La Constituyente y la tragedia de Orfeo

La Constituyente y la tragedia de Orfeo

(*) Por Álvaro Ramis

Columna publicada en Le Monde Diplomatique

El plebiscito del 25 de octubre va a quedar en la memoria como un momento clave para entender la historia de Chile, y su división en clases negada por el mito fundacional de la independencia, que creó desde la nada una Patria Nueva, única y homogénea. Condición que además quedó oculta por las nuevas formas de explotación política y económica posteriores a 1990. Las tres solitarias comunas donde ganó el Rechazo, aisladas del 80% de la población, evidencian la contradicción crucial que explica la identidad más profunda del país.

Pero el masivo triunfo de quienes han impulsado el cambio de la Constitución de 1980 corre el riesgo de esfumarse políticamente si su enorme fuerza e impacto no se logra canalizar institucionalmente. El momento “destituyente” ya ha terminado. Ahora comienza un momento mucho más difícil, orientado a Constituir un nuevo orden institucional. Para entender esta dinámica se puede recurrir a una metáfora, que permite interpretar los enormes desafíos por venir.

Cuenta la mitología griega que Orfeo, hijo de Apolo, perdió a su esposa Eurídice al ser mordida por una serpiente.  Consternados, los dioses lloraron con él y le permitieron descender al inframundo a buscar a su amada. Después de sortear muchos peligros llegó hasta ese lugar, donde Hades y Perséfone, dioses del mundo de los muertos, se apiadaron y le permitieron rescatar a Eurídice. Pero le impusieron la condición de que él caminase delante de ella y no mirase atrás hasta que hubieran alcanzado el mundo superior y los rayos de sol bañasen a la mujer. Orfeo no volvió la cabeza en todo el trayecto: ni siquiera se volvía para asegurarse de que Eurídice estuviera bien cuando pasaban junto a un demonio o corrían algún peligro. Así Orfeo y Eurídice llegaron finalmente a la superficie. Entonces, preso por la ansiedad, o el temor, Orfeo volvió la cabeza para ver a su amada, pero ella todavía no había sido completamente bañada por el sol, y aún tenía un pie en el camino del inframundo, así que se desvaneció en el aire, y esa vez para siempre.

​Esta antigua historia sirve para entender el momento que deberán enfrentar los actores políticos que buscan el cambio constitucional en esta nueva etapa. Después de largas fatigas y tormentosas dificultades, por fin se logrado llegar a fondo, al inframundo del infierno constitucional, donde permanecía prisionera la potestad soberana y constituyente del pueblo. Con el plebiscito del 25 de octubre se la ha liberado y ha comenzado un viaje de retorno al mundo de la vida cívica, después de tantas peripecias.

Nuestro Orfeo sabe perfectamente cuales son condiciones, sine qua non, a las que debe atenerse para llegar a la meta: 1. Articular social y políticamente a las fuerzas transformadoras 2. Asegurar la participación de pueblos originarios mediante escaños reservados 3. Sumar independientes en las listas 4. Llevar dirigentes sociales y expertos 5. Exigir que sea un proceso constituyente abierto a la ciudadanía. Sabe muy bien que no puede volver la mirada a los políticos tradicionales, no puede fragmentar ni dispersar su votación en una infinidad de listas a la Constituyente, está plenamente informado que debe dar garantías a los pueblos originarios, conoce perfectamente las condiciones a las que debe atenerse para garantizar la representación de independientes.

Además, ya se le ha advertido que el estallido social que restituyó el poder constituyente a la ciudadanía puede quedar en nada si los sectores que apoyaron el Apruebo no construyen unidad en el discurso y en el proceso electoral para elegir los Convencionales, llegando incluso a tener minoría si quienes apoyaron el Rechazo van unidos.  Al respecto vale la pena recordar que la dispersión de los votos será el factor más determinante en este proceso. Luego de tantas vicisitudes, de tantos años de demandas y procesos truncados, Eurídice puede desaparecer para siempre, justo en el momento culminante.

Los peligros de Eurídice

¿Por qué nuestro Orfeo, a pesar de conocer tan claramente estas fatales consecuencias, puede dar vuelta su mirada? La experiencia y la literatura política muestran que Robert Michels tenía algo grado de razón cuando formuló su “ley de hierro de la oligarquía”, para denominar los “problemas de agencia” en la política, que se han agravado en las últimas décadas. Se trata de la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Si bien este dilema no puede ser erradicado totalmente en el marco de una democracia representativa, la idea es siempre minimizar sus efectos y actuar contra-tendencialmente para disminuir su impacto.

El problema básico de la política representativa es asegurar que los dirigentes partidarios, parlamentarios, administradores y gobernantes, actúen en interés de los ciudadanos que les votaron. Se traduce esto en un “problema de agencia” que surge porque los intereses de los políticos o administradores divergen de los de los ciudadanos a los que representan. El problema radica en que los compromisos y las conductas óptimas que los ciudadanos esperan de sus dirigentes no se pueden prestablecer contractualmente. El voto por una persona implica necesariamente la delegación en ella de responsabilidades y facultades. Por más que la persona electa tenga un deber de diligencia y lealtad con sus electores, la experiencia indica que sólo es posible ejecutar un control de su cargo al fin de su mandato, reeligiéndola o revocándola. Pero en el transcurso de su período es “dueña” de su mandato.

Más allá de una manifiesta mala voluntad en el ejercicio de un cargo, esta situación abarca a las dos partes, elector y elegido, ya que no pueden describir y pactar anticipadamente todas las innumerables decisiones y acciones que se deberán tomar y resolver en el ejercicio del rol institucional. Es cierto que un programa electoral puede fijar eso en abstracto, pero es difícil de determinarlo en concreto, especialmente por los indeterminados casos reales y las inciertas decisiones particulares que el representante deberá enfrentar, especialmente en un campo acotado de opciones en el que actúan los distintos actores, limitados correlaciones de fuerza y variables emergentes, no previsibles ni controlables.

La crisis de los partidos políticos radica en que en la actualidad, lejos de contribuir a disminuir estos problemas de agencia, los agravan. No siempre eso fue así, y hay experiencias históricas que contradicen este diagnóstico.  Pero en este momento la evidencia chilena muestra que no seleccionan a los más aptos, sino a los más leales y disciplinados, concentran lo recursos políticos y económicos para copar los cargos, y despliegan redes de lobby y recursos para blindar decisiones que no benefician a sus electores.  Por eso, a pesar del riesgo de “matar a Eurídice”, no es esperable que los Partidos puedan optar por compartir el poder de forma espontánea y voluntaria. No es esperable que se sienten a negociar de igual a igual con personas que desconocen y desdeñan, y abran el sistema político que les beneficia.

¿Cómo salir del dilema?

 Una exigencia inmediata es aislar, separar, y desvincular la constituyente de la política electoral convencional. La elección de Convención Constituyente no puede funcionalizarse a la competencia por cargos electorales a nivel local, regional, y nacional que viene en el mismo período. Es demasiado importante el Proceso Constituyente como para subsumirlo a unas municipales, o incluso a unas presidenciales.

En segundo lugar, es el momento de ensayar mecanismos de selección de candidatos y confección de acuerdos electorales que superen los vicios a los que estamos acostubrados en cada elección cotidiana. Es el momento de diseñar cortafuegos que permitan dotar a la Constituyente del espacio político que le permita realizar sus objetivos. Para ello es posible empezar a diseñar y aplicar mecanismos innovadores, que permitan hacer efectiva la responsabilidad política de los Convencionales a la Constituyente. Estos mecanismos pueden incluir el referéndum revocatorio de mandato, el voto programático, las consultas ciudadanas digitales, la iniciativa popular de ley –en este caso la iniciativa popular constituyente , el derecho de petición, la redacción de programas constituyentes en formato wiki. Estas herramientas deben ser diseñadas sin esperar su institucionalización, ya que dados los plazos es inverosímil que ocurra. Sin embargo, ya se han ensayado en Chile las primarias ciudadanas autogesionadas y mecanismos de plebiscitos ciudadanos similares.

Este es el momento de generar formas de contrato “ético” con los candidatos y candidatas a la Constituyente, que sean realistas, pero al mismo tiempo vinculantes de su mandato. Esta es la oportunidad de ejercitar formas de democracia directa y semidirecta, que los Cabildos ya empezaron a implementar durante el estallido social de 2019.  Sólo de esa forma se garantizará que nuestra Eurídice, secuestrada por tantos años, logre la libertad que se merece.

(*) Álvaro Ramis. Rector de la Universidad Academia de Humanismo Crsitiano.