En la mente de la derecha: El desafío de enfrentar a una oposición reaccionaria

En la mente de la derecha: El desafío de enfrentar a una oposición reaccionaria

(*) Por Álvaro Ramis

Columna publicada en Le Monde Diplomatique

El gobierno de Apruebo Dignidad, encabezado por el presidente Gabriel Boric se apresta a asumir el cargo. Hay esperanza y voluntad en un equipo capaz y decidido. Pero en el frente se encontrará con una oposición frontal, donde aparece por primera vez la acción directa del partido republicano, liberado por José Antonio Kast, que se puede presentar ante la opinión pública con el aval del 44% de los votos obtenidos en la segunda vuelta electoral. ¿Es José Antonio Kast y su partido un grupo conservador o un grupo fascista? Analizar este campo es necesario para pode medir su acción y caracterizar el tipo de acción que están dispuestos a realizar, sus alianzas con otros partidos, incluso sus apoyos internacionales.

En cierta forma Kast y el Partido Republicano no son una anomalía en la historia de la derecha chilena. Si se rastrea la racionalidad de ese sector a lo largo del siglo XIX y XX se comprende que en el centro de ese campo político arribar a un liderazgo como este tiene mucho sentido. Un autor que sirve para comprender estos procesos es Corey Robin, autor de “The Reactionary Mind: Conservatism from Edmund Burke to Donald Trump”, ya que el espejo trumpista sirve para caracterizar adecuadamente lo que representan lideres como José Antonio Kast sin afirmar, simplistamente, que sean líderes conservadores tradicionales ni tampoco fascistas de camisa parda.

Corey afirma que el fondo de la mentalidad de la derecha no hay que buscarlo en Milton Friedman, Friedrich von Hayek o en los neoliberales de Chicago, quienes finalmente son instrumentales y funcionales a una política estratégica más de fondo. Tampoco es un conservadurismo académico, como el de Roger Scutton, que desarrolla el pesimismo de la razón ante un futuro impredecible. El corazón de la derecha hay que buscarlo en la fuente de sus miedos y en sus motivaciones de fondo. Para eso es más adecuado revisar a Edmund Burke, principal opositor a la Revolución Francesa. Para la historia oficial es sólo un personaje honrado, al que le gustaba que las cosas siguieran como estaban, ordenadamente. Pero en la realdad Edmund Burke era mucho más agresivo y violento de que lo que parece.

Desde los primeros movimientos de reacción a la Revolución Francesa, desde el principio de la política moderna, la derecha no se ha limitado a buscar un gobierno limitado, no sólo hablado de la libertad individual, no sólo ha tratado de establecer restricciones al Estado, no es puramente el movimiento de los “prudentes y moderados”. Su acción ha buscado generar una oposición frontal a todos los movimientos que buscan reestructurar las relaciones de poder en una sociedad, desde abajo hacia arriba. Su identidad se juega en la reacción a los movimientos que cuestionan las jerarquías. Eso es lo que une a los opositores a Balmaceda en 1891, a los terratenientes durante la reforma agraria, los comerciantes y camioneros durante la UP; pasando por el pinochetismo, hasta José Antonio Kast. Lo que se ve es continuidad. De allí se concluye que la derecha es fundamentalmente reaccionaria. Por eso los grupos de derecha liberal fracasan, o son efímeros y no logran desplegar. El mundo al que representa la derecha es endémicamente hostil, ante todo, a la emancipación de los subordinados de la sociedad. Quiénes son esos subordinados puede cambiar a lo largo del tiempo. Ayer fueron los obreros, Más recientemente son los mapuches, las mujeres, los migrantes, la gente joven. En ese sentido, Kast encaja totalmente en los patrones reaccionarios de la derecha desde el siglo XIX, y en especial con la derecha nacida en las décadas de 1960  y 1970.

Los ropajes públicos de esta derecha se han armado en base a la defensa de lo tradicional, del razonamiento prudencial, contra lo extravagante, contra de las ideologías. Pero eso sólo es la apariencia, el gran temor de este campo es a la gente que dice: “Tenemos derecho a gobernarnos a nosotros mismos. Nos oponemos a la subordinación”. Para ese mundo esa es una crisis civilizatoria. Por eso lo realmente importante es la defensa de la jerarquía, y en esa lucha acuden a Platón y Aristóteles, pero también están dispuestos a hacer una revolución violenta contra los que se oponen.

 

La izquierda ante la derecha reacionaria

Un error grave de la izquierda, y que tanto el nuevo gobierno como la Convención Constitucional no pueden cometer, es minimizar el sentimiento de pérdida y los efectos emocionales que se producen en la base de apoyo de la derecha chilena. No se debe analizar como producto de la imaginación de esa gente. Psicológicamente es una experiencia real, aunque no sea una experiencia política concreta. Quién se siente, real o ficticiamente, en la cima de una jerarquía, y luego de un día para otro cree que va a estar en un nivel inferior, ve eso como una pérdida real, lo que toca un núcleo emocional concreto.

Estas personas, que experimentan la pérdida, no sólo son adineradas o magnates. Es gente de todo el orden social, que experimentan emocionalmente pérdidas reales de poder. Hombres mayores que se ven desplazados por jóvenes, mandos medios que temen la insubordinación de sus empleados, administradores de lo cotidiano que se sienten inseguros de un mundo que no les obedece. El varón dominante que ya no puede contar sus chistes machistas ni hacer sus bromas homofóbicas y dice que todo está yendo demasiado lejos y ya no pueden decir nada. La derecha siempre ha sido muy buena para aprovechar este tipo de sentimientos de pérdida. Abascal, Erdoğan, Putin, Trump, Zelenski, Kast, en este campo no hay grandes diferencias en la estrategia.

El genio del dominio de quienes poseen la mayor jerarquía del poder social es poder conectar su experiencia con los otros niveles, con personas que están no del todo en el fondo, las que sin ser excluidas, realmente no tienen ninguna posibilidad de ser propietarios o altos directivos de sus lugares de trabajo. Pero en realidad, al menos, sienten los pequeños privilegios de quienes mandan en el día a día, al menos en su casa, o en su pequeña oficina. El privilegio de una piel más blanca, el privilegio de la masculinidad, el privilegio de la edad, de vivir en una comuna menos pobre que la del competidor, el privilegio de ser chileno frente al vecino extranjero, el privilegio de ser “cristiano” frente a los “gays depravados”. Esta no es una experiencia que pase solamente por el bolsillo, ni por un mayor o menor ingreso al fin del mes. La derecha posee una larga tradición en esta capacidad de conectar con este tipo de emociones, y los más liberales de este sector, finalmente se acoplan con absoluta indiferencia ante estos hechos con total disposición a contradecirse a sí mismos, sin una pizca de vergüenza, porque esta corriente emocional es más fuerte que sus argumentos racionales y les atrapa a ellos mismos sin darse cuenta.

De allí que la herramienta de trabajo de la derecha siempre se haya orientado a generar hostilidad ante la razón, como base de todo el aparato del pensamiento contrarrevolucionario. Para eso, lejos de la defensa de lo que hoy existe, su potencia radica en prometer cambiar el mundo como es ahora, para volverlo a poner como “debe ser”. De allí su hostilidad hacia el mundo tal como existe. En núcleo utópico de gente como Johanes y Axel Kaiser, Diego Schalper, Teresa Marinovic no es meramente defensivo: lo que todo el día repiten es, nosotros, los de la derecha, vamos a imaginar un mundo diferente y vamos a crearlo.

De allí que la izquierda no puede despreciar las comunas que votaron por la derecha en esta última elección, no puede declara perdidas las zonas de la Araucanía o de Tarapacá donde arrasó la derecha. Sería una forma de elitismo que desprecia ese mundo como una “masa irracional” de la derecha. Esta nueva derecha radical, el partido republicano, es la mejor continuidad de la UDI original, que construyó instituciones y aparatos políticos electorales muy poderosos. Se vincula a la nueva “Derecha Cristiana” evangélica, que les da soporte e infraestructura en territorios críticos. Y poseen un liderazgo como el de JAK que no es despreciable. Su clave discursiva es dar vuelta retóricamente los argumentos. Lo que repiten es que “defender la soberanía no es ser racista, argumentar por la libertad no es xenofobia, defender al país no es ser fascista. Si nos llaman de esa manera es una insignia de honor”. Pero en la práctica, la cruda conducta que muestran no se puede llamar de otra manera que racismo, xenofobia, fascismo. Algo no cuadra cuando la descripción de una conducta ya no produce ningún efecto en quién la ejecuta. Es el mismo proyecto de los “amarillos” liderados por Warken, que convirtieron la acusación de indefinición en identidad claramente reaccionaria.

 

Las debilidades de esta derecha

Si bien parece que este adversario es formidable, también posee muchas debilidades. La más evidente es su crisis de paradigma para salir de la crisis. En el trasfondo de la situación chilena se anuda un alto nivel de insatisfacción y estancamiento en el crecimiento, que no ha sido resuelto por Piñera. El mercado parece trancado, mientras ya privatizaron todo lo que se podía privatizar, desregularon todo lo que pudieron desregular, ya han arrancado todos los frutos del árbol, y lo único que les queda es hacer talar el tronco y venderlo como leña. De allí su carencia de proyecto de estratégico de desarrollo. No hay nada de futuro que puedan ofrecer.

A la vez no tienen nada que decir a quienes si tienen mucho que ganar en el proceso de cambios. No tiene nada que entregar a quienes buscan formas de salir de la segregación social, que no sólo están en los sectores más pobres de la sociedad. Es fácil para la derecha actual quedarse en el rincón de la defensa de su identidad. Pero en el actual contexto, el futuro no se juega a fuerza de pura voluntad. En la década de 1970 bastaba con la fuerza militar y tenían un apoyo determinante que estaban dispuestos a usar, cueste lo que cueste. Hoy la realidad es bastante diferente, por razones internacionales y también por razones endógenas, que no siempre se ha sopesado adecuadamente.

El desafío político del momento, tanto para el éxito del proceso de la Nueva Constitución como del gobierno de Apruebo Dignidad radica en saber cortar los cables del circuito del “sentimiento de pérdida” que tratará de instalar la derecha. Esos cables unen al millonario de La Dehesa con el guardia de empresa que ve a sus vecinos como un enemigo. Es un lazo de complicidad entre el gerente de la forestal y el campesino pobre no mapuche, que ven a las comunidades indígenas a sus peores adversarios. Es el vínculo de confianza entre el dueño de la empresa de camiones y sus choferes, al reírse de los mismos chistes machistas y racistas. Es ese nivel de micropolítica del que se alimenta la derecha y romperlo puede ser la clave de éxito del proceso de cambios.

(*) Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.