Lucky o un nuevo callejón en lynchtown
(*) Por Miguel Ángel Vidaurre
Columna publicada en El Agente Cine
En una breve secuencia del primer filme de John Carroll Lynch, el protagonista encarnado por Harry Dean Stanton, sigue los pasos de un conocido del bar del pueblo hasta un peculiar callejón de tonos rojizos. El otro sujeto le pide que se retire del lugar, pero Lucky continua tras él pese a su advertencia. El otro sujeto desaparece al ingresar en un edificio que tiene la apariencia de un cabaret clandestino o un burdel. Lucky lo sigue con su habitual parsimonia, traspasa el umbral y se detiene frente a una escalera que desciende. El plano registra su rostro, por lo general impasible, iluminado con la luz de aquello que yace en el sótano del edificio, es una de las pocas ocasiones en que el rostro de Lucky parece transparentar algo de inquietud. La escena termina, es difícil precisar si fue un sueño. Lo único que tenemos claro es el haber ingresado a un espacio vetado.
La breve secuencia, queda reverberando, es un ruido rojizo que parece remitir a esos espacios urbanos tan cercanos al amor por lo siniestro, tan queridos por Otto Dix o Bergman, cargados de un aire espectral, fascinantes y temible. ¿Qué hace ese tugurio inquietante en este pueblo fronterizo poblado por buenos sujetos y cowboys envejecidos? ¿De dónde proviene ese umbral que parece conectar el pequeño poblado con un mundo de reminiscencias lyncheanas?
En el filme de Carroll, el personaje de Harry Dean Stanton, se presenta inicialmente como un hombre que ha construido un espacio seguro para vivir y envejecer, construyendo una disciplinada arquitectura de cotidianeidad que le permite levantarse, ejercitarse, y relacionarse con amigos, con la seguridad de una pequeña utopía. Todo parece cronometrado para Lucky, si bien es cierto, es una disciplina libremente aceptada: el apegarse a diversos hitos cotidianos lo libera del esfuerzo de vencer la inercia a la cual su personal filosofía de la vida podría condenarlo. Como una mezcla rústica de filosofía sartreana y escepticismo cínico, Lucky parece sortear las trampas de la angustia y la náusea con la liviandad que le ofrecen los distintos rituales que ha construido: beber café, completar crucigramas, conversar con sus amigos en la mañana en una cafeteria, por la noche en un bar.
El filme podría ser solo esto, y quizás sería suficiente, pero Carroll -y quizás por sobre todo- la presencia de Harry Dean Stanton y David Lynch, impulsan levemente el filme hacia otras dimensiones, hacia aquel tipo de relato fronterizo que parece estar en concordancia con una dimensión creativa mayor, como si se tratase de un fragmento más en la construcción de un mapa que ha sido creado por otro. En la cultura popular norteamericana, existen varios ejemplos de estas cartografías fantasmáticas, que parecen crecer progresivamente contaminando a diversas obras y autores a su alrededor, como la ominosa Providence, en donde se sitúa la ciudad de Arkham, o la Castle Rock de King, en ambos casos sus límites han ido aumentando a partir de la proliferación de textos, filmes, cómics y series.
La pequeña secuencia de Lucky en el callejón, y los diversos encuentros con el personaje representado por David Lynch, conduce al filme a la cartografía imprecisa de lynchtown, poblado en constante crecimiento, tanto por parte de su autor inicial como por diversas obras que logran dialogar entre sí, como esa subterránea conexión entre lynchtown y Fargo (universo paralelo e interdimensional, construido por los Coen). En algunos momentos este procedimiento simbiótico, puede no ser querido por el nuevo habitante del universo en cuestión, es difícil saber si Carol Reed deseaba que el Welles/ Harry Lime empujara con tanta violencia al pequeño poblado de Reed hacia el exuberante mapa del imaginario Welles, pero fue así como sucedió. En estos casos, la cartografía Welles parece devorar a la otra, contaminándola de tal manera que es casi imposible discernir cuales fueron la reales intenciones de estos imaginarios.
En Lucky, parece ser distinto, el tono apaciguado del filme, la presencia necesaria de Stanton, la invitación a David Lynch, cual vampiro invitado a traspasar el umbral, para que desarrolle sus anécdotas en el filme, convirtiendo su fábula de su tortuga extraviada en un eje del filme, nos permite observar la obra como un nuevo pliegue en la cartografía de Lynch, construyendo nuevos tiempos, personajes y callejones. Es difícil, al menos para mí, no ver al Lucky de Carroll Lynch (difícil pensar en una combinación de apellidos más dada a los juegos de significaciones, el escritor inglés y su pequeña Alice y el director de pequeños pueblos sureños empapados de surrealismo) una versión iluminada del personaje de Harry Dean en Blue Velvet, en donde opera como un chulo salido de una obra de Tom Waits, de rostro empolvado y gestos amanerados, que al igual que ahora deviene en improvisado y funambulesco cantor.
(*) Realizador cinematográfico. Licenciado en Estética, Magíster (c) en Historia y Teoría del Arte en la Universidad Chile. Doctor (c) en Educación UAHC. Director de la Escuela de Cine de la UAHC