Carmen Castillo: “Estoy muy llamada y convocada con este encantamiento de las luchas sociales en Chile”

Carmen Castillo: “Estoy muy llamada y convocada con este encantamiento de las luchas sociales en Chile”


Hablar con Carmen Castillo, historiadora y documentalista,  no solo es excavar en el horror del pasado reciente, por su historia, su detención y la muerte de quien fuera su pareja,  el líder del MIR Miguel Enríquez; también es hablar de entrega, emoción y de cómo lo vivido puede ser abordado desde el arte.

Es  una de las directoras que ha trabajado de manera más sistemática el tema de la memoria en el contexto de la dictadura militar. Es autora de diversos libros testimoniales  y son varios los documentales en los que aborda su propia experiencia de la represión, entre ellos  “La Flaca Alejandra” (1993); “El País de mi Padre” (2004) y, más recientemente, “Calle Santa Fe” (2007), trabajo que se remonta al 5 de octubre de 1974,  día en que ella es herida y hecha prisionera con seis meses de embarazo, y su compañero Miguel Enríquez es asesinado por la DINA. “Calle Santa Fe”  es el relato de su historia y la del país. Una búsqueda dolorosa, pero restauradora.

Por estos días se encuentra trabajando en el documental “Estamos Vivos”, el cual recoge las luchas de la emancipación, el compromiso político después de la derrota ideológica de la caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética. Indaga qué pasó, cómo nos movemos y se  hace política.

De visita en Chile, en este ir y venir entre nuestro país y Francia, en donde vive desde su exilio, fue invitada por nuestra universidad para dictar la clase “Construcción de Memoria Audiovisual” en el segundo año del Magister de Antropología, oportunidad en que los alumnos pudieron conocer de mano de la propia realizadora su trabajo  y utilizarlo como una herramienta para darle una forma audiovisual a un testimonio, recuerdo o vivencia.

Es una de las directoras que ha trabajado de manera más sistemática el tema de la memoria, en diversos libros y principalmente en documentales. ¿Qué te ha llevado a relatar esos dolores y a revivirlos a través de tus trabajos?

Llegué al cine estando en Francia, en otro momento de mi vida. Yo era historiadora. La ruptura, el quiebre, el exilio y las circunstancias de la vida me llevaron a dejar la pedagogía y la investigación. Tuve ganas de contar las historias, contar algo que sucedió y que es colectivo, pero que necesito y quiero contarlo desde un punto de vista subjetivo. No es un trabajo de historiadora, ni periodístico. Es un trabajo literario y cinematográfico con historias que tienen que ver con lo colectivo y lo personal. Es muy delicado, porque tienes que atreverte a decir yo,  consciente que era un riesgo de narcisismo, era una necesidad de siempre contarle al lector o interpretador la emoción, desde un punto de vista personal.

Cada una de las películas tiene una forma de ser muy diferente, son todas  trabajadas al filo de la emoción, al máximo rigor. Son fragmentos necesarios para la reconstrucción de la memoria de un pasado sin el cual no hay futuro. Lo que me anima es siempre la convicción que la memoria de los vencidos, la vivencia en el mundo es energía de futuro, energía histórica. Siempre intentar contar lo humano no es una tesis ni una película objetiva para que los jóvenes podamos tener acceso a ciertas vivencias. Una película no cambia la correlación de fuerzas o una situación; tampoco impone la justicia o logra encontrar a un desaparecido, simplemente es un aporte esencial.

El conjunto de sus trabajos audiovisuales ha sido considerado como un consciente de memoria para superar el trauma de lo vivido. ¿De qué manera el arte audiovisual permite superar los traumas de la memoria?

Una forma artística o película no soluciona ningún trauma. No es una catarsis, no es una terapia ni tampoco es dar vuelta la página, simplemente es hacer que los dolores, que los muertos se incorporen a la circulación sanguínea de tu vida y de otros como formando parte de la vida. No hay esa separación que el mundo actual impone y que nos hace creer que los vencidos perdieron y ganaron los vencedores. Se impuso la transición bajo normas dictatoriales. Si no reconocemos el cauce profundo, el flujo permanente de esos ideales,  valores y sueños no hay posibilidad ninguna de crear una sociedad en el presente.  Yo no lo hago para resolver un problema, lo hago porque es mi forma de expresar y encontrarme con las nuevas generaciones. Es mi forma de saber que el olvido impuesto por los gobiernos es una estupidez total. Es simplemente un trabajo como el del historiador, del antropólogo o de cualquier persona sensata que sabe que el presente está hecho de pasado, que sin ello no hay futuro y que el devenir revolucionario es cada día necesario. Las energías de las luchas van como respuestas melancólicas a situaciones inaceptables y van llenas de nuevas esperanzas.

¿Cuál ha sido el trabajo que más le ha gustado  o costado hacer? y ¿Por qué?

Cada uno de ellos ha tomado tiempo. A veces hago películas sobre un escritor como Saramago y es un placer desde el inicio al fin, aunque me tome un año realizarla. En otros,  cuando estoy tocando la memoria colectiva,  tengo que tener mucho cuidado, mucho rigor y tiempo para estar en silencio. Buscar la forma de ser lo más sincera posible. Todas han sido aventuras diferentes. En el caso de “Calle Santa Fe”, por ejemplo, que duró cinco años de fabricación de ir y venir, de pensar, de cambiar y de encontrar, finalmente resultó ser una película larga, pero que tiene exactamente la misma necesidad de actualizar en el presente la historia de hace treinta años, y que están insertas en la cotidianidad de una sociedad aunque no lo sepamos.

Lo que me sorprendió con este trabajo fue el recibimiento que tuvo en varios países del mundo, en total realizamos 55 debates durante un año y la película continuaba en sala. Esto quiere decir, que no importa que sea de un lugar lejano o pequeño,  había una necesidad universal de respetar la necesidad de luchar, de resistir.

En Chile pareciera que no se da ese interés…

En particular, quisiera hacerlo más, tengo una deuda con Chile. No se ha hecho más también porque los  colectivos han estado muy frágiles, las universidad tal vez no han integrado el cine documental como un instrumento de reflexión. Pese a ello,  he tenido la suerte que trabajos míos hayan sido pasados a media noche en TVN, pero no hay regreso, es decir, nunca sabrás quién efectivamente lo vio. No hay posibilidad de intercambiar o recoger opiniones. Me gusta acompañar las películas porque es una forma de recibir aportes a tu trabajo.

En Chile lo hice en los liceos tomados el 2011, en talleres populares y en poblaciones, pero no de forma masiva. No tuve la posibilidad, hasta ahora, de hacerlo en universidades y eso me tiene muy contenta.

“La Flaca Alejandra” y “Calle Santa Fe” son documentales en los cuales se enfatiza en una imagen femenina frente a la violencia de Estado ¿Cómo se rebela la mujer ante la opresión? ¿Cuál es su visión de lo que sucede hoy?

Hubo una tortura específica hacia la mujer, eso es un hecho.  Hay algunas iniciativas que están surgiendo desde Uruguay justamente para iniciar procesos a la especificad de la represión y la tortura a la mujer militante durante periodos dictatoriales.  Ambos países tuvieron experiencias similares. Hubo reflexiones extraordinarias recogidas en el campo concentración de Tres Álamos por mujeres sobrevivientes que pasaron por la tortura y que explican la especificidad del quiebre.

Mi trabajo en particular, y de tortura en donde hablan solo mujeres, es quizás,  porque las mujeres han podido, justamente por esa reflexión existencial y política de encontrar palabras que explican el cuerpo y que nombran el dolor. Es posible sentir, encontrar como nombrar  lo que no se puede nombrar y decirlo con una suerte de claridad. No hay autocensura en esa búsqueda de lo innombrable. Hay una mayor posibilidad para mí de entrar a lo más profundo, hablando con una mujer que con un hombre. La especificidad es una constante, pero hay una real emoción.

Actualmente vive en Francia. ¿Por qué después del exilio  nunca volvió a quedarte en el país?

Primero,  porque sentí un enorme rechazo por lo que estaba sucediendo con la transición. No tuve ganas. Luego el 2012, haciendo el trabajo “El país de mi padre”, fuimos a filmar a la calle Santa Fe, y ahí me encontré con Manuel, el vecino que me salvó la vida, y desde entonces que me cambió completamente la manera de ver este país. Me enamoré nuevamente de Chile y de su pueblo.

Realicé muchos trabajos en el norte con los pirquineros, comunidades indígenas, pero no con lo que tenía que ver con Santiago y la esfera urbana, finalmente ahí sentí las ganas de regresar a hacer lo que hago: filmar, hacer talleres, clases y encuentros para llenarme de energía.

El ir y venir, el exilio y luego vivir lejos, el desgarro de no haber estado con mi padre el tiempo suficiente, y que falleciera después de mi regreso,  son dolores para siempre, pero con ellos vivo. En ese movimiento estoy. Lo que pase mañana no lo sé.

En Francia también realizo activamente trabajos con comunidades de mujeres, con sindicatos en universidades, estoy en esa dinámica y puedo participar de un colectivo en lucha en los dos territorios y es un privilegio enorme. Es cansador, a veces desgarrador y difícil, pero es así y tiene también su fuerza esto de los territorios, de estar en constante movimiento.

En este ir y venir,  cómo va encontrando a su país

El Chile que yo encontré en el 90  no tenía nada que ver con el mío. Me encontré con una clase media destruida, con el endeudamiento y la enajenación. Sin embargo,  el movimiento estudiantil, el exigir educación gratis  y desde allí nacionalización; el pensar de los colectivos y la lucha mapuche, me parece extraordinario. Siempre he dicho que Chile me parece un laboratorio. Para mí, lo que sucede acá está adelantado. Cómo es posible que haya tal conciencia política. La formación y cultura política de los jóvenes chilenos es muy potente. La pregunta es de dónde lo sacaron si hubo una ruptura,  un corte, un silencio y un vacío. Es extraordinario. Es de una fuerza increíble. Estoy muy llamada y convocada con este encantamiento de las luchas sociales en Chile. Son muy fuertes y potentes.

Su padre fue un destacado arquitecto, renombrado dirigente de la DC que también siempre tuvo sensibilidad por el tema de los derechos humanos y lideró diversas luchas sociales en su momento. A tan solo semanas de su fallecimiento ¿Cuál cree que es el legado que le dejó?

Muchos, muchos. Él encarna una política de futuro, es lo que los jóvenes quieren. No es un hombre del ayer, aunque haya encarnado las luchas estudiantiles, de pobladores, de los sin casa en los 60 y que haya atravesado la dictadura a la cabeza de la resistencia abierta. La multiplicidad de su vida y de acciones tienen que ver con el ser humilde, y no se trataba de hacer cosas por caridad o justicia social, sino que para él, ellos eran los arquitectos, ellos eran la base creadora.

¿Hoy qué necesitamos? Organización, colectivos, justicia y lucha por la dignidad humana. Y mi padre es una figura sin sombras, de una rectitud que nunca respondió a ninguna modernidad ni consumismo, no tuvo nada que ver con el dinero, y sin embargo es lo que queremos.

Vivir su muerte es muy doloroso, pero él siempre vivió la muerte como algo que se nos ha olvidado en nuestra sociedad. Y es que los muertos no se van, porque la relación con los vivos es continua, es permanente. Que forman parte del mismo territorio y espacio. Él decía simplemente no hay separación, lo cual es muy profundo, porque sin esa manera de vivir la vida la realidad es muy cruel. La separación no es eliminar a los muertos y es lo mismo que pasa con la memoria de los miristas y compañeros que partieron. ¿Cómo vas a eliminar la memoria de Miguel Enríquez  si está en el cauce, en el flujo?

¿Quién es Miguel Enríquez hoy? ¿Cómo convive con el recuerdo?

Miguel es un compañero con el que me acompaño cotidianamente, así lo vivo. Lo terrible es que están ausentes, pero están circulando contigo en lo cotidiano, en la sangre,  en los pies, en la cabeza. Creo que se van a morir el día en que yo me muera. Eso es lo que le pasa a Chile con nuestros muertos. Les pasa con Allende, con Miguel, con los hermanos Vergara. Cuando tú dices la memoria de los vencidos es energía del futuro, es simplemente porque no puedes luchar si no le agregas  al inventario de tu vida presente los momentos y recuerdos. Vas con ellos y son más fuertes. Y es así: no es que uno se cuente un cuento para ir a dormir tranquila.