La Muerte y el Lucro
La muerte paga. Mientras escribo, escucho a los personeros de gobierno hacer uso del recuerdo de “los 21”. Para encontrar una lección adecuada descubro cómo se puede lucrar con la muerte. Y Piñera busca cómo seguir ganando a costa de los otros. Unos trabajan por los demás, otros protestan en las calles. Los muertos, los felipes, los que deberían orientar a los jóvenes chilenos. No la Camila ni el Giorgio. Para la mayoría del gobierno son demasiados meses de luchas callejeras, de lumpen y de protestas que no se condicen con el espíritu independiente y desinteresado que tenían los fallecidos.
Hoy todos se hacen voz por el ejemplo de los que murieron. La muerte es algo que se lleva mejor por los vivos. Y obviamente somos los vivos los que la terminamos aprovechando. Una plaza que se llama como uno de los fallecidos. La sensibilidad de las historias terribles que quedan junto con los deudos, los hijos, las madres, las novias que han dejado atrás. Pero también los políticos, aquellos que no trepidan en colgarse de la muerte para obtener el esquivo dividendo. Ya lo decía el propio Hinzpeter: no debemos lucrar con la muerte de Manuel Gutiérrez, haciendo eco de las palabras de la madre del joven asesinado por un carabinero. No obstante, el Ministro del Interior repetía y repetía la misma frase con la clara intención de obtener para sí un dividendo político, contradiciendo descaradamente lo que sus palabras indicaban.
La muerte, esa que llega rápido. Los muertos, esos que ya no pueden defenderse, que no tienen cómo reclamar por el uso indebido de su nombre. La imagen de Camiroaga vendida con chapitas, vendida en fotos, repetida mil veces en los distintos canales de televisión que con Felipe muerto siguen ganando rating. El diario que tempranamente los declaraba muertos. La última noticia.
El ocultamiento de información y la censura a las autoridades de la isla. El control del gobierno y de la Fuerza Aérea sobre la situación. Los que no han sido capaces de generar las condiciones mínimas para evitar accidentes en lugares tan remotos como Juan Fernández, ahora sí que actúan. Ahora sí que están dispuestos a gastar millones de pesos enviando fragatas, comandos paracaidistas nocturnos, robot submarinos, 54 vuelos de helicópteros, la vidente, la farándula, la sinvergüenzura. Sólo falta Arturito, el robot, que sin duda conoce muy bien la isla. El show. Los 33, las excavadoras, las palomas y la Fénix. Todo me parece repetido. Demasiado repetido.
Asediado por los estudiantes y la baja en las encuestas, el gobierno se cuelga nuevamente del papelito de la tragedia para conseguir un poco de televisión. Piñera, el mismo que sacaba de su bolsillo el mensaje para sentirse rey. No es casual que ahora, “los de la tragedia de Juan Fernández”, hayan sido llamados “los 21”. La misma ineficacia, ya no del gobierno, si no de toda la sociedad chilena, la incapacidad para superar sus evidentes carencias, la utilización descarada de la muerte trágica para obtener la limosna del reconocimiento. El lucro.
Me quedo con mi madre que está triste. En su casa, sola como siempre. Sufriendo, sin pantallas y sin declaraciones. Simplemente triste.
*Director de la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano
Columna publicada en The Clinic (07/09) Vea Aquí