Moulián, por José Bengoa
En el día de ayer se ha otorgado el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales a Tomás Moulián. Merecido, muy merecido. Una larga trayectoria intelectual lo avala, más aún es uno de los intelectuales más conocidos de nuestro país y sin duda uno de los que ha tenido mayor influencia con su pensamiento. Su libro “Chile actual: anatomía de un mito”, publicado y re publicado por Lom ediciones, marcó un antes y un después en los debates políticos de la transición y profetizó sobre lo que ocurriría con nuestra sociedad.
A miles de miles de personas cultas y curiosas les permitió entender un poco más de lo que nos estaba ocurriendo, nos había ocurrido y posiblemente nos ocurriría como golpeada sociedad de fines del siglo veinte.
Moulián provenía de la Universidad Católica desde dónde fue expulsado después del Golpe del 73, como a tantos intelectuales y académicos. Se mantuvo en Chile bajo el alero de la Flacso y ésta al ser quitada por la Dictadura su personalidad jurídica, bajo el amparo de la Academia de Humanismo Cristiano. Allí hizo clases desde la fundación de la Escuela de Sociología a fines de los ochentas por Manuel Antonio Garretón.
Posteriormente participó en la formación y el proyecto del ARCIS, llegando en algún momento a ser su Rector. Esa Universidad, hoy vilipendiada injustamente, jugó un papel central en el desarrollo de las Ciencias Sociales y las Artes; allí intelectuales como Moulián, Salazar, Nelly Richard y muchos otros propusieron un modelo crítico de gran calidad e importancia en medio de una sociedad dormida por los supuestos éxitos económicos. Hoy Moulián hace clases en la Academia y las salas se llenan de estudiantes.
Presentamos la candidatura de Tomás Moulián con una simple biografía y sin necesidad de acumular cartas y hacer lobby como se acostumbra en los Premios nacionales, desgraciadamente. Se señalaba que se trataba de un “Intelectual público” y ese concepto fue acogido por el jurado en su decisión y declaración, lo que lo honra.
Es una suerte de tautología ya que la definición misma de un intelectual debería ser su carácter público; como dice la tradición, los intelectuales han sido o “los asesores del Príncipe”, o “del Pueblo”.
No cabe mucha duda que nuestro nuevo Premio Nacional no ha asesorado a los Príncipes y siempre le ha hablado al pueblo, no a la gente, como dicen y mal dicen hoy en día. Libros, artículos en diarios y revistas, manifiestos, campañas de bien público, clases y conferencias es lo que hace a un intelectual, obviamente público. Pero es interesante resaltar esta dualidad “intelectual” y “público”, porque estamos en presencia de un intento deliberado de “privatización del pensamiento social”. Asistimos a un proceso violento de privatización de los intelectuales.
Moulián si se presentara a Conicyt o Fondecyt probablemente sería rechazado. Le preguntarían cuantos artículos ha publicado en Revistas ISIS, en inglés, sometida a reglas formales de citaciones internacionalizadas; le dirían que los libros no tienen puntaje o uno mínimo; le señalarían que sus artículos y escritos en revistas de amplia circulación nacional e internacional, pero no del formato ISIS, no tienen valor, en fin.
Cual un moderno Farenheit de Ray Bradbury, Conicyt está cambiando las revistas impresas en papel y privilegiando las “publicaciones” digitales. En unas pocas décadas más nadie va a conocer lo que se está publicando hoy en día. En mi biblioteca tengo escritos en papel de hace siglos sobre la Historia de Chile y al mismo tiempo tengo centenas de discos con trabajos en Word Perfect, y sistemas digitales imposibles de leer y reproducir. Las tecnologías pasan de un minuto a otro.
El modelo adoptado acríticamente ( o a propósito) consiste en un académico, auto identificado como “intelectual”, que trabaja en su escritorio o laboratorio, que “sale a terreno” a buscar datos, que publica en otros idiomas y revistas poco o nada leídas, y que se mete lo menos posible en las complejas realidades existentes en su sociedad, y además que opina poco o nada. Estamos en presencia de la privatización de los intelectuales. En presencia del asesinato del pensamiento crítico.
Nos alegramos por el Premio Nacional a Moulián, por lo que él es y por lo que significa. Nos permite proponer un debate que no se hace y que muchos no quieren hacer. Más aún, nos felicitamos que este Premio Nacional sea un reconocimiento a la contracorriente, al pensar libre y crítico, a una relación enriquecedora entre el intelectual y su sociedad y una protesta a la privatización del pensamiento social.
Artículo publicado este martes 01 de septiembre en Cooperativa