Estados Unidos ¿un país bananero?… oportunidades latinoamericanas
Un país bananero es el que tiene un sistema político y económico que presenta rasgos de ingobernabilidad permanente, donde las leyes son desoídas, por defecto, con dificultades impera el estado de derecho y, generalmente, en términos de espacio geográfico global se encuentran en regiones como la latinoamericana continental, el Caribe, Asia y África, todas periféricas cuando se analiza desde el enfoque Sistema Mundo.
Si bien es un término muy peyorativo para caracterizar a un país, también podría indicarse que a esos países/estados se les denomina como “fallidos”, cuestión que permite intervención de diverso tipo, sea de poderes centrales o multilaterales, en más de una oportunidad acusando vulneración de los derechos humanos de sus habitantes.
No es el caso de EE.UU., pero… Con Donald Trump, desde el proceso electoral, se instalaron conductas políticas y discursivas que se encuentran más allá de la práctica habitual del sistema político norteamericano, cuestión que mantiene a la expectativa a la comunidad/sociedad internacional, ya que en cuanto Estado Superpotencia Global, la concreción de las mismas tienen impacto también global. Un hecho que ha convocado la atención de muchas y muchos es lo referido a la problemática migratoria, no sólo Latina sino que también del Medio Oriente. Lo mismo respecto de sus modos y formas para lograr los acuerdos económicos, donde el Tratado Transpacífico ha sido desechado de un plumazo por el mandatario, que a la postre recibía profundas y fundadas críticas.
Entre el nacionalismo económico que proyecta desde su campaña, el que busca la Nueva Grandeza de EE.UU., y su relación tensionada con parte del sistema político de su nación (demócratas, algunos republicanos y otros) y sociedad civil (desde migrantes, pasando por artistas y ahora la televisora global CNN español), se observan afirmaciones bien bananeras.
Un ejemplo es que Rusia intervino en la elección que permitió a Trump ganar y donde su yerno estuvo muy involucrado. Luego, que Obama intervino la telefonía de Trump, es decir, espionaje duro y puro. También se observa la voluntad explícita de ganar guerras, a propósito de la Nueva Grandeza norteamericana -o ¿mover la industria armamentista en la legalidad de un conflicto internacional?-, cuestión que explicaría aumentar el presupuesto en la defensa nacional, en desmedro de otros ítems.
Una cuestión que interesa, y que es bien contradictoria hasta el momento, es la voluntad de desmontar lo avanzado en el sistema de salud implementado por la administración anterior, el “Obamacare” de política pública, que sin perjuicio de los ajustes que siempre se deben realizar después de su implementación y ejecución, pareciera alcanza a un segmento de la población que se encuentra fuera de los circuitos de prestaciones de salud en el país del norte. Tanto así, que se informa que una de las alas más conservadoras del republicanismo, no entregó los votos en el Congreso para avanzar en esa medida, que, además, fue promesa de campaña. Fue un revés.
Se indicó hace unos días, que su desempeño con Angela Merkel, la canciller alemana, más su diálogo formal con el Congreso de su país, mostraron a un Trump, más contenido o domesticado, hecho que es valorado, sobre todo por los analistas Pro Nuevo Gobierno, cuestión que implicaría finalmente, lograr pertinencia en política interna como externa de su país. Pero, pareciera, que fuera de estar muy respaldado por una amplia base electoral (riesgosa situación), lo que importa es la existencia de una polarización política interna, no se observada anteriormente, y que no tiene claras posibilidades de esfumarse, sin perjuicio que disminuyan las protestas explicitas.
Desde Latinoamérica, ante este nuevo escenario, por contradictorio que parezca, se tiene una coyuntura favorable para redimensionar su rol estratégico, ajustando sus acciones ya formalizadas en foros multilaterales con el propósito de cristalizar en una propuesta hacia este presidente no bananero (quizás populista) y para los otros centros de poder global, sean estados o empresas multinacionales, como ya ocurrió con los análisis centro-periferias propios de la región refrendados posteriormente con la Teoría de la Dependencia, y como también sucedió, cuando se logró consensuar la idea/concepto/proceso de desarrollo sustentable. Ambas, se lograron en momentos políticos objetivamente poco favorables para la región.
(*) José Orellana es Doctor (c) en Estudios Americanos Instituto IDEA, USACH y académico de la Escuela de Ciencia Política y RR. II. de la U. Academia.