¿Quién escupió primero?

¿Quién escupió primero?

Por   Roberto Pizarro.

Impactantes fueron los insultos y escupitajos que recibieron los dirigentes de los partidos de la Concertación durante la celebración del 1º de mayo. Su presencia en el acto, y la sorpresa frente a las agresiones recibidas, revela que siguen sin entender que ellos mismos son los responsables del vacío entre políticos y sociedad civil. Pareciera que el triunfo de Piñera no fue una lección suficientemente convincente.

Los 20 años de gobiernos de la Concertación favorecieron un destacado crecimiento económico y modernización del país, pero permitieron, al mismo tiempo, una inédita concentración de la riqueza, con una distribución del ingreso y desigualdades sociales éticamente inaceptables y políticamente peligrosas. Por otra parte, la democracia, conquistada con el sacrificio de la inmensa mayoría de los chilenos, no favoreció el acceso a espacios de representación de todas las fuerzas políticas, no permitió el despliegue participativo de la sociedad civil organizada y, muy especialmente, marginó a la juventud. En los gobiernos de la Concertación, coalición calificada con ligereza de centro-izquierda, no se avanzó hacia una sociedad más incluyente y, en cambio, se hizo más sólida la  muralla que divide económica, social y políticamente a los chilenos.

En los últimos años de gobierno de la Concertación se presentaron manifiestos hechos de corrupción en el sector público, mientras se hacían inocultables los vasos comunicantes entre la política y los negocios. Lo que había sido duramente cuestionado al régimen militar, con sus oscuras privatizaciones y beneficios para los allegados al dictador, se trasladó a sus propios críticos. La honradez y decencia en los asuntos públicos ya no era patrimonio de un sector político en particular. Ello probablemente desencantó a esa mayoría que suponía una moral superior en la Concertación.

Es ese cuadro no resulta sorprendente que los trabajadores estén enojados y que, con ocasión del 1º de mayo, hayan acusado a los dirigentes de la Concertación de traidores. Calificativo doloroso, que además incluyó agresiones indebidas. Sin embargo, era la reacción espontánea de quienes se sienten defraudados por los gobiernos que eligieron y apoyaron durante veinte años. No hay que olvidar que en cada elección se repitieron hasta el cansancio compromisos de protección y ampliación de derechos para los trabajadores, apoyo a pequeños empresarios, reivindicación de la educación pública, protección del medioambiente, reforma impositiva progresiva y modificación del sistema binominal.  Fueron, sin embargo, compromisos incumplidos.

Las políticas públicas a favor de los débiles resultaron siempre magras, con nula participación de sus organizaciones, mientras las iniciativas pro-empresariales, con consultas permanentes a sus gremios, fueron de una generosidad manifiesta. La deuda con los trabajadores es demasiado grande para ser olvidada y perdonada fácilmente: ningún avance en sindicalización y negociación colectiva; el derecho a huelga se encuentra cuestionado por el mecanismo de reemplazo de trabajadores; la precarización laboral se ha extendido, mediante la figura perversa de la subcontratación; y un seguro de desempleo de escasa utilidad.

A final de cuentas, los gobiernos de la Concertación no fueron capaces de nivelar la cancha a favor de los débiles y, en cambio, ayudaron a ampliar la fuerza de los poderosos. Además, es inocultable que sus políticas pavimentaron el camino para la instalación de la derecha en el gobierno. Los trabajadores, entonces, se sienten engañados y probablemente consideraron una provocación la presencia de dirigentes de los partidos de la Concertación en el 1º de mayo. Viendo las cosas con calma, con inteligencia autocrítica, los primeros insultos y escupitajos no fueron del movimiento sindical.

Rector, Academia de Humanismo Cristiano.