(*) Por Max Oñate Brandstetter
Columna publicada en revista Dilemas.cl
(*) Por Max Oñate Brandstetter
Columna publicada en revista Dilemas.cl
“El argumento de la izquierda no puede ser
la hipocresía del llamado a la no violencia indiscriminada,
cuyo único resultado es que la violencia de las instituciones dominantes siga en pie”
Cristian Pérez
Como no ha existido jamás en la historia de algún país una única expresión política de izquierda, no podemos referirnos a “la izquierda”, sino que a “las izquierdas”. El inicio histórico de las denominaciones partidistas es metafísico a la vez de difuso, sin embargo, todas las definiciones coinciden en que en diferentes episodios de la historia de la humanidad, en asambleas públicas, se han dividido entre los conservadores “del orden” ubicados en el sector derecho, y quienes tienen retenciones de derrumbar ese orden, con la finalidad de instalar una organización de la producción, la distribución del trabajo y la toma de decisiones, muy distintas a las conocidas y defendidas por las antiguas tradiciones políticas, que muchas veces han sido derrumbados, como en el caso de la revolución francesa y nuestra pequeña maqueta en versión criolla, la revolución de la independencia.
En la actualidad, nuestro hemisferio político occidental ha abandonado los largos procesos (y también la identidad) de la resistencia al tránsito de la lucha armada, negociando la mutación política de guerrillero a ciudadano-candidato (FARC-ELN Colombia), similar a la historia y meta relato de Pepe Mujica. En Europa la ETA ha expresado públicamente su disolución como organización, en un contexto de ascenso representativo neofascista en la asamblea de la UE, como también en algunos Estado-Nación (como en el caso de Grecia, por citar un ejemplo).
Todo aquello, sumado al pequeño radio de acción de las izquierdas, consistente en incorporarse a la democracia representativa en nombre de un socialismo –un tanto reciclado, remasterizado, con una potente adaptación pasiva al medio- cuya estatización de los recursos naturales (más no de los medios de producción) no sobrepasa el 35%, por debajo del control estatal del gobierno de Frei Montalva, en un contexto de guerra fría, con un programa liberal progresista (y profundamente anti izquierdista) confeccionada por la “alianza para el progreso”, entrega la sensación de una “segunda caída de muro socialista”, una nueva caída de la política en la izquierda que va más allá de la estética.
En primer lugar, cualquier acción militar realizada por Norteamérica siempre será imperialista, antidemocrática (¿existirá alguna guerra democrática?), capitalista, etc. Independientemente de que a quien enfrente. Este es el caso de Siria, donde las señales de acciones públicas de algunas izquierdas en rechazo de los bombardeos americanos en terreno sirio, sin informarse de las condiciones y contextos que atraviesa la guerra civil en Siria.
En esa república no occidental, se ha levantado un proyecto, denominado “confederalismo democrático”, levantado por el Kurdistán (existencia geográfica actual del pueblo Kurdo), que lucha contra el Estado Islámico, contra el ejército turco –con apoyo ruso- y contra la represión siria, cuyo gobierno racista es de sello derechista, al igual que el turco, el ruso y el norteamericano.
En el contexto nacional, no precisamente de la derecha oficial, sino más bien de “la izquierda”, el acalde de Recoleta, Daniel Jadue (PC) ha instalado una suerte de “Ley de estado federal” contra el “acoso callejero”, instalando la discusión pública más que realizando avances significativos en la nivelación de asimetría de poder entre ambos géneros. Si se pretende realizar una mayor equidad de género, sería prudente decretar –por ejemplo- “mismo pago por la misma labor” (independiente del género al que se “pertenezca”) a nivel comunal, lo que refleja la vieja estrategia de incorporar materia de discusión moral y de política púbica, sin tocar los intereses económicos, sin modificar la escala productiva, propio de las maniobras clásicas de los partidos derechistas.
Me resulta aún más escandaloso el teatro político instalado en Las Condes, a manos de Joaquín Lavín (UDI), exhibiendo una obra de construcción, que señala burdamente “en esta construcción no le silbamos a nadie, somos obreros domesticados y moralizados por el espectáculo de los patrones”. Lavín fue uno de los primeros “desentendidos” de la derecha en el caso de los derechos humanos, indicando que él nunca supo lo que ocurría en Chile, a pesar de tener un primo detenido desaparecido, que no solo no hace nada por superar las asimetrías (ni hablar de los sufrimientos) causadas por las acciones de violación sistemática de los derechos humanos, mucho menos de desmontar el proyecto neoliberal, por su origen ilegitimo (e ilegal) y por el altísimo costo de sangre que ha significado.
Del mismo modo, se han pronunciado contra el acoso callejero (y en favor de “una ley comunista, oportuna a los nuevos tiempos”) conocidas figuras públicas, que respaldaron durante más de 17 años el terrorismo de Estado, que cometió no solo actos contra los derechos humanos, sino también delitos sexuales, violaciones, asesinatos de fetos, pero de ese abuso, “acoso” y violación institucional, es incorrecto hablar, ese no cuenta, el acoso que importa es del que no se puede defender frente a la Ley.
La última expresión de esta decadencia de las izquierdas, es la “primera toma feminista de la historia del país”, con categorías morales que permiten o restringen el acceso a la instalación, cuya finalidad es un poco ambigua, en la media que su objetivo era instalarse a sí mismos como “ejecutores del fenómeno que cambiará a realidad del país”, sin metas políticas (más que respaldar las incorporaciones legales actuales), ni de avance, respecto del sistema económico y las relaciones atravesadas por el poder, por fuera de la estrecha trinchera de la “reivindicación del género”.
Es debido a ello, que la izquierda (la política y gran parte de la social) sigue la orquesta del corporativismo de género construido por este gobierno (con el apoyo transversal de los partidos políticos) sin proyecto propio, sin opciones anticapitalistas, colaborando en la construcción de apoyo a “la clase política” por sus “buenas acciones”, sin cuestionar la base de la dominación (poder, riqueza y propiedad privada), sino una pequeña expresión de la misma (machismo, abuso, etc.)
Ese analfabetismo político, esa ausencia de proyecto y la colaboración acrítica e irreflexiva con el corporativismo político y social con la actual clase política, me resulta más insultante y degradante que el aplauso en apoyo de la “reeducación moral” de los obreros, por parte de los antiguos bloques dominantes del país.
*Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano