El derecho a una experiencia estética: Intervenciones en infancia y adolescencia a propósito del Día Nacional contra la explotación sexual comercial
(*) Por Iria Retuerto
Columna publicada en Página 19
El 18 de mayo se conmemora en Chile el Día Nacional contra la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescente (ESCNNA), un concepto que tiene alrededor de 20 años de instalación entre las organizaciones de Derechos Humanos. Se refiere, a grandes rasgos, a una vulneración grave en que un niño, niña o adolescente que es sometido/a a violencia sexual a cambio de algún tipo de intercambio, ya sea en dinero, especies o favores.
¿Por qué partir por el concepto? Porque su asunción en el lenguaje de los Derechos Humanos marca un punto de inflexión fundamental para abordar esta vulneración: el niño o niña no es el responsable, independientemente de su actitud, es siempre el adulto quien impone esta forma de violencia sexual. Dicho argumento es fundamental porque el supuesto “pago” difumina -a ojos de muchos- su responsabilidad. Así, cuando en el Primer Congreso Mundial contra la ESCNNA, en 1996, se empieza a hablar de Explotación Sexual Infantil, se da un giro relevante, visibilizando claramente la necesidad de protección irrenunciable a los niños, niñas o adolescentes violentados.
En la línea de protección, Chile avanzó con bastante celeridad inicial. El 2001 el SENAME financió un proyecto piloto para la reparación del daño de víctimas de explotación sexual que estuvo a cargo de la ONG Raíces, cuyos profesionales evidenciaron esta vulneración como síntoma de una vida y un contexto marcado por la violencia como forma de relación, la expulsión de lugares de protección, la incertidumbre como vivencia permanente en lo material, social, afectivo. La ESCNNA se produce en contextos en que la acumulación de vulneraciones lleva a naturalizar el daño y el niño, la niña, el adolescente pueden llegar a asumir erróneamente que el intercambio que recibe por la violencia sexual ejercida en el contexto de explotación es, efectivamente, un signo de protección o, incluso, de amor. Desde el diagnóstico y la metodología consignada a partir de este proyecto piloto, el SENAME incorpora los Programas de Protección Especializada (PEE) para la reparación del daño de víctimas de ESCNNA. Hoy son 17, bajo la supervisión del Programa Mejor Niñez y gestionados por distintas ONGS a lo largo del país.
Este proceso implica enfrentarse a dolores múltiples, graves y vigentes en la vida de las niñas y los niños, así como a su presente de exclusión, discriminación y sensación de abandono. Lamentablemente, las bases técnicas y evaluaciones generadas por la institucionalidad han ido, con el tiempo, convirtiendo el proceso reparatorio en algo parecido a un manual de instrucciones. La vivencia integral y profundamente humana de protección, motivación e incondicionalidad que inicialmente propuso la ONG Raíces en su plan piloto se disecciona, desde la política pública, en un acumulado de gestiones.
Se critica la educación por priorizar resultados por encima de procesos, evaluaciones por encima de experiencias, pero poco se habla de la calidad de las intervenciones sociales en general y en particular en infancia y adolescencia. El debate parece quedar encerrado en el mundo académico y de las organizaciones sociales. Como sociedad, nos hemos escandalizado, con razón, por las vulneraciones sufridas por niños y niñas en los hogares de protección, pero ¿hemos debatido el enfoque de las políticas sociales de corte neoliberal, su tendencia a psicologizar el daño y a centrar la responsabilización de las vulneraciones en el mundo más inmediato del niño o niña, es decir, las familias, minimizando el impacto sobre el contexto, sobre las posibilidades de acceso a espacios vitales estimulantes? Muy poco.
Durante más de quince años, la ONG Raíces incorporó un taller de teatro a su metodología de restitución de derechos con víctimas de ESCNNA. Muchos de los y las participantes lo recuerdan como una experiencia inolvidable, destacando la importancia de haberse atrevido a salir a un escenario “de verdad” en un teatro lleno de público, así como la sensación de que accedían a un espacio -un taller de teatro- como aquellos a los que accede cualquier niño o niña. La importancia de contar con esa experiencia en su memoria y muchas otras que les brindaba la ONG, no debiera necesitar medirse con estadísticas ni indicadores para ser válida. Todas estas fueron, efectivamente, una contribución a los procesos reparatorios, pero aunque no lo hubieran sido, aunque los niños y niñas que participaron de este tipo de espacios significativos no hubiese cambiado mayormente su vida de riesgo, e incluso la vulneración se hubiera mantenido, ¿borra eso la importancia de acceder a experiencias conmovedoras? ¿Cuándo decidimos llevar a nuestros hijos, o a otros niños cercanos, a un museo, a caminar en la cordillera o a un concierto de nuestro grupo favorito, lo hacemos pensando en cuantificar su efecto, o simplemente porque creemos que es una experiencia que enriquece sus vidas?
Si no lo promovemos, en este país el acceso a la variedad de estímulos y de experiencias estéticas que la vida nos ofrece, quedará limitado a algunos sectores sociales con mayor libertad de elección. Si pensamos en lo relevante de este tipo de experiencias en la vida de cada uno de nosotros, quizás nos demos cuenta de que no es una cuestión secundaria y nos preguntemos, como sociedad, si no será también un espacio de derecho a restituir.
(*) Profesora del Diplomado Teatro para la Intervención Social y la Acción Ciudadana UAHC.