Ni idea de legislar
Columna publicada en Le Monde Diplomatique
¿Este es el peor Congreso de nuestra historia? Esta idea empezó a circular con fuerza luego que la Cámara de Diputadas y Diputados rechazó el pasado 8 de marzo la idea de legislar la reforma tributaria. El Gobierno no consiguió los 78 votos necesarios y deberá presentar el proyecto en el Senado para sacar adelante a una iniciativa que se presenta como la “madre de todas las reformas”, ya que de su aprobación depende el financiamiento de las políticas públicas comprometidas en el programa de gobierno. Si bien la Cámara posee la facultad de rechazar, es altamente cuestionable que un proyecto tan importante, del cual depende la provisión recursos públicos a largo plazo, se rechace de entrada, negándose siquiera la “idea de legislar” en esta materia.
Bloquear la mera introducción del proyecto a trámite legislativo supone impedir la mera posibilidad de entablar el diálogo. Negarse a hablar, condenando al país a statu quo, sin preocupación por conocer ni las razones ni los argumentos que llevan al gobierno a plantear el problema, es síntoma de una grave distorsión en el actual Congreso Nacional. Una disfuncionalidad grave, si las hay. La humanidad –decía Aristóteles- se caracteriza por la posibilidad del “lógos”, que quiere decir “razón” y “palabra”, y es el que lo que nos sirve para hablar sobre lo justo y lo injusto, construyendo con ello la sociedad. Si un Congreso se niega a usar el logos, es que ha perdido la razón, ya no es capaz de usar la palabra y su función misma, su sentido de utilidad pública, y demuestra que no tiene idea de legislar.
Si Lira Massi los viera
En 1968 el periodista Eugenio Lira Massi publico dos exitosos libros donde caracterizó al poder legislativo de la época: “La cueva del Senado y los 45 senadores” y “La Cámara y los 147 a Dieta”. Estos textos fueron un extraordinario suceso editorial, porque reflejaron a cada uno de los parlamentarios, individualmente y como bandadas o colectivos. El retrato que nos presenta es el de una institución altamente masculinizada, con un promedio de edad más bien alto, y con poca diversidad profesional y cultural. Sin embargo, ya en esa época se abrían paso las primeras parlamentarias[1] y se identifican algunos parlamentarios de origen obrero o de sectores sociales populares e indígenas.[2] Basta recordar que desde la fundación del Congreso Nacional en 1811, han pasado por ese órgano 4.029 parlamentarios, siendo de ese total tan solo un 2,7% mujeres, es decir 108 diputadas y senadoras.
El Congreso que nos muestra Lira Massi es una institución conservadora, de buenos modales, que se respetaban transversalmente y donde las broncas o tumultos eran una excepción dentro de una forma de comportamiento reglado. Los parlamentarios retratados reúnen todo tipo de virtudes y defectos: el sectarismo de Ampuero: “Extraño personaje Ampuero. Todo en él es contradictorio. Con condiciones de líder, con ambiciones de caudillo ha estado siempre en un segundo plano sin poder salir a flote. Otros con menos méritos que él lo han logrado. Raro ¿no es cierto?”. La limpieza en el debate de Pedro Ibáñez: “Equivocado o no, es honesto con él mismo. Defiende sus ideas como puede, dando y recibiendo sin contemplaciones”. La honestidad de don Rafita Gumucio: “nunca se ha sabido de un negociado de Gumucio. Su vida política es tan intachable que se ha convertido en el líder la juventud y los rebeldes”. El oportunismo de Julio Durán: “Ha sido de todo: derechista, izquierdista y al cateo de la laucha. Pobre y rico. Opositor y gobiernista. ¿Cuál es el verdadero Durán? Todos y ninguno”.
Si Lira Massi volviera a nuestro tiempo encontraría un parlamento altamente diversificado y deselitizado en relación con lo que conoció. Producto de la Ley 20.840, que modificó el sistema electoral y estableció una cuota de género en las candidaturas, Chile ascendió desde el puesto 101 hasta el 42 (de un total de 192) en el ranking de Inter Parliamentary Union, que mide la presencia de mujeres en el Parlamento, es decir un avance de 59 lugares. Otro aspecto positivo es el recambio generacional: en esta legislatura hay 90 diputados debutantes, con 46,5 años de edad promedio. En otros aspectos la composición no ha variado mucho. A diferencia de la Convención Constitucional, que contó con 17 escaños indígenas para redactar nueva Constitución, el Congreso no cuenta todavía con este mecanismo de representación.
Otro elemento diferente al que observó Lira Massi es la presencia de un mayor número de parlamentarios independientes, ya sea porque se presentaron en cuanto tales dentro de las listas de los partidos o porque sus partidos o bancadas colapsaron. Este factor podría interpretarse, en teoría, como positivo: más independientes podría ayudar a reflejar la diversidad de preferencias y sensibilidades de la sociedad, con personas sin definiciones a priori respecto de cada tópico de interés específico, sino más bien preocupadas de generar normas generales, que se abran al desarrollo de políticas adecuadas, sin importar si son beneficiosas o no para el gobierno de turno.
Pero en la práctica esto no ha sido así. La mayor presencia de independientes ha dificultado al extremo el proceso de negociación y el logro de acuerdos específicos. La función del Congreso es asignar recursos en forma expedita, reaccionar a problemas emergentes por medio de una legislación oportuna, especialmente ante circunstancias sobrevinientes. En este período varios “independientes” y bancadas minoritarias han asumido un rol de bloqueo sistemático basado en “subir el precio” de su voto a niveles inaceptables. Se ha hecho común el “filibusterismo”, entendido como una técnica específica de obstruccionismo parlamentario, mediante la cual se pretende retrasar o derechamente bloquear la aprobación de una ley. En nuestra institucionalidad el Congreso posee una función de colegislación con el poder Ejecutivo. Por eso, en la práctica, la extrema dispersión de puntos de vista y visiones compartidas por bancadas disciplinadas de legisladores ha generado un efecto negativo sobre la posibilidad de llegar a decisiones deseables y oportunas de cara al desarrollo del país, lo que se traduce en un déficit de gobernabilidad y a la posibilidad de respuesta adecuada a las demandas sociales de la ciudadanía.
La gran diferencia
Si se lee a un observador crítico e imparcial como Lira Massi se llega a una conclusión: en el Congreso de 1968 transitaban parlamentarios con grandes virtudes y grandes defectos. No es posible idealizar ese tiempo, marcado por rasgos autoritarios, patriarcales, clasistas y de extrema formalidad. Pero a su favor se puede decir que no aparece ningún personaje tan desquiciado como los que han aterrizado en nuestro tiempo.
Era inimaginable la miseria humana de la diputada María Luisa Cordero, revictimizando a la senadora Fabiola Campillay. Era imposible la presencia de diputados como Johanes Kaizer y Gonzalo de la Carrera, que se precian de su ignorancia prepotente. No era plausible la presencia de una diputada como Gloria Naveillán, acusada por sus vínculos con la organización APRA, sindicada por un informe de la Dipolcar de 2015 cómo potencial grupo paramilitar. Se podían ver parlamentarios tránsfugas y chaqueteros, pero evoluciones políticas como las de la diputada Pamela Jiles, que desde la izquierda más profunda se vuelca a alianzas con la ultraderecha, no eran concebibles. Se usaba la retórica candente, del garabato limpio a lo Palestro, Carmen Lazo o Patricio Philips, que luego daban lugar a las disculpas, pero no se daban espectáculos como los del diputado Gaspar Rivas, denigrando con los más groseros insultos a su propia bancada parlamentaria.
No es extraño que la encuesta GPS ciudadano Datavoz de marzo muestre a la oposición con un 81,8% de desaprobación, y sólo un 15,9% de aprobación. En la misma encuesta el Gobierno muestra un 34,8% de aprobación y un 63,2% de desaprobación. La conclusión de Datavoz ante estos datos es clarificadora: “El hecho de que la oposición concentre niveles de desaprobación más altos que el Gobierno sugiere que la dinámica de la aprobación ciudadana no es la de un juego de suma cero, donde lo que pierde en aprobación uno de los actores es capitalizado por el otro. Además, la alta desaprobación observada en la oposición sugiere que existe un grupo grande de encuestados en la intersección entre ambos subgrupos. Ello resulta relevante dado que la desaprobación al Gobierno puede ser una expresión que está escondiendo una crítica o rechazo más profundo a la clase política en su conjunto”[3].
¿Todos pierden o algunos ganan?
En las últimas décadas el espacio parlamentario se ha deselitizado, feminizado y diversificado en sus formas de representación. Pero en este mismo ciclo han aparecido una serie de liderazgos degradantes de la actividad parlamentaria. Es evidente que el sistema político está siendo objeto de un proceso de demolición de imagen sistemática. La pregunta que surge entonces es: ¿se trata de un proceso espontáneo, aleatorio, producto de la superficialidad de estos nuevos tiempos y liderazgos? ¿o es un proyecto deliberado, planificado y premeditado? Si asumimos la segunda tesis, que creo propia de un razonamiento crítico, lo que deberíamos preguntar es a quién beneficia desfondar las instituciones democráticas, que parecen escapar del control de las élites tradicionales. ¿Quién desea llevarnos a alguna forma de autocracia populista, o a cierto modo de autoritarismo, libremente aceptado? Si podemos responder a esta pregunta comenzaríamos a tomar decisiones concretas para construir reglas de conducta y mecanismos de control que reconstruyan la confianza en nuestra institucionalidad parlamentaria.
[1] Las senadoras Julieta Campusano y María Elena Carrera y las diputadas Laura Allende, Carmen Lazo, Wilma Saavedra, Blanca Retamal, Margarita Paluz, Gladys Marín, María Maluenda, Graciela Lacoste, Inés Enríquez, Juana Dip, Silvia Correa, María Inés Aguilera.
[2] Cómo Venancio Coñuepán Paillel o Mario Palestro, entre otros.
[3] https://datavoz.cl/ilusiones-opticas-el-juego-donde-todos-pierden/
(*) Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano