El miedo al otro y la falacia de los inmigrantes
(*) Por Rodrigo Gangas C.
Columna publicada en diario La Nación
Por definición, la “falacia” es recurrente para convencer a la audiencia utilizando el discurso al límite de lo válido. Opera comunicacionalmente con rapidez a fin de que la audiencia incorpore el argumento falaz como una verdad que, al ser incorporada, cuesta mucho refutar. Con ella se logra que se extienda y se consiga una aceptación del argumento, incluso sin que posteriormente sea discutido, ya que una vez cumplido su objetivo, la audiencia lo traduce en una “verdad” irrefutable.
En política, la utilización de la falacia es una técnica recurrente y común, y más aún cuando esta política se ha reducido a las frases simples, la falta de proyecto y la búsqueda del pragmatismo electoral por conseguir a toda costa el poder. Ejemplos como “la puerta giratoria”, “las necesidades reales de la gente”, y últimamente la discusión en torno al tema de los inmigrantes, son ejemplos de estas falacias que adornan un escenario social y político.
De carácter facilista, la falacia adopta un sitial de importancia frente a una audiencia que quiere reafirmar sus propias convicciones –o creencias personales- y las la acepta sin mucho cuestionamiento. En el actual contexto sociopolítico, el argumento de la inmigración como una amenaza a la seguridad nacional, al bienestar social de los ciudadanos o su asociación con la delincuencia; incluso ha desempolvado teorías racistas. Falsas lógicas que muchos creen y aceptan como verdades. El comentario del presidente electo Sebastián Piñera sobre la situación de los inmigrantes en Chile, es un claro ejemplo de lo anterior. Decir que “muchas de las bandas de delincuentes que hay en Chile son de extranjeros” o la consigna utilizada por el senador Fulvio Rossi en relación a las migraciones ilegales y a establecer una “ley de expulsión inmediata a los delincuentes”, son también falacias que generan un efecto en nuestra sociedad.
Según la encuesta CEP abril-mayo 2017, un 41% de los chilenos considera que los inmigrantes elevan los índices de criminalidad. Cuestión difícil de probar cuando los datos aportados por la Policía de Investigaciones, el Instituto Nacional de DD.HH. y el poder Judicial, a través de la Fiscalía Nacional, indican que solo un 1% de los inmigrantes que se encuentran en Chile se han visto involucrados en situaciones delictivas; siendo por lo demás un porcentaje aún menor el de los inmigrantes involucrados en delitos en relación a la cantidad de delitos cometidos.
Bajo ese marco, la discusión nos lleva a identificar al menos dos características sobre la visión de la sociedad en la que hoy vivimos. En primer lugar, la mirada sobre la política en torno a las relaciones entre amigos y enemigos, teorizada en la década de 1930 por Carl Schmitt, y recogida jurídicamente por Jaime Guzmán en la constitución de 1980, se sigue manteniendo en el discurso en torno a una sociedad que se debate entre amigos y enemigos. Donde constantemente somos amenazados por grupos que “atentan” contra aquellos valores que han sido el cimiento de la sociedad construida desde el siglo XIX, y que finalmente se traduce en un exacerbado miedo y desconfianza hacia la diferencia. De esa manera, por las filas del enemigo han pasado y seguirán pasando todos aquellos que sustentan su poder en la diferencia, lugar que en el discurso actual ocupan los inmigrantes.
Un segundo punto, se encuentra en la incapacidad de los sectores tradicionales de la política para llevar la discusión de este tema en la dimensión temporal que corresponde. La tradicional mirada de comprender el mundo en forma plana, sin matices y sin las respectivas complejidades que nos presenta la ciudadanía actual, es el principal problema del espectro político en general.
El trato hacia la comunidad de inmigrantes no solo nos demuestra dicha incapacidad para comprender un mundo cada vez más complicado, más allá de las propias complejidades del crecimiento económico, más diverso y que requiere con urgencia un tratamiento político hacia dicha diversidad, sino que además -y más preocupante aún- es que diferentes sectores de nuestra sociedad siguen manteniendo un germen racista, xenófobo y de exclusión que cada cierto tiempo se enarbola por medio de falacias, y que utiliza discursos simples tratando de convencer a una cada vez más temerosa sociedad hacia todo aquel que amenace su propia estabilidad.
Querer comprender que la ciudanía es homogénea, que las sociedades están compuestas solo de un “nosotros”, sin considerar si quiera el respeto por la diferencia, no solo es un profundo error, sino también una mirada ideológicamente fascista, que nos lleva a reforzar la falacia de la amenaza extranjera. En ese sentido, se requiere con urgencia un cambio institucional que nos permita enfrentar los desafíos de una ciudadanía distinta y más compleja, en el marco de un régimen democrático que no solo respete las diferencias sino también otorgue las garantías y derechos a todos quienes hoy forman parte de nuestra sociedad.
(*) Docente Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales