Las escuelas como espacios protectores en tiempos de crisis
*Por Rodrigo Rojas-Andrade.
Columna publicada en Página 19
En períodos de crisis sociales, las escuelas tienen el potencial de proteger a las niñas y los niños de los efectos nocivos de la exposición a eventos con potencial traumático, dado que son instituciones que históricamente ofrecen una estructura organizacional relativamente estable y entregan una rutina identificable en la vida cotidiana de los y las estudiantes. Existen tiempos definidos para hacer la tarea, jugar y comer la colación, que otorgan un mundo seguro y predecible que ayuda a reducir las respuestas normales de angustia, rabia o temor ante la incertidumbre.
Además de la protección psicosocial, las escuelas también pueden ofrecer protección física, manteniendo a salvo a las niñas y los niños de posibles amenazas que puedan enfrentar en sus barrios en ausencia de sus cuidadores. Sin embargo, tal vez el beneficio más importante de las escuelas en periodos de crisis es que ayudan a los niños y las niñas a desarrollar las habilidades de afrontamiento y resiliencia que necesitan para avanzar a pesar de las adversidades que están viviendo como integrantes de una sociedad en conflicto.
A pesar de lo anterior, y los efectos amortiguadores de las crisis sociales, las escuelas son los primeros lugares en cerrarse ante las crisis y los últimos en abrirse cuando terminan. Las razones pueden múltiples, pero las más recurrente son las propias reacciones emocionales de los adultos y adultas frente a las crisis. Por esto, aquellas escuelas que continúan su labor de manera regular y protectora son escuelas que están conformadas por adultos resilientes que han creado una organización resiliente; situación que, en el contexto actual de las demandas sociales, se ha relevado, pues las escuelas chilenas han debido por mucho tiempo convivir con adversidades que solo algunas han sabido sortear éxito.
Adversidades como políticas educacionales inestables y desiguales, estructuras de administración conflictivas y fragmentadas, metas educativas poco pertinentes socialmente, evaluaciones estandarizadas cuyos resultados deciden muchas veces la continuidad de un proyecto educativo, bajos sueldos docentes, recursos mínimos, desafíos máximos provocados por las vulnerabilidades psicosociales de las familias y estudiantes, muchas veces superan los recursos que la comunidad escolar posee, generando un desborde sintomático que se expresa en distintos niveles sistemáticos, abandono de la escuelas, violencia escolar, climas escolares tóxicos, bajos rendimientos, desmotivación escolar y problemas de salud mental tanto en docentes como estudiantes.
En este contexto, dado que la crisis social atravesó todos los niveles de las escuelas, especialmente de las más vulnerables, en parte como consecuencia de una reacción sistémica que busca cambiar las condiciones a las cuales adaptarse generando entropía, caos, desestabilización e inestabilidad colectiva e intergeneracional, para lograr avanzar hacia un estado de equilibrio es fundamental en primer lugar crear espacios de diálogo comunitario que permitan la resignificación de la crisis y la creación sentidos compartidos de futuro. Estos diálogos no solo permiten potenciar la sensación de seguridad y protección, en cuanto potencian los vínculos entre los y las estudiantes con y sus docentes, consolidan el sentido de pertenencia, membresía, reciprocidad y conectividad escolar, así como también permiten ampliar los procesos de empoderamiento individual y colectivo que influyen positivamente no solo en la salud de las personas, sino también en la salud de toda la institución.
Actualmente muchas escuelas en el país han tomado esta opción, instalando asambleas o cabildos, desarrollando diagnósticos participativos, implementando un curriculum alternativo sobre contenidos de ciudadanía y derechos, y en general abriendo sus puertas a las necesidades que tienen los y las actores escolares de creación de la colectividad, expresión de emociones y construcción de ideas comunes.
Estos espacios además de potenciar los ejercicios de ciudadanía y construcción de comunidad escolar deben utilizarse, especialmente para planificar el año escolar restante. Dado que las escuelas, funcionan con lógicas burocráticas, calendarios anuales y etapas educativas que llevan a una certificación, cerrar el año es una de las preocupaciones más salientes y urgentes que tienen las escuelas actualmente. Por esta razón, decisiones asociadas a este proceso, como suspender las clases, modificar las estrategias de enseñanza, aumentar las tareas académicas en casa, recalendarizar pruebas, adecuar los criterios de evaluación o entre otros, reducir o ampliar la jornada; son decisiones en la que deben participar todos los integrantes de la comunidad a través de sus representantes en el consejo escolar, pues estas decisiones no sólo tienen matices técnico-pedagógicos y políticos, sino por sobre todo, prácticos, que deben tomarse en cuenta de manera muy particular dada la alta heterogeneidad presente en las escuelas chilenas.
Las escuelas son espacios protectores en tiempo de crisis, tanto por el orden que tienen cuando los niños y niñas llegan a ellas, como por el orden que ellos mismos le dejan cuando se van.
(*) Dr. Rodrigo Rojas-Andrade, Profesor Titular Escuela de Psicología, Director Equipo Psicosocial de Salud Mental Escolar, Universidad Academia de Humanismo Cristiano.