Día mundial del Libro: Los de ayer, los de hoy y los de mañana
En general, a las efemérides no les doy una mayor importancia, ya que son fechas, ritos y celebraciones de unos pocos, sobre todo de esos pocos que prefiero estén bien lejos.
El Día Mundial del Libro también es una efeméride (UNESCO 1995). Lo llamativo es el por qué se celebra un 23 de abril: coincidencias natalicias entre Cervantes y Shakespeare, de igual modo entra en la tribu el Inca Garcilaso de la Vega. En todos ellos sus vidas se movieron, existieron y resistieron desde la marginalidad.
Desde ese lugar, en especial Cervantes y Shakespeare, construyeron nuevas imágenes del mundo. Sus vidas y posiciones no fueron ejemplares para los creadores de las efemérides. Desde la incomodidad vital lograron carnavalizar ese mundo que les tocó vivir. Es cosa de averiguar en la más básica reseña biográfica de estos escritores para saber que fueron ninguneados y casi silenciados. En ambos la marginalidad no fue opción; no bailaron en salones ni fiestas oficiales. No los invitaron a los grandes banquetes. Al contrario, fueron mal vistos, molestaron. Por eso esta fecha tiene un doble juego: festejar un objeto casi en desuso, en donde aparecen los típicos apóstoles de la cultura vociferando sobre la importancia del libro pero, a su vez, olvidan y quieren olvidar la importancia real de la literatura. Para ellos, la literatura, el libro, los escritores y poetas son figuras decorativas.
Entendemos esta fecha desde los olvidados, los incómodos y las piedras en el zapato. El caso chileno sobre esto es muy paradigmático. Pienso en Stella Díaz Varín, en Pablo de Rokha, en Juan Luis Martínez, en Alfredo Gómez Morel, en Antonio Silva, en tantos poetas y escritores jóvenes que han sido y serán mal vistos.
Chile y su cultura del olvido promueven muchos flashes de asesores del Estado que abrazan a algún ganador de concursos literarios. La pregunta es si también tienen la voluntad de apoyar a los profesores con políticas educacionales de peso, jugadas que generen óptimas prácticas de lecturas y escrituras; si harán una buena ley de impuesto al libro, si crearán estrategias para políticas editoriales, si se les dará el lugar que corresponde a nuestros escritores consagrados, suma y sigue.
No es una intuición sino una convicción, nada de eso se hará. Todo se dejará a la buena de Dios. Cada uno seguirá rascándose con sus propias uñas. Los escritores y poetas de hoy y mañana estarán más solos que nunca, pero no de nosotros. Sus vidas, nuevamente, será conservar su marginalidad como un modo de entender al mundo, incomodándolo, sobreexcitándolo y reconstruyéndolo como lo hicieron Cervantes y Shakespeare.
(*) Doctor en Literatura. Académico de la carrera de Pedagogía en Lengua Castellana y Comunicación de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.