La Crisis del Abandono y Revuelta Social: Una Perspectiva Feminista
(*) Por Claudia Arellano Hermosilla
Columna publicada en Pagina19
La Crisis del abandono, que estamos viviendo hoy en Chile, responde a diversas causas, entre ellas, un descontento acumulado de aplicación de un modelo neoliberal « la mejor versión latinoamericana » inescrupuloso y bárbaro. Esta crisis responde a una profunda desigualdad social, en educación, salud, pensiones, transporte, daños medioambientales producto de una economía estractivista, inequidad en los derechos de las mujeres, violación a los derechos de los pueblos indígenas, privilegios de una clase política, etc. etc. etc…
El pueblo está descontento, se siente abandonado, es infeliz y eso duele. Lo cierto es que el pueblo, por una u otra razón, se siente abandonado por el sistema. Un gran segmento de la población ha crecido en la violencia y, de acuerdo a sus propias consignas y graffitis, consideran que el uso de la violencia es legítimo, pues han sido abusados durante décadas.
Pero, también esta crisis se ancla en factores más profundos, son históricos e incluso inconscientes. Entonces, las preguntas que quisiera plantearles ¿De dónde viene el abandono? ¿El abandono es una ausencia o una pérdida? ¿Será que esta crisis, nos está develando todo el abandono del cual hemos sido construídos?
El abandono como ausencia: mecanismo de desviación
La pérdida genera sentimientos de ausencia, pero ésta última no depende de una pérdida pues puede acontecer al margen de un evento fundante. En términos simples, no se puede perder lo que nunca se ha tenido. El historiador Dominick LaCapra, sostiene que la ausencia es la falta de un absoluto, el que no debería ser absolutizado o fetichizado. En dicha línea, los mitos fundacionales, ya sean los que se relacionan con el origen de lo individual, lo comunitario nacional son en verdad una respuesta a una ausencia, más que a una pérdida. Sin embargo, a menudo en esta dinámica de desplazamientos mutuos, la ausencia es tratada como pérdida, lo cual lleva a incrementar las posibilidades de una nostalgia extraviada. Vale decir, cuando la pérdida se convierte, o es articulada mediante una retórica de la ausencia, se enfrenta el impasse de una melancolía interminable, un duelo imposible, en donde cualquier posibilidad de enfrentar el pasado y sus pérdidas históricas colapsa o abortan prematuramente. Lo que sostiene LaCapra, es que este mecanismo de traslación de la pérdida en ausencia conlleva a evitar lo histórico, al transformar las pérdidas concretas en ausencias etéreas, lo que sirve a propósitos políticos para no enfrentar las pérdidas históricas al ubicarlas bajo un manto generalizado de ausencia, porque ésta posee, una naturaleza transhistórica lo que convierte en irrelevante las demarcaciones histórico-temporales. La pérdida, en cambio, se asienta totalmente en lo histórico, el pasado es su escenario y por tal motivo está siempre inscrito en un evento específico que involucra pérdida de vidas y culturas, y como tal, dichos eventos pueden ser visitados, reactivados, e interpretados con miras a transformar el presente y el futuro. Por tanto, al trasladar pérdidas concretas al ámbito de la ausencia, lo que se logra es normalizar las faltas y vacíos para evaluarlos como inevitables, parte rutinaria y regular de la existencia. Siguiendo esta lógica, la pérdida con frecuencia se confunde con la “carencia”, esto es, la sensación abrumadora de que algo que debería estar y ya no está, lo que puede conducir a intentar compensar dicho vacío recurriendo a múltiples mecanismos, los que posponen indefinidamente en encuentro con la pérdida real.
Ahora bien, el encuentro con la pérdida real – según Heidegger – expresa el miedo al vacío. En tal contexto, la ansiedad que convierte a la ausencia en pérdida logra definir la raíz del temor y puede proponer un alivio posible. Por el contrario, la ansiedad que transfiere la pérdida a una ausencia, solo encuentra el vacío (de constitución identitaria individual o grupal), lo que genera un deseo por evitarlo. Este mecanismo de desviación, que ha hecho posible entender el abandono como ausencia, es el hilo que debemos reponer para comprender dónde se encuentran nuestras pérdidas reales y abandonos históricos.
En este contexto de crisis, los lenguajes simbólicos no atenidos a ordenanzas de “logicidad”[1], se presentan como los medios idóneos para comprender la revuelta del país, “Chile despertó”, exclama el pueblo a todo pulmón.
Si Walter Benjamín desplegó las estrategias del “montaje” para pensar tiempos de crisis y quiebre de sentidos, parece adecuado plantear la pregunta de la Crisis del abandono, y poder permanecer en el espíritu del “derecho a contar”, como medio para lograr nuestra propia colectividad, y para esto necesitamos revisar nuestros mitos de pertenencia, nuestro sentido de ciudadanía y “estar de pie” como ciudadanos activos, y no mantenernos alejados de las estrategias estatales de exclusión y discriminación “enmascaradas por sus promesas de igualdad y democracia formal y procesal”, como diría Hommi Bhabha.
Este estar de pie, implica –entre otras cosas- realizar un acto de relectura, lo cual nos obliga a comprender el pasado, conjugar Materia y Memoria, permitiendo conectar la importancia histórica “del abandono” desde una perspectiva colectiva.
Hoy en día, las múltiples consignas, relatos y lenguajes que podemos observar en las marchas y manifestaciones, se están haciendo cargo de narrar esa pérdida, que se traduce en abandono, muchas veces reapropiándose de códigos culturales que fueron blanqueados de sus marcas populares, para servir a los proyectos nacionales y a la construcción del Estado Nación.
El escritor Ernesto Garrat, en una entrevista publicada recientemente señala:
“Mi origen es de la pobreza extrema. Mi madre, una madre anciana, fue soltera. No se casó, ergo, soy huacho, no tengo padre… Con mi madre enferma vivimos 20 años de allegados, es decir, de casa en casa, de techo en techo… Esta viejita es mi madre. Ella, detrás de su máscara de oxígeno, está llorando porque sabe que se va a morir y me va dejar solo en este Chile cruento y espartano que pertenece al 1%. No puede decírmelo con su voz. Apenas puede respirar. Me lo escribe temblorosa en un cuaderno verde con su último aliento:“Cuídate hijito que nadie más te va a cuidar aquí”(02.11.2019, CNN)
En Chile: origenes de la crisis del abandono
Es necesario aquí remontar a nuestra historia como Huachos[2], abandonados por el padre, surgiendo de esta manera la figura de la madre sola. Sonia Montecino, en su emblemático libro Madres y Huachos, analiza la díada madre-hijo, que es determinante para entender cómo se funda nuestra identidad del abandono en América Latina, la cual estaría fundada en un vacío simbólico del pater que, en palabras de Montecino, este modelo puede ser ocupado por figuras violentas como el militar, el guerrillero o el caudillo.
La otra figura de la díada familiar nacional -la madre soltera- destacaría la situación de abandono de la mujer indígena por parte del padre español, que se transformó en un ausente. Esta noción de huacho que se desprende de este modelo de identidad, de ser hijo o hija ilegítimos, gravitará en nuestras sociedades, hasta nuestros días, ya que el problema de la bastardía, atraviesa el orden social chileno, transformándose en una marca definitoria del sujeto en la historia nacional.
Durante la época colonial en Chile, siguiendo a Montecino, la movilidad de los hombres de una parte del país a otra (ya sea por la guerra de Arauco o por actividades agrícolas o mineras), también habría reforzado este modelo de familia donde la figura del padre es un vacío y donde la madre permanecerá sola.
No es muy distinto a comienzos del siglo XX, época que está marcada por la urbanización de las ciudades, donde las mujeres comenzarán a trabajar como obreras y los huachos crecerán en los conventillos. Para Gabriel Salazar, este proceso de constitución de la familia proletaria no se constituyó bajo la estructura canónica de la familia tradicional, ya que el alcoholismo paterno, la prostitución de las hermanas, compelía nuevamente a los hijos a abandonar el hogar. De esta manera, el núcleo primario, se constituye bajo la ausencia del padre y en el espacio de la identidad colectiva. Desde esta perspectiva, Jorge Guzmán, agregará que la Patria es más precisamente una Matria, no el lugar donde reina el padre, sino el territorio de la madre. Como vemos, el corolario de la tragedia del abandono, está centrada en la ausencia del padre, con él no hay fundación de orden ni de sentido y su ausencia es, moralmente repulsiva, como sostiene Guzmán « el padre es siempre un espejismo, como el agua de los desiertos. O más precisamente, es siempre el lugar vacío».
El conflicto irresoluto de la Patria
Como vemos, la política del abandono, ha sido un tópico insistente en nuestra constitución colectiva. Ahora, habría que analizar ¿cómo el conflicto irresoluto con la figura paterna (vacía y ausente) se transmuta a la instalación de la Patria[3]?, la cual se consolida en los procesos políticos del Estado Nación, que esconde una gran dificultad: señalando que el orden original es patriarcal, señorial y guerrero.
Todo el siglo XIX latinoamericano aparece atravesado por el problema de definir una idea de Patria para configurar la “Nación”, de otorgar soberanía a los nacientes Estados Nacionales.
Ahora – según Carol Pateman- cuando se representa a la Nación se le suele transferir una estampa de mujer, es decir, se recurre a la metáfora de la mujer como Nación que tiene como contraparte, la idea del Estado como un ente masculino. La noción de Estado -en la modernidad- se construyó conforme a los derechos del hombre –entendido como tal y no como metonimia de humanidad- en concordancia con un “contrato social” fundamentado en la “fraternidad masculina”. De esta forma, como afirma Pateman, las mujeres quedaron excluidas de este contrato y de la ciudadanía inherente a él, y los varones incluidos en su capacidad de miembros y representantes de la familia, conformándose de esta forma el Estado. Por su parte, la Nación se refiere a la dimensión de la reproducción y continuidad –tareas de mujeres- en los sentidos biológico, cultural y simbólico. De esta manera, Natividad Gutiérrez, sostiene que se va constituyendo la diada Mujer/Nación, que evoca una unidad étnico-genealógica. La Mujer/Nación, es la mujer tutelada por el Estado, y como Madre de la Nación –su misión reproductora-, el cuerpo de la mujer imaginaria se vuelve el cuerpo de la Nación construida. Esto se ratifica con lo señalado por Bengoa “La Nación en todas las definiciones está ligada a un territorio, a la Tierra, a la femineidad mítica por excelencia. Pacha Mama, Ñuque Mapu, Madre Tierra, cuna de las naciones”.
De esta manera, se trata de resolver la representación paradigmática con un nuevo padre, el Estado-nación, que va a reforzar la representación colonial del lugar vacío del padre (dado el abandono de este), y es a partir de allí que el Estado-Nación propone su paternidad protectora.
Esta crisis del abandono que vivenciamos hoy, despedaza la mordaza impuesta por el referente histórico, como son las formas de organización jerárquica de la autoridad patriarcal y neoliberal, cuestionando e interpelando las acciones de dominio que establece la institución del Estado en tanto “padre ausente”.
La radicalización del abandono, producto del neoliberalismo
Una de las primeras medidas importantes adoptadas por la dictadura de Pinochet fue establecer una política de desarrollo regional neoliberal, a través de una reorganización política y administrativa del país. Los objetivos de estas reformas fueron transformar los territorios con importantes recursos naturales, como el sur de Chile, en regiones formadas por centros de exportación de materias primas.
La política del régimen militar se basó en reformas estructurales liberales (privatización, desregulación, modernización de los mercados de capitales, política fiscal rigurosa, reforma de la legislación laboral, entre otros). Estas reformas fueron promovidas e implementadas por los “Chicago Boys”, un grupo de economistas de las elites chilenas, algunos de los cuales fueron a estudiar los “beneficios” de este sistema económico en los años 50 y 60 en la Universidad de Chicago.
Es a partir del año 1975 que la dictadura cambió el papel del Estado en la economía, en tres grandes ejes: a) privatización de los asuntos y servicios sociales; b) Desregulación estatal de los precios y actividades económicas generales, c) Política comercial abierta con incentivos y facilidades para la diversificación de las exportaciones y la facilitación de la inversión extranjera.
Hoy en día con la actual crisis social, distintas organizaciones y movimientos han tenido un rol clave en posicionar una mirada crítica al modelo neoliberal impuesto por el Estado, denunciando situaciones de injusticia y desigualdad. Lo que se ha traducido en formas de acción política, como cabildos, asambleas, conversatorios, ha sido «la participación de miles de trabajadores y trabajadoras en masivas marchas y acciones abiertas de rechazo a las políticas neoliberales aplicadas en nuestro país por decenas de años que han mantenido la acumulación capitalista », y la consigna se repite « hemos sido sistematicamente abandonados » (Declaración de la Central Clasista de trabajadoras y Trabajadores, 22.11.2019)
Este abandono de la ciudadanía por parte del Estado, es producto del fundamentalismo neoliberal global -y en el caso chileno en particular- de una memoria del terror, producto de la dictadura, tornando el abandono en un sentimiento de “ausencia”, como diría LaCapra, que desestabilizó el carácter constitutivo de la colectividad. Ello habría dado lugar al surgimiento de un trauma social, el cual respondió mediante un absolutismo ideológico asentado en lo económico “la utopía neoliberal”, la cual ya no necesita de un “Estado Protector” para gobernar. En este escenario, el sentimiento de ausencia y de carencia es compensado con la omnipresencia del mercado y la absolutización de lo individual.
Siguiendo estas premisas, Ulrich Beck, señala que el empleo precario como consecuencia de la individualización del trabajo, conllevó el peligro de destruir el tejido social y la comunidad debido a las políticas neoliberales implantadas por los gobiernos de turno en las décadas del 70-80, que olvidaron su responsabilidad dentro de la sociedad. Es el hecho de que el mercado neoliberal, se ha convertido en el articulador de la sociedad nacional, impulsando la economía a través de la autorregulación y la libre competencia, asumiendo el papel -abandonado por el Estado- de un distribuidor de servicios, que provocó una ruptura en la relación Estado/Nación, generando un vínculo (competencia) entre individuos y consumidores « libres ». Zygmunt Bauman, por su parte, sostiene que la transición de una modernidad sólida – estable, repetitiva – a una modernidad líquida – flexible, inconstante – ha modificado las estructuras sociales, en la cual los sentimientos que dominan hoy, son la incertidumbre, la inseguridad y la vulnerabilidad social. Según Bauman, esta es una precariedad muy particular, porque estaríamos en presencia de una inestabilidad asociada a la desaparición de los modelos sólidos que fueron instalados como nuestros referentes: este estado sólido ha mutado hacia un estado líquido, para finalmente desaparecer. Es así como la responsabilidad de antaño recaía principalmente en el Estado, cediendo ese protagonismo a una sociedad de consumo, que materialmente y discursivamente promueve, como sostiene Bauman, la oferta de mayor autonomía y variedad, que estructuralmente se sostiene en el placer, más que en el deber, una sociedad de consumo que se asienta sobre todo en su capacidad de crear deseos, generando insatisfacciones efímeras, pero constantes.
Esta crisis del abandono, nos permite comprender la confluencia de representaciones materiales y simbólicas de antaño, que data de la época colonial, donde el padre abandona a sus huachos, al igual como lo hizo más tarde el Estado, que una vez instalalada su política patriotica de identidad nacional, abandona a su pueblo al libre albedrío del mercado.
Esta crisis, que recoge la energía del pasado y que resurge en el presente con la revuelta del 18 de octubre, removiendo nuestros orígenes del abandono, asumiendo la raíz de la invención de la ausencia, que se origina en el posicionamiento del abandono como pérdida del pather protector, lo que implica instalar al Padre como pérdida absoluta y real.
Esta crisis es una poderosa fuerza que nos incita a la acción, reapropiarnos de un nueva narración que no sigue las reglas de la lógicidad, demostrando en las marchas y en las calles un cambio radical en las políticas de exclusión social y de los procesos homogeneizadores de integración de los Estados Nacionales.
Es el tiempo de la pulsación temporal, como señala Lacán, que llama al sujeto a hablar en tanto que sujeto y no estar obligado a olvidar, porque hoy más que nunca, la identificación problemática de un pueblo, se vuelve visible. Repensar, discutir y “polemizar” la historia es alterar el orden canónico y patriarcal impuesto por el discurso oficial, para cuestionar, poner en duda y enunciar de nuevo, mostrando los reveses de lo que aparece como verdadero e irrefutable.
[1] Para Hannah Arendt, la Logicidad, es la derivación directa del pragmatismo del pensamiento filosófico occidental.
[2] La palabra “huacho”, que proviene del quechua Huachuy, literalmente significa, cometer adulterio. Esta palabra se refiere tanto al hijo ilegítimo como al huérfano.
[3] La Patria, es la tierra del padre. Está asociada con el patrimonio, al patriarca y al patrón.
(*) Antropóloga UAHC, Magíster en Estudios Latinoamericanos