Haciendo lobby para que el lobby no pase piola
Lo que no está regulado no es ilegal, esa es la consigna. A falta de código ético la ley del más voraz, la del que no pestañea, es la que vale. El que no saca provecho de los ilusos es un gil.
Pero, ¿por qué no, sumado a las compartidas demandas ciudadanas, se exige la regulación del lobby? Esto es “cualquier acción deliberada destinada a influenciar una decisión o curso de acción en favor de una parte interesada”, también conocido como cabildeo (diálogo de pasillo).
El tema es complejo, lo han señalado varios académicos y pocos políticos. El regularlo implicaría entrar a la matriz oculta de la negociación entre cuatro paredes, develar años de “arreglines”, de acuerdos de pasillo, protagonizados por personeros de gobierno, muchos de ellos elegidos por voluntad soberana, que han terminado (o comenzado) convirtiéndose en lobbistas de las empresas privadas, que en algunos casos tuvieron que fiscalizar, desde las diversas carteras donde se desempeñaron. Con una ley de lobby sensata, eso no ocurriría, o al menos no con el descaro de hoy, porque el representante tendría que explicar el cómo tal o cual proyecto llegó a “privilegiar” determinados intereses y no los de la ciudadanía, además tendría que explicar qué grupos de presión participaron en ese proceso.
El lobby está regulado en Estados Unidos desde 1890 y se encuentra plenamente codificado desde 1946. Posteriormente, se han hecho modificaciones basadas en enmiendas, pero lo sustancial ya tiene más de una centuria, ¿será por algo?
Con la enormidad de eventos de los últimos días, poco se ha dicho sobre esta materia. Es cosa de imaginar lo que debe estar pasando tras bambalinas, las llamadas que deben estar haciendo a nuestros representantes los dueños de los bancos, los gerentes y dueños del retail, de mineras, de casas comerciales (que también tienen bancos), para que no se aprueben, retrasen o modifiquen para su propio interés los proyectos comprometidos: baja de tasas de interés, regulación del lucro y tanto otro anuncio en tan poco tiempo que parece que el cambio sí llegó de verdad.
La apatía con la cual se ha tratado y desplazado la discusión y posterior aprobación de la regulación del lobby muestra la enorme dificultad que tiene la clase política para demostrar transparencia en actos públicamente concretos. Tendrían que dejarse de lado años de negociación entre dos bandos que al parecer los convirtieron en similar, en ese proceso afianzaron lazos a tal punto que construyeron una espiral de silencio que hoy cae por su propio peso, y no parece haber argumento que la sustente.
Se necesita urgente una ley de lobby. Así no se podrá hacer lobby por las tasas de interés, el binominal, las termoeléctricas, el royalty, los impuestos. Esto es absolutamente transversal, pues es la transparencia de los hombres de estado lo que está en juego, y con ello la democracia que construimos. Es necesario ver la cara del político y saber verdaderamente para quien legisla ahora o para quien trabajará una vez que termine su periodo.
* Pablo Zúñiga es académico de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Columna publicada en Quinto Poder (07/09) Vea Aquí