Razones, confusiones y convicciones del Presidente

Razones, confusiones y convicciones del Presidente

Por Rodrigo Gangas
Decano Facultad de Ciencias Sociales y Educación UAHC

Columna publicada por El Mostrador

Las palabras del Presidente Boric, en el funeral del ex mandatario recién fallecido, fueron mas allá de lo necesario. Una cosa es rendir los homenajes correspondientes como exjefe de Estado, incluso reconocer los aciertos que el expresidente Piñera tuvo en sus dos períodos de gestión, pero otra es no hacer un juicio político equilibrado, reconociendo no solo las luces sino que también las sombras de un gobernante, sobre todo cuando estas están relacionadas con la responsabilidad que este último tiene en materia de violaciones a los Derechos Humanos durante su último periodo.

Que un sector político, en este caso la derecha, busque santificar a sus “héroes”, es perfectamente comprensible, sobre todo cuando esa santificación se traduce en ganancia electoral.  La figura de Sebastián Piñera, aun cuando fue incómoda para muchos dentro de la derecha, -sobre todo por su distanciamiento de la dictadura y el reconocimiento de la responsabilidad del mundo político como “cómplices pasivos” de graves violaciones a los DDHH-, es quien le permitió volver al poder en forma democrática después de décadas.  Sumarse a la santificación y utilizar la retórica de la “razón de Estado”, del estadista, va más allá del legítimo reconocimiento a las virtudes de una persona, mostrando un cálculo político que lo enemista con su electorado, y sabiendo que esta enemistad es pasajera, sobre todo en un país con poca memoria historia y con capacidad de perdonar -y a veces olvidar- incluso los peores delitos.

En la historia política reciente, los perdonazos institucionales -y los olvidos- han sido recurrentes, pero forman parte de una razonada forma de administrar el poder que garantiza la “gobernabilidad” del sistema.  Desde “la justicia en la medida de lo posible” de Patricio Aylwin, para referirse a las violaciones de Derechos Humanos cometidas en dictadura, hasta las “razones de Estado” de Eduardo Frei para traer de vuelta al dictador sin posibilidad alguna de juicio, los presidentes han recurrido a esta táctica para posicionarse como estadistas, y tener un lugar en la historia oficial más allá del legitimo reconocimiento de sus adherentes.  Buscar legitimidad entre los contrarios tiene una lógica racional que busca la gobernabilidad, sobre todo en sistemas políticos donde las oposiciones mantienen grandes cuotas de poder, pero también suele ser atractivo para alcanzar intereses personales, aun cuando signifique una pérdida de apoyo político de aquel sector que lo ha erigido como el líder.

En este caso el presidente Boric ha buscado lo mismo, subiéndose al carro del dolor, del efecto de la tragedia vivida por el héroe del sector, pero traspasando el límite, sobre todo porque su mensaje coloca un manto de dudas respecto a la responsabilidad política del presidente Piñera -y de paso de su gobierno completo- en los hechos ocurridos en el estallido social, y especialmente respecto a las violaciones a los DDHH que fueron establecidas por distintos informes internacionales y de los cuales el mismo presidente notificó en tiempos de campaña.

Quizás el mandatario cree -ingenuamente- que este gesto le permitirá terminar su gobierno con mayor aprobación a ese 38% que no ha podido superar y siguiendo el ejemplo de Ricardo Lagos, a quien recurre constantemente por consejos, y  que entregando una importante agenda procrecimiento al empresariado pudo superar la crisis más grande de corrupción vivida por un gobierno desde la vuelta a la democracia, pero que le valió que los “empresarios terminaran amando a Lagos” y el cierre de un ciclo presidencial superior al 70% de aprobación.  Quizás el presidente Boric cree que con esto la Derecha se sumará a su plan entregándole la posibilidad de aprobar una reforma de pensiones o un pacto tributario.  O bien, busca cultivar esa imagen de estadista transversal que le permita en un futuro no muy lejano volver a la presidencia, eso solo lo veremos con el tiempo.

El Presidente se equivoca si cree que actos como este lo elevan a la calidad de estadista, ya que la entrega fácil al discurso del contrario tiene efectos políticos más amplios: La perdida de la base original de aprobación o elección, la confusión respecto a la posibilidad de llevar a cabo un programa de gobierno, y la incierta posibilidad de reconocimiento que lo catapulte a una nueva aventura presidencial.  Si Bachelet y Piñera tuvieron la posibilidad de un segundo mandato, no fue por entregarle la razón al adversario, sino porque ambos casos se presentaron con agendas y propuestas de programas más radicales e identificadas con su sector de base.

La política, aun cuando es una actividad de racionalidad, donde los intereses selectivos -positivos o negativos- son parte del cálculo que debe considerar todo gobernante para alcanzar sus objetivos, también es una actividad de convicciones, y en ese sentido el mensaje entregado por el líder puede ser tan aceptable como confuso.   No sería de extrañar que el presidente termine su mandato adoptando la retórica del octubrismo, aumentando así el legado de presidentes de la post dictadura que renunciaron a sus convicciones.