J.R.R.

J.R.R.

Por Hugo Osorio (*)

Ayer murió Juan. Y tenía razón. En Latinoamérica la vida dura poco. Y Chile se convirtió en un país de borregos. Y nos importa un verdadero pito los degollados y los desaparecidos (la palabra honestamente dicha es bella, aunque queme…) ¿Todavía hay tiempo para escribir y decir las cosas que a nadie importa?

Juan vivió en la urgencia. En el amplio sinsentido del término. Sabía que lo que destruía la vida no era la muerte, sino la indignidad. Y que nuestro teatro era precario e intrascendente. Pero que por eso EXISTE. Solo se combate la premura con la emergencia.

Hace más de veinte años que una imprudente le preguntó acerca del temor a la muerte:

-Me gustaría conocer la muerte de puro copuchento, ver cómo es la cosa, aunque creo que no existe absolutamente nada y que no me voy a encontrar con nadie. Uno se deshace, todo esto se acaba, ¿cómo vas a reconocer sin memoria, sin voz, sin nada? Allá no hay caminos ni señales, se termina todo. Es espantoso, pero es una solución buena. Ahí vamos a ver si encontramos a Dios, y si no está en la vida ni en la muerte, recién vamos a darnos cuenta
– ¿Pero cree en penaduras?
-Parece que son las vibraciones de los vivos. A mí me gustaría que fueran señales de otra vida… Si así fuera, me encantaría venir a penar y a tirarlos de donde sea.
-¿A quiénes penaría?
-A todos los que me han criticado mal.

Querido y odiado Juan. Hemos sido tus peores detractores.

 

* Hugo Osorio es director de la Escuela de Teatro de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.