Socialismo, riqueza y Dávalos

Socialismo, riqueza y Dávalos

Por Raúl González*

El hecho “Dávalos” merece alguna reflexión sobre la relación entre el socialismo y la riqueza.Esta, como realidad o potencialidad no fue ajena al ideario de esa corriente. Los llamados socialistas utópicos del s. XIX tenían confianza y expectativas en la capacidad moderna de crear sociedades ricas. Valoraban el trabajo, la ciencia y la productividad.

Su rabia era con las clases ociosas, herencias del régimen tradicional o poseedores del capital, y que explotaban a las clases laboriosas apropiándose de la mayor parte de lo que producían. En esto cabían obreros, artesanos, científicos, artistas.

Poco después, Marx y Engels vieron en la capacidad productiva del capitalismo su aporte al avance histórico, el que crearía condiciones para el comunismo, estadio posterior, marcado por grados altos de abundancia. Realidad donde el reino de la libertad sucedería al reino de la necesidad y donde cabría esperar de cada uno según sus capacidades y otorgar a cada uno según sus necesidades. En que el trabajador, además, no solo sería concebido como costo y fuerza productiva alienada y explotada, sino, también, sujeto de la economía y de la historia.

Ya en el terreno de las experiencias históricas, los socialismos reales de la URSS y de Europa Oriental rápidamente ponen al desarrollo de las fuerzas productivas y la creación de riqueza  como un objetivo supremo dado que se definían partiendo de sociedades pobres no modernizadas previamente por el capitalismo. Por ello mismo, asumidos y divulgados como un atajo al crecimiento de la producción y la riqueza por una vía alternativa al capitalismo (y a lo cual otros grandes objetivos del socialismo terminan subordinándose).

La propia gestión de esos socialismos se plantea en un cierto momento la pregunta por la preponderancia o combinación entre estímulos materiales o estímulos morales como herramientas para lograr que las conductas laborales cumplieran con las necesidades y objetivos de la planificación.

Es quizás el socialismo latinoamericano bajo la influencia cubana, el ejemplo ético del Che Guevara y la existencia de corrientes cristianas que connota al socialismo de algo más austero y menos marcado por el desarrollo de las fuerzas productivas y la producción de riqueza. Es el valor supremo de la igualdad y la emergente critica a la sociedad de consumo que se hacen ya más importantes y características.

Las experiencias del socialismo africano que buscan combinarlo con las tradicionales estructuras comunitarias campesinas como en Tanzania y Madagascar marcan también una relación menos decisiva en la capacidad de producción de riqueza y crecimiento. Pero esto estará siempre presente para dejar atrás el atraso.

Todo lo anteriormente señalado es solo para mostrar que hay una historia larga y compleja en la relación entre riqueza, socialismo y socialistas. Pero ello nunca pasaba por la idea del enriquecimiento personal de un socialista. Había una ética, una historia, un entorno socialista, que actuaban de contenedores para una tal conducta.

Eso era parte del ADN del socialismo y los socialistas pues aparecía opuesto al valor supremo de implantar dosis efectivas de igualdad entre las personas. Por algo, en el momento de su derrumbe los sistemas socialistas, con algo de caricatura, fueron desprestigiados recurriendo a la figura de la existencia de unos jerarcas y elites que habían consumido parte de la riqueza que generaba ese sistema. Eso era enrostrarles que habían ido en contra de lo que encarnaban y que sus elites o dirigentes no eran distintos a otras.

La existencia y conducta de Dávalos y esposa, militantes socialistas, parecería mostrar el deterioro de aquellos principios, pero no solo en él, sino también en un entorno próximo que no jugaba el rol de controlador y deslegitimador, de ese tipo orientaciones al enriquecimiento y el lujo.

Lo dijo hace un tiempo un diputado de esa corriente, más o menos así: se ha pasado de una lejanía y crítica al deseo de enriquecimiento, al predominio de la idea que se es “un tonto” sino se aprovecha una oportunidad para serlo. En este caso, incluso, sin la dignidad de la producción de algo real, sino en una de las actividades más bastardas de apropiación de valor, como es la especulación inmobiliaria.

Es en ese nuevo ethos “socialista”, proclive y aceptador del enriquecimiento, que parece estar avanzando–aunque velado y en tensión por un discurso que no puede ser transparente en esa dirección-  Dávalos pareciera ser no el mal hijo de una presidenta, sino el buen hijo de una época.

Criatura, actor y sujeto de ese contexto. Un “nuevo socialista” que deja atrás aquello que en otro momento fue parte de su esencia valórica y que más bien queda como lastre a superar, aunque se le necesite como retórica para llegar al poder.

Si así de grave fueran las cosas, el tema es serio y profundo. No cabe aceptar las palabras del presidente del partido socialista que “valora” su renuncia; o de un ministro que “valoró” la declaración de su patrimonio y de otro ministro que “valoró” su renuncia al cargo público que tenía.

Yo prefiero acusarlo del descredito que le confiere a algunos de los mejores idearios de la modernidad y al que espero que el ideario socialista siga aportando propuestas: el mejoramiento de la vida  junto a las de los otros; a la igualdad con diversidad. De las declaraciones citadas pareciera desprenderse que este es un tema demasiado importante como para dejarlo en las manos de los dirigentes de los partidos que se llaman socialistas.

Solo el sorbo de algunas de las palabras y gestos de despedida de José Mujica –aquí, dentro del “barrio”, como les gusta decir a tanto economista chileno “de mundo”- llamando a la austeridad sin pobreza, y devolviendo parte de su salario presidencial, pareció ser un fresco antídoto frente a esa desmesurada vocación de riqueza.

*Economista. Docente  y coordinador del Programa Economía y Sociedad de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

Artículo publicado en portal de radio Cooperativa