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(*) Por Patricio Inzunza Astete

“Por primera vez se sintió acosado por el animal de la soledad; bicho astuto. Un viejo que leía novelas de amor”

En la tarde del 23 de abril, día internacional del libro, en la distante ciudad de Gijón, España, resonó por varios minutos el batir de aplausos, en esta ocasión no era para los trabajadores de la salud, sino para homenajear al escritor chileno Luis Sepúlveda, quien vivía en Gijón hacía más de una década. La noticia de su muerte recorrió las redes sociales dejándonos por primera vez, como el personaje de su novela, acosados por el animal de la soledad; bicho raro.

El escritor Andrés Neuman en su libro “Barbarismos” define la soledad como un fertilizante amargo. Es lo que queda después de una pérdida: Un regusto amargo que se intenta fertilizar con la memoria. Luis Sepúlveda murió el 16 de abril debido a la impiedad de un bicho astuto que no era precisamente la soledad, sino este reguero de muerte que corona de incertidumbre al mundo, el Covid-19.

Resumir una vida de éxitos es difícil, más aún la de un aventurero y viajero perpetuo como fue Luis Sepúlveda. Tratar de enumerar una vida por medio de sus hechos, como una caja que se cierra con las palabras y quedar satisfecho con la feliz sensación de que se refleja el camino andado, no deja de ser un engaño dulce, pero necesario.

Para ahuyentar al animal de la soledad quisiéramos centrarnos en unos episodios con características de esbozos para aproximarnos a cómo llegó a escribir “Nombre de torero”, la que, dicho por el mismo autor, es su novela más autobiográfica.

Su primer viaje con acentos de aventura fue a los 16 años cuando espoleado por los relatos de Francisco Coloane decide viajar al extremo sur de Chile. Quiere conocer por sí mismo los lugares que imaginó a través de las narraciones del mítico autor de “Cabo de Hornos”, este es sin duda, un índice inequívoco de una sensibilidad lectora que más tarde lo configuraría como escritor.

Desde ahí comienza a escribir y a viajar. Escribe desde los 17 años en el antiguo diario “Clarín” de Chile hasta que en 1973 es detenido en el Regimiento de Tucapel de Temuco, después de tres años de encarcelamiento y tortura bajo la dictadura militar es exiliado, quedando así una huella indeleble en su vida y en su obra literaria.  En Europa pasa por muchos países hasta llegar en 1977 a Hamburgo. Llega para morir. O es lo que piensa; se sintió acosado por el animal de la soledad y como testamento comienza a escribir “Nombre de torero”. Estando en la cárcel de Temuco se contagió de tuberculosis dejándolo con graves secuelas. Los médicos de Alemania casi no conocían las características de la tuberculosis y menos cómo diagnosticarla, era una enfermedad anacrónica para los germanos, por lo cual no sólo Luis Sepúlveda era un extranjero, sino también su enfermedad. Un médico rumano le hizo preguntas certeras y, finalmente, diagnosticó la tuberculosis ósea. El bacilo se le había alojado en la columna vertebral.

Lo salvó un amargo tratamiento y la dulce ficción que comenzó a escribir en el mismísimo hospital, “Nombre de torero”, lega toda su biografía en el personaje y alter ego, “Juan Belmonte”, quien más tarde reaparecerá en la novela “Fin de la historia” junto a su pareja bajo el nombre de Verónica. La útil inutilidad de la ficción tiene, como diría Nuccio Ordine, un líquido amniótico ideal para desplegar temas que experimentan un desarrollo inusitado en la literatura. Más que un ajuste de cuentas con la historia es un ajuste de cuentas con los episodios que nos mantienen en una soledad atenazada.

Ya había escrito para ese entonces su gran novela “Un viejo que leía novelas de amor”, la cual lo configuró como uno de los grandes narradores del mundo, traducida a más de sesenta idiomas, fue reconocida con varios premios internacionales y llevada al cine. En la variedad de su novelística se encuentra un fuerte compromiso social y ecológico, también desarrolló una serie de ficciones infantiles como “Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud”, “Historia de un perro llamado Leal” y el clásico “Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”, también llevada más tarde al cine.

Tanto en sus novelas como en sus artículos periodísticos está el valor de la memoria como un timón que dirige su obra y la articula en tanto elemento esencial para entender el presente.

Lazos con la UAHC

Pese a la distancia geográfica con Chile, Luis Sepúlveda supo y se preocupó de cultivar lazos con su tierra, mantuvo por años amistades y complicidades con sus amigos escritores y con el mundo intelectual. Entre estos últimos lazos, está la amistad que mantuvo con Álvaro Ramis, actual Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

Álvaro Ramis conoció a Luis Sepúlveda debido a la edición de la revista Le Monde Diplomatique en su versión chilena. Recuerda que el novelista destacaba por su gran dedicación y activismo social “Trató de articular el mundo de la cultura en relación con temáticas ligadas a la crítica al modelo de desarrollo de Chile. Ese era su interés fundamental, hacer una crítica desde la cultura y desde las artes al modelo de desarrollo económico que estaba, fundamentalmente, centrado en una política extractivista basada en la explotación de los recursos naturales bajo valor agregado, sin inversión en ciencia, en tecnología; sobre todo en el campo del arte, la cultura y el desarrollo humanístico. Ese siempre fue su énfasis y permitió que, viviendo lejos de Chile, pudiera estar presente en estos espacios” comenta la autoridad universitaria.

La vida de Luis Sepúlveda estaba muy ligada a su obra literaria, al respecto, el rector  señala: “Tiene ese relato novelesco que bordea lo autobiográfico; lo tienen sus experiencias de viaje, de traslado, de exilio, de retorno, de reasentamiento, sus propias experiencias familiares, separación y revinculación con su mujer; lo cual construye una vida con mucha riqueza biográfica, que lo hizo capaz de expresar muchas vivencias de enorme sentido para muchas personas”. Reflexiona el profesor Ramis y añade; “Es bien emblemático que haya muerto en estas circunstancias porque le da un cierre a su existencia, es una partida que también tiene un carácter casi novelesco como las historias que rodearon su vida”, sostiene.

En relación a la obra de Luis Sepúlveda el Rector señala que uno de los títulos que recomienda es “La sombra que fuimos”. “Esa novela es un relato autobiográfico relacionado con sus vida juvenil. Narra sus experiencias como interventor de una fábrica en el contexto de la Unidad Popular, donde ejerce cargos gerenciales siendo muy joven y no teniendo la experiencia y la capacitación para hacerlo, pero poseía la convicción y las ganas. Imaginar a un escritor peleando con los números para hacer cuadrar la caja, para hacer funcionar la empresa y todo lo que eso significaba en el contexto del proceso de movilización del cordón industrial de Vicuña Mackenna, es un relato muy sabroso”, explicó Álvaro Ramis, quien finalmente concluye recordando la esencia del escritor. “Él era una persona muy transparente, muy sincera. Siempre muy claro, no había doble estándar en su lenguaje. Uno sabía lo que pensaba, lo que decía y lo que sentía Luis Sepúlveda”.

(*) Estudiante de 2do año de Licenciatura en Lengua y Literatura. Instituto de Humanidades, UAHC.