La ironía de la democracia

La ironía de la democracia

Por Pablo Zúñiga San Martín*

Nuestro país se encuentra vaciado y a la vez desbordado.  Parece difícil explicar este dualismo que parece ser fatal. La debacle que puede anunciar esto en una democracia,  es su fragmentación y posterior crisis, producto de su incapacidad para procesar demandas y dar respuestas, sino realizables, al menos plausibles.

Nuestro país  está vacío de contenidos. El poder político que,  por definición es legítimo, goza de una des-legitimidad abrumadora; no es capaz de construir consensos vinculantes hacia ninguna parte. Los partidos políticos están por el suelo, pocos les creen, no porque sean incapaces de gobernar,  sino porque  son incapaces de enfrentar el estado de la situación, que dé respuestas a las demandas ciudadanas. Uno de los problemas de los partidos, entre muchos otros, son sus líderes (los mismos que ya eran líderes cuando yo era adolescente), quienes no son capaces de dar un paso al costado, lo normal en cualquier otro lugar del mundo, ante los mismos problemas de corrupción.

La iglesia ni hablar, también permanece vacía de contenido (dos mil años de existencia que parecieran desatarse estos últimos diez) acusaciones de pedofilia y abuso de poder. La iglesia debería estar defendiendo a los fieles de la injusticia del modelo, la pobreza que genera el trabajo precario, la incertidumbre que provoca no tener seguridad (ni aún para poder predecir la hora exacta en la cual se retorna a la casa después de un día de trabajo). La Iglesia está en otra, lejos de los problemas de Dios y,  más lejos aún,  de los problemas de  los hombres.

Por lo tanto,  este vaciamiento, implica necesariamente la búsqueda de una nueva alternativa: construir un consenso hacia la ciudadanía,  elaborar reglas del juego distintas que estén plasmadas en una nueva constitución. Pero si parece tan claro ¿por qué no se hace?. La respuesta es simple, quienes están llamados a hacerlo no están interesados en hacerlo. Para qué si se reproducen con lo que tienen; son, además, dueños de los medios de comunicación, hacen las noticias  y,  por ende,  su interpretación que adormece a la gente, que se preocupa más un futbolista chocando su Ferrari, que de las AFP esquilmando sus menguados ahorros. Un buen ejemplo de esto es la invisibilidad que posee hoy la paralización de prácticamente de todas las universidades públicas y privadas del país, la huelga de los trabajadores portuarios, el paro de los profesores, la huelga de los trabajadores de Entel, del  Líder,  y un largo etcétera.

Entonces el problema radica en que nuestra democracia dejó de ser efectiva, dejó de otorgar relatos creíbles. Lo que hay actualmente es una participación ideológicamente atomizada, movimientos que no parecen tener una línea temporal continua  (eso sólo lo dan los principios y no las metas coyunturales). Por ejemplo,  el movimiento estudiantil busca la gratuidad, pero algunos defienden SU gratuidad, parecen no darse cuenta que en esa defensa se encuentra precisamente el germen del modelo sembrado por la dictadura, es decir, que el campo de batalla no sea una sociedad que luche por adquisición de derechos universales, sino que las luchas sean por la satisfacción de necesidades particulares. Por otro lado, en algunas universidades ultra privadas, todo lo que está pasando, les pasa por el costado, allí se está pagando por mantenerse diferentes, no por ser iguales, pues a ellos el modelo les tiene garantizada la diferencia desde hace años.

El gran problema es que el gobierno es hijo del modelo y,  como todo hijo, no se puede renegar de quien lo parió,  aunque haya sido en la violación más grande que ha sufrido este país. Por eso, se pasa por alto la falta de principios  y la vara que mide los valores se hace subjetiva. Después de todo, siempre es fácil perdonar al padre, más aún si sus razones se hacen propias y sus creaciones le permiten a toda una casta de políticos un buen vivir, traicionando a aquellos que los pusieron allí por medio del sufragio y defendiendo a quienes les financiaron la oportunidad de crear leyes, con el fin de parecer que nos defienden, esa es la ironía.

*Director de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.