Resignificar la Navidad: una interpretación desde el humanismo radical

Resignificar la Navidad: una interpretación desde el humanismo radical

Por Álvaro Ramis. Rector UAHC

Columna publicada en El Mostrador

La ritualidad cíclica de la Navidad, en tanto celebración cristiana altamente secularizada, nos envuelve año a año en un flujo que parece inevitable, mezclando hábitos de consumo, el poder vinculante del don recíproco, y unas formas simbólicas descontextualizadas por la hegemonía de un imaginario propio del hemisferio Norte. De allí el absurdo de los pinos con nieve y los trineos que decoran las tiendas chilenas, los “Viejos Pascueros” sudando en Ahumada, con 36 grados a la sombra. Pero más allá de estos elementos formales distópicos, la celebración navideña mantiene su centralidad dentro de los festejos públicos en nuestra sociedad.

En un contexto de profunda transformación política y resignificación cultural, como el que vive el país, cabe preguntarse por el sentido que podría tener esta fiesta, bajo una hermenéutica laica, que busque expresar lo que verdaderamente late en ella, aunque bajo un ropaje expresivo anacrónico o inadecuado al contexto. La celebración original de la navidad sólo se puede comprender en su marco primigenio, de las ritualidades cosmológicas precristianas del Mediterráneo. La definición del 25 de diciembre como fecha que celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, fue definido en el marco de la Constantinización del Cristianismo, con el objetivo explícito de coincidir y sustituir la fiesta del Sol Invicto, que en el Imperio Romano marcaba el solsticio de invierno. En ese sentido posee una cierta equivalencia simbólica con las celebraciones cósmicas que en nuestro hemisferio remiten al año nuevo de los pueblos indígenas (We Tripantu en la tradición mapuche). Lo que debería llevar a su recalendarización a la misma fecha que marca el solsticio de invierno en nuestro país.

Un segundo aspecto remite al sentido mismo del nacimiento de Cristo. Este aspecto obliga a desentrañar la persistencia de este elemento en una cultura secular y plural como la nuestra. Una opción sería desterrar totalmente ese aspecto de la celebración. En cierto modo eso es lo que ha ocurrido desde hace muchas décadas, en las cuales la Navidad se ha transformado en una suerte de “fiesta de la familia” en el capitalismo tardío, con un personaje mitológico, vestido rojo, que entrega regalos a niñas y niños. Este relato secularizó la tradición igualmente nórdica de San Nicolás (Santiklaus, Sinterklaas), que desvestido de sus ropajes episcopales originales se transformó en el anciano que recorre el mundo en una noche y que la Coca Cola contribuyó a popularizar a escala planetaria durante el siglo XX.

Otra opción es revisitar lo que entraña la fiesta cristiana pero en un sentido laico, universalista y posteleológico. Esta vía creo que permite entender la Navidad como la fiesta que celebra la sacralidad de la humanidad. Esta perspectiva es posible de asumir tanto a creyentes como a no creyentes, en la más amplia perspectiva de sus convicciones y creencias.

Entendida así, la Navidad retoma su sentido plenamente ortodoxo con la más pura tradición dogmática cristiana, que nos remite a la humanización de lo divino y la divinización de lo humano, como afirmaba San Atanasio de Alejandría en el siglo IV:”Porque el Hijo de Dios se hizo hombre, para hacernos Dios” (De Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B).Bajo este principio es posible arribar a dos interpretaciones diferentes, pero compatibles: por un lado la hermenéutica cristiana permanece intocada, como celebración del dogma de la Encarnación. Pero a la vez es posible abrirnos a un nuevo sentido, desde una segunda interpretación, plenamente secular, que comprende la Navidad como la fiesta de la sacralidad de la humanidad.

Yuval Noah Harari, en Homo Deus, define el humanismo como aquella creencia que atribuye al ser humano una esencia única y sagrada, que da origen a todo sentido y autoridad en el universo. “Cuanto ocurre en el cosmos se juzga como bueno o malos según su impacto en el Homo Sapiens” (p.115). Esta convicción humanista puede tener diferentes fuentes de legitimidad y fundamentación, e incluso los argumentos humanistas pueden ser rivales y contradictorios entre sí. Pero en el fondo lo que late en todo humanismo es la afirmación explícita de la dignidad humana, como condición que impone unos derechos fundamentales, universales, inalienables, interdependientes e indivisibles, que deben fundar el orden político y normativo de nuestras sociedades. La sacralidad de la dignidad humana, simbolizada por el relato teológico de la encarnación, lo que de fondo se celebra en la Navidad, es una forma más de entender y expresar esta propuesta de sentido, que podemos llamar“humanista radical”.

Por supuesto, Nietzsche no estaría de acuerdo con esta visión sacralizadora y sostendría que el ser humano, para convertirse en superhombre, tiene que expulsar de su interior a Dios. No se trataría en su perspectiva, de buscar la“divinización humana”, sino todo lo contrario, una sustitución de Dios por el “superhombre”, por medio de una “voluntad de poder” sobre sí y sobre los demás. Sin embargo, en ese grito por autenticidad de Nietzsche, laten las mismas pulsiones anti-humanistas, anti-igualitarias, racistas y misógenas,que hoy debemos enfrentar cotidianamente. Afortunadamente, el mismo Nietzsche nos sirve, metodológicamente, en el proceso de transvaloración que puede decostruir las genealogías de estas mismas experiencias y circunstancias.

Por otro lado el propio evolucionar del humanismo radical le ha llevado a una nueva contradicción fundamental, mucho más difícil de superar. La comprensión ecosistémica del ser humano como parte inseparable de un entorno biótico amplio, del cual es consustancial, le determina a relativizar su carácter único, como especie sagrada y superior. La crítica al “especismo” humanista es la última frontera que el humanismo debe enfrentar: ¿De que forma nuestra dignidad humana nos hace diferentes a las otras especies, no humanas, y nos determina a una existencia singular y distinta a ellas?

Renunciar a la sacralidad de la dignidad humana es muy peligroso si abre la puerta a la relativización de los derechos humanos. Por otro lado, mantener una convicción humanista que no asuma la crítica posthumanista al antropocentrismo ecocida, es igualmente insostenible. Urge un nuevo relato de sentido que nos permita repensar, radicalmente, lo que significa que el ser humano sea la medida de todas las cosas.