevaron para la casa las empresas del Estado a precio de huevo. Con ellos se hizo, se acordó y a se aprobó el camino que tendría la transición; con ellos se definió que se podía o no hacer, se acordó salvar al dictador preso en Londres, producto que los “europeos” no seguían, ni entendían nuestro modelo de transición pactada.
Por eso hoy la izquierda en el poder, sea lo que eso signifique, nuevamente tiene esa mirada del alumno inseguro, que busca una mirada de aprobación, en un auditorio que, lo que menos quieren es que le toquen sus intereses.
La peor forma de perder una batalla es hacerlo cuando la hueste con la cuales se cuenta no son fiables: por mercenarias, por carecer de convicción, por no tener espíritu de cuerpo y por temor a perder una mezquina y cómoda parcela de poder.
Así la cosas entonces no podemos pedirle convicción al actual gobierno, no hay nada para hacerlo, no hay sustento político, ideológico ni moral. Se mira al gobierno como si de él dependiera todo, y el gobierno es solo una parte de sistema político, un actor más, un resultado de años de modelo. Menos si sabemos que lo que hace el gobierno es lo que les conviene al poder económico, al modelo sacrosanto. Por eso, cuando se le pide a los privados que inviertan, que se metan la mano al bolsillo, la señal es poco menos que patética. Cuando la presidenta del partido socialista pide que se cuide el crecimiento, es una señal desalentadora para cualquier persona que se sienta identificada con la izquierda o la centro izquierda. Lo mismo cuando se comprueba que políticos de todos colores pasan el sobrero al empresariado antes, durante y después de las elecciones. Entonces ¿cómo podemos pedir coherencia y consecuencia? ¿A quién se la podemos pedir?, si todos, o casi todos, son “mojados” por el dinero del empresariado, ese combustible mágico que hace andar nuestra política.
¿Tenemos lo que merecemos?. No, a todas luces no. Nadie elige a un sujeto a que a sabiendas es un ladrón y mentiroso. Porque si hubiese sido por elección, no hubiese habido nunca un militar en nuestro Senado, el pueblo soberano no le hubiese dado el voto. Pero estuvo allí, porque la transición pactada lo permitió.
La derecha hace mal negocio al querer ser poder político. Allí se expone y debe explicarse. Siempre ha sido mala para dar explicaciones al pueblo; y cuando lo hace se equivoca.
Complejo es nuestro panorama, los puntos cardinales se nos desvirtúan, el norte se nos mueve precisamente de donde radica nuestro sistema de valores. Ya nada es lo que parece, ya nada es como debe ser y así nuestro sistema político pierde la fuerza que debe ser su legitimidad.
Nuestra gran falla está en los actores políticos que se eligen como líderes, que nosotros elegimos como líderes, pues olvidamos que la ciudadanía también es una actor político, ahí está la voluntad general que cuando no se organiza se equivoca, y se deslumbra ante un modelo que le ofrece lentejuelas y oropel, que brillan lamentablemente más que los valores de nuestra sociedad.
*Director de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Artículo publicado en El Mostrador