Echando de menos a Lavín
(*) Por Álvaro Ramis
Columna publicada en The Clinic
El fallecimiento del expresidente Sebastián Piñera ha significado el alejamiento de la figura más importante de la derecha chilena en los últimos treinta años. Pero su desaparición coincide con el distanciamiento de la primera línea de su gran competidor, Joaquín Lavín, el otro gran líder de ese sector en estas décadas. Piñera logró la presidencia de la república dos veces. Lavín no lo consiguió, pero en 1999 estuvo a 189 mil votos de derrotar a Ricardo Lagos. Y hasta octubre de 2019 todas las encuestas preveían que sería el sucesor natural de Piñera. Pero justo en ese instante se comenzó a fraguar su caída.
El primer golpe a su liderazgo se dio por efecto del estallido de 2019. Joaquín Lavín fue perfilando con los años la imagen del más liberal de los conservadores, o el más conservador de los liberales. Su definición como bacheletista-aliancista fue la máxima expresión de ese tono dialogante, que en la medida en que le acercaba a La Moneda se tornaba cada vez más intenso. Hasta que la enorme polarización de octubre de 2019 lo dejó en una situación imposible. Demasiado blando para la derecha, demasiado elitista para la izquierda, su base política se licuó de forma repentina, lo que se reflejó en 2021 con su estrepitosa derrota en las primarias presidenciales de Chile Vamos, donde obtuvo sólo un 31,30%.
El segundo golpe a su liderazgo fue el inesperado destape de los casos de corrupción municipal. No sólo los que los afectan a la municipalidad de Las Condes, sino también los escándalos que salpican a todo el municipalismo lavinista que creció a escala nacional a imagen y semejanza de su estilo de gestión. Vitacura, Lo Barnechea, Viña del Mar, Maipú, son municipios emblemáticos, pero se podrían sumar muchos más que comparten la influencia del mismo modelo.
Cuando Lavín fue electo alcalde de Las Condes en 1992, lo hizo con el 31,06%. En 2016, la última elección municipal en la compitió, alcanzó un impresionante 78,67 %. Durante más de 25 años Lavín fue un verdadero sultán, entronizado en el municipio más rico de Chile. Con un consejo municipal alineado completamente con su liderazgo, Lavín pudo desplegar sus campañas presidenciales de 1999 y 2005, e incluso intentar exportar su modelo municipal a Santiago en 2000. Al final puso el piloto automático, y gobernaba el municipio con control remoto desde los matinales de la televisión.
Pero esa misma dinámica le llevó a morir de éxito, por la incapacidad de administrar un incremento sustancial y sostenido de su influencia y poder. A mayor notoriedad y apoyo incondicional de sus propias bases, menor control. A menor control, más espacio para el ensayo y error con recursos públicos y mayor despilfarro. A más despilfarro, mayor clientela de intereses a que satisfacer y más ambición por expandir un sistema de gestión basado en la figura jurídica de las corporaciones municipales. Así llegamos al problema de las corporaciones reconvertidas en cajas pagadoras de todo tipo de caprichos y extravagancias. Lo demás es asunto conocido y está radicado en los tribunales.
El tipo de municipalidad que desarrolló Lavín fue en su momento la verdadera revolución silenciosa de la transición chilena. Las viejas alcaldías, desgastadas por su rutinización burocrática, se convirtieron en laboratorios de políticas públicas innovadoras. El genio comunicacional y publicitario de Lavín hizo el resto. Todo Chile discutió sobre el proyecto de la playa de Las Condes. Y nadie quedó indiferente cuando trató de combatir la contaminación atmosférica arrojando agua desde un avión. Y aunque muchas de sus medidas fueron populistas o burdas estrategias de marketing, otras fueron efectivas y le granjearon una popularidad que sobrepasó con creces la de su sector político.
Con Lavín la derecha chilena se reconstruyó y fortaleció luego de la dictadura. Con él se desplegó la UDI popular en los barrios que la izquierda fue abandonado en los años noventa. Poco a poco fue seduciendo a una clase media que demandaba un tipo de gestión municipal cada vez más eficiente y creativa. Incluso el estilo alcaldicio de Daniel Jadue es una reacción al municipalismo lavinista, en la medida en que asumió el mismo principio de dar soluciones concretas a problemas reales de la gente, pero desde su propia perspectiva.
La controversia actual en Las Condes por la reelección de la alcaldesa Daniela Peñaloza, desafiada por la candidatura de Marcela Cubillos, es el efecto directo del fin del modelo lavinista. La mayor competencia electoral por esa municipalidad es una buena noticia para la calidad de la gestión en esa comuna. Los electores, al tener más candidaturas con las que comparten ideología, pueden castigar las gestiones incompetentes o deshonestas cuando así lo advierten.
Pero lo importante sería generar un aprendizaje mayor, ligado evitar que las municipalidades se conviertan en verdaderos podios electorales al servicio de un líder carismático que capture esa plataforma para su interés personal.
La contribución de Joaquín Lavín al municipalismo chileno será objeto de muchos estudios, ponderando sus luces y sobras. Pero lo urgente es reparar sus efectos perversos, ligados a la identificación de la institución municipal con la voluntad de un alcalde-gestor que tiende a homologar su propia persona con la identidad de su comuna. Es el momento de pensar un tipo de liderazgo mas impersonal. Eso permitiría institucionalizar los procesos más allá del cambio de signo partidario en las alcaldías, apuntando a la continuidad de unas políticas públicas descentralizadas, transparentes, sólidas, estables y bien planificadas.
(*) Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC).