
El colectivo y las luchas feministas: avanzar en el bienestar subjetivo
En una nueva conmemoración del 8M, me parece fundamental pensar las luchas históricas de los movimientos feministas y de las mujeres como contribuciones sustantivas para transformar y mejorar las condiciones de vida de las mujeres y con ello, visibilizar el impacto sobre los complejos, cambiantes y contextuales procesos en los que se sostiene la relación salud mental-enfermedad. En este sentido, las luchas feministas, en sus diferentes expresiones, apuntan al corazón de los malestares subjetivos, construidos por las violencias simbólicas y materiales que siguen siendo parte de nuestras vidas. Ese “malestar que no tiene nombre” del que hablara la psicóloga norteamericana Betty Friedan (1963) para dar cuenta del cansancio del “ama de casa” detectado en la década de los 50 en la sociedad norteamericana de posguerra, está lejos de parecerse al escenario actual, latinoamericano en el contexto de la hipermercantilización, la precarización de la vida y la sobreexplotación de las mujeres: trabajadoras y cuidadoras.
Desde esta perspectiva, las transformaciones en las relaciones de género, las nuevas formas de violencia y explotación, constituyen antiguas y nuevas constelaciones de dolencias psíquicas de las que numerosas psicólogas feministas como Mabel Burin, Pilar Errázuriz, Emilce Dio Bleichmar, Ana María Fernández o Irene Meler, entre muchas otras en nuestra región y país, han ido pensando como un correlato de la constitución de subjetividades subordinadas en el contexto de las violencias patriarcales, complejizadas por las transformaciones neoliberales en los tiempos que corren.
Las luchas de mujeres y de feministas, más y menos organizadas, han sido un espacio desde donde las mujeres han politizado sus malestares, haciendo no solo de lo personal una lucha política, sino también en compromiso con el buen vivir, su comunidad, la naturaleza, las instituciones y el país. Seguir pensando en lo colectivo y las luchas feministas, es avanzar en el bienestar subjetivo, cuestionar la enfermedad y la patología también como construcciones que han estado inexorablemente unidas a una visión homegeneizante y opresiva respecto de la salud mental de las mujeres (por su necesaria exigencia normativa) por un lado, pero por otro, es importante pensar qué nuevas formas adquieren los malestares y patologías así como visibilizar los intentos de psicologización de lo social como prácticas aún fuertemente arraigadas en nuestros servicios de salud y de las y los profesionales que trabajan con estos malestares.
(*) Psicóloga, Magíster en Estudios de Género. Docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano