Nuevas formas de participación política y ciudadanía
(*) Por Raúl Zarzuri
Hace algunos meses publiqué en un medio electrónico una columna titulada “¿Chile despolitizado o repolitizado? donde intentaba rebatir de forma breve, una cierta interpretación de la participación política en nuestro país que se ha querido instalar. Esta señala, que estamos frente a un proceso de despolitización de la sociedad chilena y una desafección hacia lo público, para lo que se recurre a una serie de indicadores que responden a lo que llamaremos “política tradicional”. En esta columna profundizaré sobre ese debate.
Los portadores de esa interpretación, se basan generalmente en una serie de encuestas realizadas por universidades o centros de estudios y en los datos aportados por el SERVEL, para analizar los procesos de votación de los chilenos. Así, si se toma como ejemplo de esto, el análisis que realizó el Diario La Tercera a finales de diciembre del 2018, considerando a las encuestas políticas que todos los años aplica el Centro de Estudios Públicos (CEP) se confirmaría el distanciamiento, abandono o desafección con la política: “nunca en los últimos 30 años la política estuvo más alejada de los ciudadanos. (…) si en 1988 un 6% se declaraba sin posición política, hoy alcanzan el 63%. La adhesión a los partidos se ha desplomado y ahora el 74% declara no sentirse identificado por ninguno. Mientras la abstención electoral es una amenaza que no se debilita.” (La Tercera, 2018).
Otro elemento que corrobora lo anterior, es el análisis del proceso de reinscripción de militantes (refichaje) ocurrido el año 2017, donde se observa un fuerte descenso de la militancia en partidos tradicionales. Se pasa de 884.561 militantes (marzo de 2016) a 549.197 en diciembre de 2017, cuestión que se ha ido profundizando. Según el SERVEL para el año 2018 se aprecia una caída de un 4% en la militancia (526.387 a diciembre de 2018). No es menor señalar que, un 52% del total de ciudadanos que militan en alguna de las colectividades vigentes, son mujeres, mientras los jóvenes (entre 20 y 39 años) representan el 49%, o sea, casi la mitad del padrón, lo cual está demostrando un cierto rejuvenecimiento de la militancia tradicional.
Por último, si se analiza el comportamiento histórico de la votación en primera vuelta presidencial (1988 al año 2017), se observa una baja que es constante, sea con voto obligatorio o voluntario (implementado el 2012). El cuadro N°1 muestra que la caída comienza desde la llamada “recuperación de la democracia” en un contexto de inscripción voluntaria y voto obligatorio.
Gráfico N° 1: Participación histórica primera vuelta presidencial
Año % de votantes
1989 84,20
1993 81,58
1999 71,80
2005 63,53
2009 59,21
2013 49,35
2017 46,82
La disminución del voto se mantiene en caída libre durante dos décadas. Se pensaba, al instalar la inscripción automática y voto voluntario, que esto se podía revertir, pero no fue así. Los datos están demostrando que, con voto obligatorio o voluntario, la participación política, en los cánones tradicionales, o sea ir a votar, no ha dado los resultados esperados (aumentar la participación). A pesar de este dato, hay quienes todavía siguen insistiendo en la vuelta del voto obligatorio como si ese fuese la tabla de salvación para recuperar niveles de participación como los que se dieron en la elección del año 1989.
Como señala la IV Encuesta Auditoría a la Democracia realizada por el PNUD (2016), la abstención electoral tiene que ver más con el distanciamiento de los ciudadanos con la política tradicional que con cuestiones operacionales (el voto). Esto estaría demostrando inicialmente, a modo de hipótesis, que el problema no está radicado entonces en el voto. Se ha experimentado con dos sistemas (obligatorio y voluntario) con resultados similares. Ahora, si se introdujera un tercer sistema como es el voto electrónico, no creo que la actual situación se modificaría. Entonces, ¿cuál es el problema?
Señalaré un punto que no es novedad, pero que hay que seguir repitiendo: el problema es la política (tradicional), mejor dicho, la calidad de ella y no el voto. Las encuestas nos están indicando que la política que actualmente tenemos, no es de interés de las personas y particularmente de los jóvenes quienes son los más renuentes a ir a votar. Algunas respuestas que intentan explicar esta realidad son: i) es una política de viejos (no solo de edad) anclada en una concepción de política originada en el siglo XIX, por lo tanto, responde a un “contexto analógico”; ii) no está conectada con la vida cotidiana de las personas comunes y corrientes, o sea, está alejada e instalada en espacios inalcanzables (congreso), utilizando un lenguaje en jerga que solo ellos/as entienden, con sus propias ritualidades ajenas a lo cotidiano; iii) no hay novedad en las elecciones, siempre son los mismos; iv) no hay coherencia entre el decir y el hacer de los políticos; v) sólo buscan el poder por el poder, cuestiones que muestran a la política tradicional como incapaz de atraer a los ciudadanos actuales. Todas estas críticas, y muchas más, han dejado a la política actual reducida a algo “insignificante” o (a)significante para las personas, y muestra que hemos llegado o estamos llegando al fracaso de una cierta práctica de la democracia (representativa) en nuestro país y que no es exclusivo de Chile, sino también ocurre en otras partes del mundo.
Por otro lado, esta situación se lee como el abandono de la política por parte de la ciudadanía, como la falta de interés en ella o la falta de preocupación por las cuestiones que nos son comunes. Con este marco interpretativo, los ciudadanos, particularmente los jóvenes se han ido para la casa, dado un individualismo exacerbado por las políticas neoliberales implementadas en el país. Sin embargo, habría que señalar que esto no es así. Lo que se ha abandonado es una cierta forma de hacer política anclada exclusivamente en los partidos políticos y en ir a votar cada cuatro años que es la característica del modelo tradicional (liberal) de entender la participación y la construcción de ciudadanía. Esto ha construido una democracia que llamaré de mínimos no de máximos. Pero si observamos la escena con otros lentes, podemos ver que la participación o la preocupación por la política está en ebullición. Claro está, no a través de los canales tradicionales, sino que a través de nuevas formas de participación.
La repolitización de la política
Esta nueva política que entra en ebullición realiza una fuerte crítica al modelo clásico de participación y construcción de la ciudadanía. Hay que recordar que en el modelo de las democracias liberales (modelo tradicional), los ciudadanos solo están llamados a compartir procedimientos y relaciones funcionales e instrumentales. Es un modelo de pasividad ciudadana, es decir, los ciudadanos deben estar al margen de la política y solo deben ser convocados cuando hay elecciones, lo que supone dejar de lado la participación política entre elecciones, porque la única participación real, es votar.
Lo que se observa, sin embargo, es que cada día las personas están evitando las formas tradicionales de participación política, para transitar a formas más novedosas de participación, poniendo en cuestión la interpretación tradicional de que estamos frente a un ciudadano pasivo. Por ejemplo, hoy se puede observar una gran cantidad de personas que realizan un monitoreo de la política (podemos llamar a esto un “ciudadano vigilante”) a través de redes sociales, involucrándose en campañas a través de las redes o discutiendo sobre temas de interés político de forma asidua. Otros, no solo realizan este tipo de actividad en redes, sino que transita a actividades en la calle a través de marchas u convocatorias puntuales, cuestión no menor. Desde la llamada “revolución pingüina”, pasando por las movilizaciones del estudiantiles del año 2011 hasta ahora, más un sinfín de convocatorias por temas específicos como “No + AFP” por poner un ejemplo, y para que decir el “mayo feminista”, las manifestaciones han sacado a la calle a decenas de miles, que en algunos casos han sumado más de un millón de personas, lo que nos muestra que en realidad no estamos frente a una ciudadanía pasiva.
Otros, especialmente los jóvenes, se sumarán a actividades de voluntariado, las “militancias olvidadas” como dirá un autor francés. Si bien casi siempre el voluntariado ha estado en manos de jóvenes de clase media-alta, hoy se observa -y desde hace tiempo- actividades en sectores populares de trabajo con niños, bibliotecas populares, preuniversitarios populares o de actividades culturales que debemos considerar como participación política. Se suma a esto, la aparición de una multiplicidad de acciones de pequeños colectivos que son densamente políticos y en muchos casos contestatarios al orden dominante, como, por ejemplo: animalismo, veganismos, anti especistas, movimiento gay/lésbico/trans, ciclistas furiosos, conservacionista/ambientalista, feminista, entre otros. Se observa también, tránsitos a activismos puntuales donde no hay necesariamente, una permanencia y pertenencia estática a una organización dando origen a lo que llamaremos a militancias móviles que transitan de una temática a otra.
Lo señalado anteriormente nos muestra que estamos frente a una ebullición de nuevas formas de participación que precisamente están reconfigurando la participación política y están construyendo nuevas formas de ciudadanía. Estas se caracterizan en muchos casos por un tipo de participación que llamaré “participación de corto plazo”, o sea, no fijada a un compromiso formal que ate al individuo a un colectivo mediante un contrato (afiliación) sino a una participación que toma distancias de la organización. Esto no quiere decir que no haya intentos de constituir organizaciones formales, como los llamados “nuevos partidos políticos”, pero muchas de las características de estas nuevas organizaciones se aproximan más a estas nuevas formas de militancias, sumando horizontalidad en la toma de decisiones y haciendo carne ciertas adscripciones ideológicas de nuevo cuño, como son los feminismos.
En resumen, lo que se observa es que los jóvenes, pero también los adultos, están evitando cualquier forma de participación política institucionalizada y rutinaria que llamaré participación de largo plazo. Esto no significa que no se está interesado en la política, sino como se señaló más arriba, estamos en presencia de nuevas formas de participación de construcción de ciudadanías.
A modo de apertura
Visto esto, y a manera de hipótesis, hoy en día estamos asistiendo a una repolitización de la política a partir de la despolitización de la política (tradicional). Así, el abandono de las formas tradicionales de participación no puede y no debe ser leído como una falta de interés en la participación. Al contrario, lo que se observa, es una nueva repolitización de la participación que no se manifiesta necesariamente en un tránsito a formas tradicionales, como es la militancia en partidos políticos o ir a votar, sino, que adquiere otro derrotero, como es el fortalecimiento de la vida cotidiana, eje de las nuevas formas de participación política, estructurando una política desde abajo y donde los jóvenes, son sus principales actores.
Por lo tanto, no es que actualmente los chilenos estemos menos preocupados por la política, sino, que la política actual ha comenzado su declive, lo que no quiere decir que va a desaparecer, pero ha ido perdiendo su encanto y cada vez son menos los que se sienten convocados a participar en ella (a votar, a militar). Así, aparece una “otra política” preocupada por cuestiones que están más relacionadas con la vida cotidiana de las personas, que permite relevar a actores que siempre estuvieron en papeles secundarios (actores secundarios) quienes entran a disputar y a ser actores con papeles centrales
Habría que señalar, que aumentar los procesos de participación es un proceso lento, más aún con una política que se caracteriza por su senectud, sin grandes cambios en el equipo ni en las formas en que se manifiesta. A pesar de esto, se observan intentos de reconfigurar está política: la emergencia del Frente Amplio con todos sus problemas a cuestas; la diversidad de colectivos emergentes de un variopinto de temáticas y la participación de personas de forma individual participando activamente en manifestaciones, donde se reconstruye el espíritu de lo común, nos muestran que todavía tenemos una ciudadanía activa.
Por último, para que operen cambios en el actual escenario de participación habrá que seguir esperando que una generación que ha realizado una trayectoria política que viene de antes del año 73 y que contagió y formó de una determinada forma a las generaciones predecesoras para entender la política y actuar en ella, cierre su vida política y complete su ciclo. Como dijo Andrés Wood en una entrevista a la Revista Capital: “las generaciones tienen que ir muriendo para que los cambios operen”.
(*) Licenciado en Sociología, Magíster en Antropología y Desarrollo. Especialista en culturas juveniles y docente UAHC