Violencia, agresión y el miedo a estar solo
(*) Por Juan José Soca
La violencia forma parte del nacimiento y desarrollo de los lazos sociales. Ella resulta constitutiva cuando por lo menos dos sujetos se juntan. Un ejemplo es el de Caín y Abel. Es un hecho que la violencia, en el seno de los lazos sociales, es utilizada tanto para instituir practicas políticas y jurídicas como para destituir un antiguo orden. En tal sentido, la historia de la humanidad ha dado claros ejemplos de esto.
Pero, ¿a quién se ataca?, ¿Se ataca a un igual o a un diferente?. De acuerdo a una tesis de Rene Girard. expuesta por Roberto Esposito: “los hombres no combaten a muerte porque sean demasiados diferentes, sino porque son demasiados parecidos, incluso idénticos”. A partir de la tesis planteada por Girard se postula que quien muere no es necesariamente un extranjero, sino un miembro muy cercano. Por lo general, se golpea y se mata por excesiva igualdad y no por un defecto de diferencia. Precisamente, cuando hay demasiada igualdad, cuando ésta llega a afectar el ámbito del deseo humano y lo concentra sobre el mismo objeto, se desemboca de un modo inevitable en la violencia extrema.
Esposito por su lado, analizando la relación recíproca entre violencia y comunidad, nos plantea que: “Lo que hace atacar a los otros es precisamente este juego de espejos cruzados en el que cada uno ve su propia agresividad reflejada en la mirada del otro. Lo que empuja a la comunidad al remolino de la violencia es precisamente la indiferencia, la ausencia de una barra diferencial que los mantenga a salvo de la posibilidad de masacre”
¿Qué es lo que empuja a atacar al otro?. Se asiste a una suerte de espejo que refleja en uno de los partners su propia violencia puesta en la mirada del otro. A modo de una lógica especular y circular ‘violencia y miedo’ se entrelazan constituyendo de este modo un nudo mortífero. Pero ¿qué sucede cuanto la víctima, intentando discriminarse del victimario, al fin puede no mostrar miedo?. Puede resultar una salida, pero a veces se transforma en un callejón sin salida.
¿Qué hace que la victima pierda su miedo y pueda liberarse de ese circuito infernal?. ¿Cuáles son las condiciones simbólicas, necesarias y suficientes que posibilitan una u otra situación?. ¿Cuáles serían las condiciones simbólicas para que la victima pueda liberarse? Para que ocurra esto, se necesita suficiente consistencia subjetiva para aferrarse a un significante que pueda permitirle un corte. Pero lamentablemente no siempre acontece, ya que depende en parte de la historia de cada sujeto y de la propia novela familiar.
Pero no es suficiente aferrarse a un significante que ampare. Tal vez, como efecto de esto último, es necesario, además, salir de su condición de doble y arriesgarse. Por cierto, el hecho de arriesgar y correr riesgos implica pagar un precio. ¿Cuál? El precio de vivir la experiencia de desamparo y de soledad como sujeto. Extraña paradoja: El desamparo que conlleva la soledad, es el precio que se paga ante el coraje de poder desprenderse de ese lazo infernal.
Pero en ese circuito infernal, ¿porqué ambos (victimario y victima) continúan alimentando una escena mortífera? Mientras que el o la victimaria prosiga en su posición, abrigaría la esperanza de no estar solo. El odio constituye al objeto, anulándolo. Es por eso que cuando un hombre llega a violentar a la mujer o viceversa, no le queda otra opción posible que atentar contra su vida; como única salida ante la situación insoportable de una vida en soledad y desamparo. Ese objeto amado y odiado a la vez, ya no está. Nunca más. Y esto puede resultar insoportable.
En definitiva la separación conlleva afrontar la propia soledad como sujeto, lo que no significa estar desligado absolutamente de los otros y para eso se requiere que caigan algunas cosas. ¿Qué es lo que sostiene el círculo mortífero y lo impulsa a su repetición?. ¿Por qué no dejamos caer algunas cosas?, cosas que por lo general se encuentran idealizadas.
Es aquí que los ideales muestran toda su eficacia. ¿Qué sucede cuando caen esos ideales?. Cuando caen, el sujeto se enfrenta al vacío del otro y esto, por cierto, angustia. En el momento en que él o la victimaria muestran su fracaso, su estupidez y su ignorancia. La víctima puede enfrentarse a una oportunidad única en su vida. La de reírse en la cara del otro, reírse de su ignorancia y de su fracaso en su ideal de omnipotencia. Entonces, algo del orden del desfallecimiento de los ideales se pone en juego. Claro está que en todo gesto subjetivo, siempre hay un riesgo. No es fácil afrontarlo. A veces se paga con la muerte.
(*) Psicólogo. Psicoanalista y académico del programa de Magister en Praxis Clínica Y Sociedad