Nada Que Celebrar
(*) Por Luis Campos Muñoz
Columna publicada en Le Monde Diplomatique
La parada militar se ha vuelto polémica en estos días. Algunos opinan que se debería hacer como antes y recuerdan lo necesario de rescatar los valores patrios, mientras que otros plantean que no es tiempo de volver a ese tipo de rituales masivos que podrían generar un aumento de los contagios. Más allá de las lógicas sanitarias lo que me interesa no es sólo cuestionar los motivos que se tienen para celebrar en este año 2021, sino las razones de conmemorar las mismas fiestas patrias de aquí en adelante.
¿Qué celebramos cada 18 de septiembre? ¿Es algo que se debe seguir conmemorando? Como antecedente retomo lo que dijo Luis Emilio Recabarren en 1910 cuando le tocó vivir el primer centenario de Chile y apeló en ese entonces a su célebre frase “nada que celebrar”, haciendo referencia a las desigualdades que se mantenían y que, aún más, habían aumentado en el país con relación a las décadas anteriores y que lo llevaban a reflexionar de manera crítica sobre quienes habían sido los beneficiados con dicho acto emancipatorio. El segundo antecedente al que hago referencia es un poco más sarcástico y fue planteado por el artista plástico Antonio Kadima en 1990 cuando se desnudó en el Cerro Santa Lucía con motivo de la celebración de un año más del descubrimiento de América, con la consigna “Me cago en los 500 años”. En 1992 Kadima repitió su performance haciendo un afiche en que incorporaba una nueva leyenda en la parte inferior de una imagen del cacique Lloncón: “Me cago en el V Centenario”. A lo que apuntaba Kadima era a construir una mirada crítica acerca de la conmemoración de la llegada de los europeos a las Américas, representada en el viaje de Cristóbal Colón, el “descubrimiento” y la institución del “Día de la Raza”, el “Encuentro de Dos Mundos” y otras cosas por el estilo. Con un eslogan directo y sin ambigüedades se coronaron desde entonces las demandas indígenas bajo el lema “Me Cago en el V Centenario”, aludiendo a lo difícil que es para los pueblos originarios no sólo recordar esa fecha, sino también el ver cómo dichas celebraciones siguen siendo una afrenta para ellos y sus antepasados.
Las fiestas patrias, tal como la conmemoración del V Centenario, también deben ser cuestionadas, considerando que en la mayoría de los países americanos fueron los nacientes estados nacionales los que terminaron por subyugar a las poblaciones originarias apropiándose de sus recursos para conseguir su loable propósito. Por eso nada hay para celebrar del nacimiento de una nación que surgió con una mancha original que todavía no se ha borrado.
En virtud de lo anterior intentaré responder a la interrogante acerca de qué celebramos cada 18 de septiembre, entendiendo que es una pregunta capciosa y de la cual ni siquiera comparto sus más mínimos puntos, ya que mi posición es que no hay nada que celebrar. Como dijo Recabarren:
“Nosotros, que desde hace tiempo ya estamos convencidos que nada tenemos que ver con esta fecha que se llama el aniversario de la independencia nacional, creemos necesario indicar al pueblo el verdadero significado de esta fecha, que en nuestro concepto sólo tienen razón de conmemorarla los burgueses, porque ellos, sublevados en 1810 contra la corona de España, conquistaron esta patria para gozarla ellos y para aprovecharse de todas las ventajas que la independencia les proporcionaba; pero el pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la miseria, nada, pero absolutamente nada gana ni ha ganado con la independencia de este suelo de la dominación española”.
Las fiestas patrias vienen a recordar un momento específico en la historia de nuestro país, el de su invención, hace poco más de doscientos años. Tal como lo plantean Benedict Anderson en Comunidades Imaginadas, Chile no existía antes de la llegada de los españoles. Chile se va creando en la medida que van pasando los años y que actos fundacionales y heroicos lo van conformando. Un ejemplo de ello es cuando Manuel Rodríguez dice “Aún tenemos patria ciudadanos” no obstante, lo que quería decir más bien el “guerrillero” era “aún tenemos la posibilidad de hacer un país que se llama Chile”. Se entiende que para ese entonces la patria está recién en construcción y no en vano Rodríguez es considerado uno de los “Padres de la Patria” a tal punto que un movimiento político militar en contra de la dictadura de Pinochet tomó su nombre para reivindicar la lucha armada, lo cual es un indicador de lo profundo que ha penetrado la lógica chovinista y patriotera en Chile.
Lo mismo se puede decir del más explícito nombre que le da Camilo Henríquez a su diario la Aurora de Chile, entendiendo el buen prelado que lo que él estaba acompañando era el nacimiento de una nación. Desde este punto de vista lo que estaríamos celebrando sería entonces el nacimiento de Chile y habría, por tanto, cierta razón en las festividades que se están programando.
Aún así sigue siendo contradictorio el hecho de que si Chile no existía (porque estaba naciendo), tampoco existían los chilenos. La pregunta es entonces ¿quiénes son y de donde provienen aquellos que inventaron Chile? ¿tienen alguna relación con los que hoy están en el poder y gobernando? ¿tenían alguna relación con los que gobernaban antes el territorio? ¿los excluidos de aquellos tiempos han tenido participación hasta ahora en la construcción nacional? Y, por último, si concordáramos con el hecho de que Chile nace en 1810, a la luz de los años, ¿es algo que deba ser celebrado? Porque tal como en el caso de México y otros países como Brasil, Perú y Argentina, los que quedaron gobernando en Chile fueron los hijos y nietos de los “conquistadores”, siendo excluidos de toda posibilidad de gobernar y administrar sus propios destinos los demasiado mestizos, los afrodescendientes y los indígenas.
Insisto, si no existía Chile, tampoco existían los chilenos. La creencia popular, divulgada por los estados y los historiadores es que si bien las naciones como Chile no se habían constituido como tal, sí existían los chilenos. Cosa rara, ya que todas las disposiciones legales indican que para existir un chileno debe existir primero Chile. Aspectos legales que por lo demás no dejan de ser propagandistas del chovinismo nacionalista disfrazado de verdad: algunos ejemplos son claros al respecto. La Ley 19.253 dice que los indígenas (mapuches, collas, aymaras, diaguitas, kawesqar, likan antay, yaganes, rapanui, quechua, changos) eran los antiguos habitantes de Chile antes de que llegaran los españoles. Lo cual nuevamente me parece a lo menos discutible, ya que Chile no existía en esa época y menos con las dimensiones y límites que tiene actualmente.
Otro ejemplo tiene que ver con las etapas históricas que se han diseñado a posteriori para inventar esta historia patria. Se habla de que Chile fue “descubierto”, por Diego de Almagro, el cual lo más civilizado que tenía eran su espada, su armadura y su religión que lo obligaban a matar y a esclavizar a los bárbaros infieles. Al igual que muchos españoles de la época su objetivo eran el lucro y la búsqueda incansable de oro, riquezas y honores. Todas cuestiones muy civilizadas.
Lo mismo sucede con la siguiente etapa, la Conquista de Chile. Época heroica para algunos, con matices de grandes hazañas, todas contadas por el insigne Alonso de Ercilla en su Araucana y que hicieron que Pedro de Valdivia se haya conseguido un lugar en la historia como uno de los conquistadores más importantes de las Américas. Valdivia debió sufrir la destrucción de Santiago (en ese entonces no más que unas cuantas casas) y terminó por perder la cabeza ante los bárbaros e incivilizados “araucanos”. El héroe de Flandes y protegido del Rey de España terminó angustiado, arrodillado, ofreciendo su reino por un caballo e intentando salvar a cualquier precio su vida. Lo mismo le sucedió años después a otro gobernador, Martín García Oñez de Loyola, en la “victoria de Curalaba”, por algo conocida como “desastre” por españoles y chilenos.
Hay entonces evidentes y malintencionadas contradicciones en estas historias, lo que en verdad no sería para nada condenable, ya que la historia como todos los relatos, como todos los mitos, apunta más que nada a la construcción de una realidad, a la justificación simbólica de los órdenes establecidos y a la necesidad de inculcar en muchas personas esas mismas ideas, bajo el amparo de su enseñanza y de la repetición constante de las indicaciones morales de héroes que se sacrificaron y construyeron, en este caso, la nación. Eso son los mitos, no en el sentido de falsedad, sino de relato orientador de una colectividad. Lo que me interesa entonces no es cuestionar que algunos chilenos construyan sus mitos para justificar su situación, sino más bien, al igual que con la lectura y el análisis de los relatos, me interesa conocer a qué apuntan y que quieren decir estos mensajes, tanto sus aseveraciones como sus contradicciones.
Estamos así frente a la celebración del nacimiento de una nación que al parecer ya existía desde bastantes siglos antes. Lo que estamos celebrando es el cumpleaños de un país imaginado, con límites imaginarios que no son más que la proyección de los actuales límites a tiempos pasados. Porque Chile tiene más de doscientos años, y sin embargo fue descubierto y conquistado hace más de cuatrocientos. Y esa antigüedad relativa se apoyaría en el hecho de que al parecer sí existían los chilenos que serían los aborígenes, no obstante, nunca hayan querido pertenecer a este país llamado Chile. Esta contradicción se reafirma en la actualidad, cuando muchos de los descendientes de los pueblos originarios se cuestionan esa pertenencia: los Rapa Nui se sienten polinésicos y nos dicen Conti (Continentales) y varios mapuche que conozco me preguntan cuando llego a sus tierras ¿cómo está Chile?
En la misma línea podría decir que muchos indígenas deberían haber celebrado recién su centenario en 1981 (afrodescendientes, aymara, quechuas, coyas y likanantay); en 1983 los mapuche y en 1988 los rapa nui), pues fue en esas fechas cuando se celebran los centenarios del tiempo en que sus territorios quedaron definitivamente anexados a la República chilena, luego que esta se expandiera e invadiera propiedad ajena, robando y matando a sus ocupantes.
Por lo tanto, si se debe celebrar el cumpleaños de Chile es respecto a una pequeña porción de tierra que iba desde Copiapó hasta el norte del río Bío-Bío. Lo que es aún más contradictorio si se piensa que, en el caso de los mapuches, se invadió un territorio que se consideraba propio y que se supone estaba poblado por chilenos, como algunos acostumbran a decir, por los primeros y más chilenos de todos. Y, sin embargo, eso no fue obstáculo para que otros chilenos con más dinero y descendientes de los españoles y de otros europeos, orquestaran una campaña racista y discriminatoria que concluiría con la ocupación ilegal e ilegítima de sus tierras. Si los mapuches eran chilenos, ¿por qué no se les respetaron sus derechos de propiedad?, ¿por qué se los invadió en una campaña de guerra descarada y descarnada, desequilibrada y atroz?
Fue así como se constituyó el territorio y se consolidó la nación. Y lo que se conmemora entonces cada 18 de septiembre es la matanza indiscriminada de indígenas en beneficio de la expansión de los terratenientes santiaguinos y penquistas, de los hacendados de Tierra del Fuego, de las empresas mineras en el norte. Es el despojo de los afrodescendientes en Arica, el asesinato de los selknam y la invisibilización de los indios del Maule.
Esta línea de reflexión nos lleva entonces al lema “nada que celebrar” ya que los que más promueven las celebraciones son aquellos que han mantenido prerrogativas de poder y sus privilegios a lo largo de los años. En ese sentido podríamos decir mejor que los chilenos son los descendientes de los españoles que violaron y mataron a los indígenas y que se quedaron administrando y ampliaron el territorio una vez que el rey de España no tuvo la suficiente capacidad para seguir gobernando un lugar lejano y pobre.
¿Qué estamos celebrando entonces? La gigantesca desigualdad social que está anclada en los relatos fundadores de nuestra ciudadanía. Celebramos el chovinismo nacionalista fundado en el racismo y la exclusión social y cultural. Celebramos la segunda bandera más bonita (burda imitación de la estadounidense, pero con menos franjas y menos estrellas); el segundo himno después de … los cielos más limpios… las mujeres más bellas… el pisco sour… el suspiro limeño y creernos hasta dueños de la luna.
Lo que se celebra es un imaginario construido ladrillo por ladrillo durante más de doscientos años, en el cual nos vemos como descendientes de civilizados europeos y de heroicos indígenas que desaparecieron para dar origen a nuestra sangre mestiza. Pero haciendo la precisión, sangre y rostros mestizos, pero siempre europeos, venidos de los barcos, ya que el blanco quedó por afuera y el indio por dentro, bien escondido, sólo aflorando cuando pasa algo que nos torna irascibles, enojados, descontrolados, un poco bárbaros, cuando se nos sale el indio, el salvaje que llevamos dentro.
A esta altura yo prefiero decir que todos llevamos un pequeño blanco y racista dentro y que este florece en nuestros peores momentos, cuando vamos a un país vecino, cuando nos relacionamos con la nana peruana, cuando aparece algún afrodescendiente y lo encontramos exótico, caliente, cuando llegan los futbolistas ecuatorianos y les llamamos “monos”, cuando nos creemos el cuento del jaguar y de la potencia sudamericana, siendo que tenemos menos gente y menos ingresos per cápita que la ciudad de Sao Paulo en Brasil.
Quizás lo peor de las fiestas patrias es la celebración de este chovinismo nacionalista. Chovinismo que nos obliga a generar antipatías con nuestros vecinos, naturalizando diferencias que han sido alimentadas a lo largo de los años y que nada tienen que ver con las fronteras culturales que son producto de la interacción de los pueblos y no de los deseos hegemónicos centralizados de minorías que se creen blancas asentadas en las capitales. Las fronteras actuales inhiben polos de relación que practican miles de personas ubicadas en los límites nacionales y para los cuales los nacionalismos importan bien poco.
En esta época de empresas transnacionales suena añejo este tipo de celebraciones. Cuando la Coca Cola o la Microsoft traspasan hace rato las fronteras. Quizás deberíamos estar celebrando el cumpleaños de la Coca-Cola o los 50 años de IBM o del primer diccionario en inglés o el nacimiento de Adam Smith y de Milton Friedman. En realidad, nuestras autoridades usan las fiestas patrias para intentar seguir dorando la perdiz de los conciudadanos mientras se esfuerzan por mantener sus prerrogativas a costa de fraudes y de corrupción. Vean sólo lo que decía Recabarren en 1910 acerca de estas cosas:
“Y si esto es la verdad, ¿qué cosa es lo que celebra el pueblo en este aniversario? Lo que en realidad hace el pueblo en esta fecha, estimulado por la burguesía, es gastar su dinero en torrentes de licor que la misma clase burguesa le vende para guardar el dinero en sus cajas insaciables”.
Celebrar el 18 de septiembre es seguir levantando el espíritu nacional, que nos enfrasquemos en luchas con los países vecinos, que aumentemos el ego chovinista que nos posiciona como el único país civilizado de las Américas, cuando en verdad somos los paladines de las injusticias disfrazadas, de las aberraciones en derechos humanos, de la persecución y el genocidio a los indígenas, de las viviendas indignas, de la educación de mala calidad y de la falta de garantías laborales. Por eso los chilenos y las chilenas deben trabajar y celebrar sólo para el 18 de septiembre. Celebrar la patria que los domina, celebrar a aquellos que no se contentan con ganar infinitamente más y vivir vidas de mejor calidad, sino que más encima pretenden que los acompañen en sus jugarretas festivas para seguir alimentando ese nuevo opio del pueblo que son los sentimientos patrióticos y militaristas.
* Antropólogo, Dr. En Antropología y docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano