La Iglesia Católica y la diversidad

La Iglesia Católica y la diversidad

* Por Luis Pacheco

Nuevamente aflora una controversia al interior de la Iglesia, por el desencuentro que se produce entre tres conocidos y valorados sacerdotes de la iglesia chilena -José Aldunate, Felipe Berríos y Mariano Puga- con el Arzobispo Monseñor Ezzati. Este conflicto parece tener su raíz más profunda entre la valoración y el reconocimiento de la diversidad de los hombres y sus culturas, versus posiciones tradicionales que tienden a ser más hegemónicas.

El tema de la diversidad ya está planteado en el Concilio Vaticano Segundo, al definir y reflexionar  lo que se debiera entenderse, como Pueblo de Dios. Ese Pueblo de Dios, en la visión del Concilio está constituido por creyentes, no creyentes o creyentes en diversas opciones, es decir,  todos los seres humanos en general, en palabras del Concilio.  Es decir, el ser humano es igual en dignidad, y la diversidad hace parte constitutiva de la esencialidad del ser humano; con todos los derechos y obligaciones que ello implica. Esta es una de las diferencias de criterio que se establece entre los sacerdotes ya mencionados, que valoran esta diversidad versus la tendencia hegemónica, que tiende a ver al ser humano, como una expresión histórica común y por lo tanto con una visión integrista de lo que este ser humano debe ser.

Entra en este  juego, en este debate, lo que estamos entendiendo, o lo que debiéramos entender,  como dignidad humana y desde ahí que los sistemas éticos y democráticos, buscan cada día con mayor intensidad fortalecer los derechos políticos, sociales, morales, culturales, económicos y otros. Por lo tanto, en reconocimiento de la vida y de las condiciones para ella, con todo lo que esto implica, es la base del acuerdo entre los seres humanos para la constitución de una sociedad en la cual el pluralismo, en todas las dimensiones, se encuentra respaldado por el concepto del respeto a la diversidad y a la dignidad del ser humano.  Estos conceptos no son opuestos a la idea de identidad, porque la identidad,  sólo es posible en medio de la diversidad, lo contrario es promover la hegemonía valórica como  forma de ser y esto es promover sociedades homogéneas con valores hegemónicos.

La dignidad humana no puede ser menoscaba si se pretende poner límites a la vida plena.  En consecuencia, cualquier doctrina que proponga el sometimiento del otro o la segregación del otro, con su correspondiente marginación, es una forma de violencia explícita o implícita, que debiera estar por fuera de una democracia que reconoce los valores de la pluralidad de la diversidad y la dignidad. Obviamente debería estar excluida al interior de cualquier comunidad, sea cual sea su origen, sea cualquiera su propósito.

La lucha de los tres sacerdotes mencionados, en diversos momentos de la historia de nuestro país, ha sido en torno, fundamentalmente, al respeto de los derechos humanos y su diversidad ontológica y al respeto a esa dignidad humana que hemos estado aludiendo. Nos parece que lo sucedido es un gesto de equivocada percepción de lo que es el poder o la jerarquía, aún al interior de la Iglesia.

Doy por sentado de que estamos en medio de un debate al interior de la comunidad nacional, pero también instalado en todas partes del mundo.  Sin duda que son temas a debatir, temas que hieren las suceptibilidades principalmente de personas, autoridades o ciudadanos más conservadores. Es y ha sido la eterna marcha de la historia desde los inicios de nuestra civilización. Desde que el poder político y económico estaba junto al poder religioso, y donde hay procesos de descubrimiento y de construcción de la historia de occidente y de las historias particulares de los pueblos. Historia de hegemonías diversas. Historia de descubrimiento, conquista y dominio forzoso del mundo americano. Historia de grandezas, atrocidades y pequeñeces. En medio de ello la marcha por un camino de liberación de servidumbres económicas, políticas y religiosas.

Estoy convencido que los tres sacerdotes mencionados, a los cuales se les admira profundamente por ser parte de la lucha por la dignidad de las personas, por la liberación de las servidumbres de los poderes políticos y económicos, y por la inspiración que significa para ellos y para muchos, todo el proceso de humanización de la sociedad y de la evangelización, que fue la base de la propuesta a partir de la experiencia de la Conferencia de Medellín. Da la impresión que nuevamente algunas autoridades de la Iglesia y también de otros centros de poder, se equivocan cuando se trata de abordar los temas a partir del respeto de la dignidad de las personas, al valor de la diversidad y al derecho de seguir expandiendo la conciencia y el espíritu en un viaje de la humanidad que nunca acabará mientras exista como tal.

*Director Escuela de Ciencia Política y relaciones Internacionales Universidad Academia de Humanismo Cristiano

Articulo publicado en El Mostrador