¿Estamos viviendo el fin de la transición pactada?
Los acontecimientos que se vienen sucediendo en el país desde hace un año, a esta parte, dan muestra de claros síntomas, que el modelo de Transición Pactada hacia la democracia, está definitivamente agotado. Las demandas de los movimientos estudiantiles, la crisis al interior de la Concertación, las divergencias, inclusive en la alianza de gobierno y muchos otros síntomas largos de enumerar, nos estarían demostrando el agotamiento de un ciclo histórico, que no resiste a la lógica de sus motivos fundantes, en tiempos que son claramente diferentes a los orígenes de este pacto, muchas veces cuestionado.
El país, ha sido manejado durante 20 años, con la lógica de una gobernabilidad sistémica y con un muy bajo perfil de elementos propios de una autentica gobernabilidad democrática. La transición, estaba estructurada para contener los desbordes que eran temidos, y eso significó, exclusión de la ciudadanía, de partidos y movimientos políticos, de medidas que pudieran fomentar una mayor participación. Todo esto sustentado en una Constitución con claras definiciones antidemocráticas. El sistema binominal, la estructuración del poder político son expresiones propias de una democracia protegida.
Hoy, las condiciones son francamente diferentes y los últimos acontecimientos políticos y sociales así lo demuestran: la agonía del pinochetismo y el reconocimiento de muchos actores, que en algún momento estuvieron con la Dictadura Militar y que hoy lamentan y reconocen la cruel violación de los Derechos Humanos.
La Democracia chilena ha demostrado, que carece de un liderazgo político entre los partidos de origen democrático, que puedan hacerse parte consciente de la necesidad de cambios desde nuevas perspectivas. En muchos sectores de la Concertación y también de la izquierda que está fuera de ella, no se logra articular una propuesta sin exclusiones, para formar un movimiento similar a lo que significó el NO: es decir, una posibilidad de unir voluntades para dejar atrás esta democracia protegida y mantenida por un pacto, que mas allá de las discusiones, se muestra incapaz de darle al país una gobernabilidad democrática y que sólo puede ofrecer soluciones de escasa eficacia.
De no lograrse, seguirá aumentando la frustración y en vez de más democracia, se dará más represión, más control de la autoridad que, a la larga, será incapaz de contener las legítimas demandas de la ciudadanía y las nuevas percepciones que esta tiene de los derechos y de la necesidad de una nueva democracia. Es decir, gobernabilidad democrática versus gobernabilidad sistémica
Si bien se puede reconocer un cierto retroceso del pinochetismo valórico que justificaba con argumentos inaceptables, la violación de los derechos humanos en su dimensión más cruel, hoy persiste el pinochetismo económico. Es decir, el modelo económico que ha dado lugar no sólo a una vergonzosa desigualdad en el país, sino, además a un grado de corrupción económica existente que vinculan a grandes empresas, poniendo en cuestionamiento, incluso la concepción empresarial de la universidad.
El país quiere remplazar esta democracia neoliberal por una democracia solidaria. Quiero insistir, en el significado de este concepto: la democracia hacia la cual debemos avanzar, debe garantizar la autodeterminación de las personas en todos los ámbitos de la vida. Para esto se requiere una organización solidaria, de carácter estructural que involucre al Estado, para que éste pueda corregir y controlar todas las distorsiones que produce el actual concepto de libre competencia y pueda cumplir su rol de coordinar la igualdad de derechos con una efectiva igualdad de oportunidades. En consecuencia, una democracia solidaria, debe coordinar el interés social, los derechos sociales, con los derechos individuales. Ese modelo de democracia debe ser el auténtico motor, de una sociedad civil que hoy se está expresando y organizando y que busca ser solidaria.
El país, no avanza hacia una crisis: el país está en crisis. Su democracia está en crisis, por la incapacidad que tiene el modelo, de resolver la libre expresión de los ciudadanos. Democracia que fue pensada para que no suceda nada distinto, de lo que estableció la transición pactada y que, claramente, está llegando a su fin. Democracia sin ciudadanía y sin soberanía popular no puede ser Democracia.
*Director Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales U. Academia de Humanismo Cristiano.
Artículo publicado en El Mostrador