Educación 2020 o como el SIMCE es la pandemia que amenaza nuestras escuelas
(*) Por Andrés Rodríguez
La evidente crisis del sistema educativo y de la escuela como institución de enseñanza no representa novedad alguna. A nivel global, la pregunta por la escuela del siglo XXI se planteó hace casi 30 años y nivel local han surgido propuestas, contrapropuestas, reformas y contrareformas. Todos y todas buscando el camino hacia la “calidad” educativa en el mundo globalizado e hiperconectado.
En el Chile neoliberal surgen voces con soluciones simples a problemas complejos, con conceptos de moda que representan verdades que no se discuten, calidad, innovación, competencia, inclusión, entre otras. Conceptos cuyo significado se adaptan al receptor, porque son un eslogan más que un proyecto educativo nacional. En definitiva, hemos sido testigos de como cada gobierno va administrando y reformando con el principio de que todo cambie, para que nada cambie.
En años regulares, la crítica a la escuela mercantil se basa principalmente en las terribles brechas educativas entre pobres y ricos o entre el campo y la ciudad, sin embargo, en años convulsionados la problemática parece ser trascender socialmente. Parece que hoy son más claras las interrogantes sobre el curriculum y la función socializadora, en definitiva, el rol del Estado “Docente” en nuestra realidad social.
Quienes trabajamos en educación nos preguntamos ¿Existirá SIMCE 2020? ¿Estos resultados reflejarán la calidad del proceso de enseñanza y aprendizaje? Estas preguntas pueden parecer descontextualizadas, pero a tres semanas de haber comenzado la cuarentena, son una real problemática en equipos directivos y docentes en todas las escuelas.
Parece injusto que educadores y educadoras de todo el país sigan orientando sus esfuerzos solo hacia el resultado de pruebas estandarizadas, parece injusto que las escuelas vean la amenaza del cierre por el resultado que sigan obteniendo en el SIMCE. Sobre todo, con problemáticas como el desarrollo de los años académicos 2019 y 2020, la falta de medios tecnológicos, la cesantía, la enfermedad, la incertidumbre y otros factores de la realidad particular de cada estudiante y su contexto.
Considerando que además en la escuela ocurren otros procesos de aprendizaje y desarrollo, prevención y promoción. Procesos que no pueden ser evaluados, pero que son centrales en la construcción del sujeto del siglo XXI.
Pareciera que este modelo y la coyuntura mundial hacen que a la escuela pública le llueva sobre mojado.
Sin embargo, una crisis es también una oportunidad para la transformación. Porque en este contexto crítico, la escuela vuelve a ser uno de los pocos espacios institucionales que tiene real contacto con las capas populares, que por un lado son espacios seguros en las poblaciones y qué por otro lado, pueden irradiar información verídica y responsable.
Todos estos elementos no van a ser evaluados por la estandarización de la “calidad” educativa, ni por el currículum. Sin embargo, plantean las interrogantes sobre la función social de la escuela, que trasciende el traspaso de conocimientos estáticos, lo que Freire denominaría educación bancaria. Y nos presenta un horizonte orientado hacia un Estado Educador que nos permita enfrentar crisis socioambientales adecuadamente.
La agudización de la crisis educativa, en el contexto actual nos debe permitir avanzar en el desarrollo de instituciones más sólidas y con un objetivo claro: Irradiar de conocimiento socialmente útil y desarrollar habilidades psicosociales necesarias en estos contextos sociales.
Porque en esta sociedad donde el mercado promueve la desinformación y el pánico, no es la escuela mercantil, ni la escuela estandarizada la que dará respuesta a las necesidades actuales, sino que una nueva escuela coherente con un proyecto social y nacional.
(*) Psicólogo. Diplomado en Psicología Educacional. Programa Habilidades para la Vida. Escuela de Psicología UAHC