Pigmalion y la deserción: algunas reflexiones o alcances al SNCB 2014 (Sistema de nivelación de Competencias Básicas)
El lunes recién pasado salió publicado en la prensa nacional un ranking con las universidades con mayor y menor deserción de estudiantes al primer año. La parte positiva de la noticia es que logramos mejorar dos puestos en dicho listado; la parte negativa -y preocupante- es que poseemos una tasa de deserción al primer año de 25%, es decir, uno de cada cuatro estudiantes que recibimos se retira al primer año de estudios.
Es un ranking que se publica anualmente. La capacidad de hacerse cargo de los estudiantes recibidos es considerada como una característica fundamental de la calidad y de la responsabilidad de toda casa de estudios. Será además un punto central en la evaluación para la acreditación institucional.
Desde hace unos años, algunos estamos trabajando para disminuir las tasas de deserción, que lamentablemente, han seguido subiendo. Esta preocupación es uno de los orígenes de algunos de los cambios curriculares que se han implementado: por ejemplo, los tutores y el Sistema de Nivelación de Competencias Básicas, entre otros. Igualmente quiero hacer pública mi preocupación sobre algunos puntos de fondo que subyacen a la labor de docencia que realizamos. Quizás mi inquietud sea justificada, quizás no; pero creo que no expresarla sería una deslealtad conmigo mismo y con la universidad. Ojalá sirva de punto de partida para la discusión en las Escuelas.
Hay ciertos supuestos presentes en la cultura institucional -que no son más que creencias generalizadas sobre la educación superior- que entorpecen nuestra labor formativa; son creencias que emergen una y otra vez en las conversaciones informales. Me refiero a la opinión de que nuestros estudiantes tienen «deficiencias». En esto no nos diferenciamos de lo que sucede en otras instituciones de Ed. Superior. En casi todas las casas de estudio se escuchan habitualmente quejas de los docentes sobre sus estudiantes, aludiendo a sus carencias. Implícitamente, se dice que los problemas de calidad académica, residen en los estudiantes.
No comparto esta creencia y voy a argumentar mi discrepancia para el caso particular de la Academia.
En primer lugar, en el supuesto caso de que la PSU muestre algo sobre la calidad del estudiante que ingresa a la universidad, la evidencia empírica no avala a aquellos que creen que nuestros estudiantes tienen deficiencias. La media aritmética de PSU de ingreso de todos los estudiantes de las cohortes 2006-2013 es de 534 pts. Es decir, los estudiantes de la UAHC son literalmente, y estadísticamente, alumnos «promedio» (recordemos que la media es de 500 pts.). Podrá argüirse que la educación escolar es de mala calidad, pero aún así la situación no cambia: de los estudiantes que terminan su educación media (70% aprox.) y que dan la PSU (que obviamente no son todos), si bien nosotros no recibimos a la elite, tampoco a los que obtienen peores resultados. El punto es que si debemos realizar ajustes a nuestro currículo, es porque éste no es capaz de adaptarse al estudiante que recibimos; en este caso, el estudiante chileno promedio que ingresa a la vida universitaria… Dicho de otra forma, el actual currículum funcionaría bajo otros supuestos, en mi opinión, más cercanos a los que había cuando a la educación superior ingresaban solamente grupos seleccionados (elite). A veces, me da la impresión, que se añora esa época.
En segundo lugar, en el diagnóstico que indica que nuestros estudiantes tienen problemas, subyace -creo yo- una minusvaloración sobre el mundo cultural de proveniencia de ellos/as. Algo así como que lo que él o ella trae (sus saberes, sus experiencias) no tiene valor; y por el contrario, lo valioso es lo que nosotros entregamos aquí. Es casi como decirle: “tu mundo no sirve, no vale… el nuestro sí”; y lo peor es que podríamos confirmarlo con su fracaso académico.
En conclusión: me parece que en honor a la historia y a la Misión de la Universidad debemos cambiar la mirada sobre los estudiantes. Primero, porque ya sabemos del efecto de la profecía autocumplida; segundo, porque la Misión dice explícitamente que queremos atender estudiantes que tradicionalmente han estado excluidos del sistema de educación superior, por lo cual esperar tener alumnos de elite, es incongruente; tercero, porque en justicia debemos hacer el esfuerzo de integrar el mundo de proveniencia de los jóvenes, aprender de sus saberes, gozar con sus estéticas, vibrar con sus emociones; terminar con la creencia de somos poseedores de una saber superior; en fin, terminar con las creencias colonialistas que aún viven en nuestras cabezas.
El «sistema de nivelación de competencias básicas» o el «sistema de atención a los estudiantes de primer año» o el «sistema de potenciación», o el que queramos instalar sólo podrá funcionar si somos capaces de creer, de verdad, en nuestros estudiantes; si somos capaces de salir de la lógica de repetir lo que hicieron con nosotros y si somos capaces de inventar un nuevo modo de hacer docencia. Entiendo que esto es un cambio mayor y que llevará tiempo, porque no se trata de cambiar estructuras, sino creencias. Soy consciente de que habrá resistencias, pues muchos creen que diseñar un currículo en coherencia con el perfil de ingreso es «bajar las exigencias» y eso sería un detrimento para la calidad de la formación. Sin embargo, no comparto esa opinión y creo que se basa en creencias que no tienen sustento en ningún cuerpo teórico.
Regreso al ranking con que empezó esta reflexión. En la nota periodística se pone como modelo a la UC de Concepción. Curiosamente, esa casa de estudios y la nuestra reciben estudiantes con niveles de logro académico similares (mismo promedio PSU), sin embargo ellos tienen una deserción tres veces menor, 8,1%. Más allá de nuestras buenas intensiones, es evidente que algo no estamos haciendo bien. La propuesta de NCB (nivelación de competencias básicas) para el 2014 va en la dirección correcta, pero insisto que buena parte de su éxito, o de su fracaso, dependerá de un cambio más profundo, que no tiene que ver con dispositivos o técnicas, sino con convicciones, con creencias y representaciones del cuerpo de profesores/as desde las que se estructuran las decisiones microcurriculares cotidianas que afectan o favorecen el desempeño de los estudiantes. Estoy convencido de que tenemos todos los elementos para la solución.
Espero que este tema sea sometido a la discusión y que nos atrevamos a dar pasos hacia un cambio en la cultura docente que permita disminuir los niveles de deserción que actualmente tenemos (que no son éticamente aceptables). Y de este modo avanzar hacia una nueva comprensión del estudiante que ingresa a nuestra UAHC.
*Jefe de la Unidad de Desarrollo de la Docencia (VRA)