Salud mental: El último baluarte de resistencia
(*) Por Francisca Rodríguez Aguilera
La última emergencia sanitaria mundial de la que tenemos recuerdo ocurrió en 1918, la pandemia por H1N1 o mal llamada gripe española. Más de cien años después, nos vemos enfrentados nuevamente a una enfermedad que no terminamos de comprender y frente a la que todos los días parece surgir información nueva. Las tasas de contagio y mortalidad se elevan de manera aterradora y los gobiernos de los distintos países parecen orientar sus esfuerzos en mantener un acto malabarismo que involucra sistemas de salud que no dan abasto, falta de personal médico y falta de insumos por un lado, y una economía que tambalea y augura incertidumbre como no hemos visto en décadas, por otro.
Afrontamos un escenario amenazante e impredecible, similar al que encontraríamos en algún libro o película distópica, pero sin la posibilidad de pensar que solo es ficción. La realidad cotidiana se ha convertido en una fuente de estrés debido no solo a la amenaza real de padecer una enfermedad grave y no contar con la atención médica necesaria, si no a la urgente demanda por adaptarnos a nuevas formas de trabajar (los que tenemos la fortuna de contar con trabajo formal), mantener el distanciamiento social, compatibilizar el trabajo remunerado con las tareas de cuidado del hogar y cuidado de los niños y responder a las exigencias del mundo escolar. Otros además deben lidiar con el hacinamiento, la falta de empleo, convivir con un agresor, la falta de conectividad, de alimentos e incluso de agua.
Cada uno desde su bastión, estamos oponiendo resistencia y utilizando todos nuestros recursos emocionales, cognitivos y sociales para funcionar lo mejor posible en este contexto, cuidando a quienes dependen de nosotros y a nosotros mismos. Sin embargo, este esfuerzo no es gratuito y tarde o temprano veremos el impacto en nuestra salud mental. Muchas personas ya presentan síntomas ansiosos o depresivos y no cuentan con orientación o apoyos especializados.
Ante esta situación, todos los dispositivos de prevención y promoción de la salud mental son indispensables. Necesitamos desplegar acciones desde distintos frentes, destinados a apoyar a los individuos y a las familias, haciendo uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones, atreviéndonos a modificar las prácticas que históricamente hemos realizado para que se adapten a las posibilidades que tenemos hoy en día. Se vuelve urgente mantener los programas ya existentes, que cuentan con conocimientos importantes de los territorios y las poblaciones que los habitan, de las redes locales y el funcionamiento comunal.
En la medida que cuidemos la salud mental de niños, niñas, adolescentes y adultos, fortalezcamos la capacidad de afrontamiento y visualicemos los recursos personales y comunitarios con los que contamos para sobrellevar a esta situación, menos nos costará encontrar nuevas formas de funcionar. Nuestra salud mental es la fortaleza desde la cual podemos mantenernos en pie, la que nos permitirá conservar la empatía y seguir siendo nosotros una vez que esto pase.
(*) Mg. en Psicologia Clinica infanto-adolescente. Programa Habilidades para la Vida. Escuela de Psicología UAHC