Opinión del rector Álvaro Ramis: Reflexiones bíblicas sobre la crisis del poder judicial
(*) Por Álvaro Ramis
Los recientes escándalos del Poder Judicial están produciendo tan abundante información que parecen desmoralizar a toda la sociedad. Es tan grave y abrumadora la evidencia que el juicio público parece arrojado al cinismo, la anomia y la desesperanza. Por eso es importante que el esclarecimiento y sanción de los delitos cometidos en las altas esferas de la justicia se acompañe de reflexiones colectivas que nos ayuden a reconstruir el sentido de la justicia, la equidad y la imparcialidad en la administración de la ley.
En una sociedad laica, esta reflexión puede hacer uso de las diversas tradiciones éticas que constituyen un legado imperecedero de nuestra cultura. Entre ellas está la tradición bíblica, que en base a un lenguaje racional, basado en símbolos, continúa aportando una fuente de criterio y sabiduría, para poder discernir en momentos de confusión moral, como la actual.
La Biblia contiene variadas referencias a jueces injustos y corruptos, y advierte de las consecuencias de su injusticia. Es especial se condena a los jueces que caen en la habladuría y el chismorreo. En Éxodo 23:1-3 y 6-8 se afirma: “No admitirás falso rumor. No te concertarás con el impío para ser testigo falso. No seguirás a los muchos para hacer mal, ni responderás en litigio inclinándote a los muchos para hacer agravios; ni al pobre distinguirás en su causa”. Es un texto que advierte a los jueces de la perversión el derecho cuando avala el engaño y colusión: “De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. No recibirás presente; porque el presente ciega a los que ven y pervierte las palabras de los justos”.
Otro relato que nos debería ayudar a reflexionar es Deuteronomio 16:18-20. En este pasaje tan antiguo ya se reflexiona sobre la importancia de establecer un mecanismo legítimo para la designación de los jueces: “Nombrarás jueces y oficiales en todas tus ciudades… y juzgarán al pueblo con justo juicio. No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos”.
El profeta Isaías en 10:1-2 formula una clara condena a los jueces que formulan sentencias injustas: “¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía! Para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos”. Una judicatura que no asume las consecuencias sociales de sus fallos también se pervierte, como recuerda el Salmo 82:2-4: “¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente y aceptaréis las personas de los impíos? Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Librad al pobre y al necesitado; libradlo de mano de los impíos”.
En el Nuevo Testamento encontramos una imagen conmovedora, en Lucas 18:1-8, con la parábola del juez injusto. Jesús narra la historia de un juez injusto que no atendió la causa de una viuda pobre. No obstante, esta mujer fue persistente y acudió a él una y otra vez en busca de justicia. Aunque el juez en un inicio no quiso ayudarla, finalmente lo hizo, aunque sólo por cansancio, agobiado con su insistencia. La parábola reflexiona sobre las condiciones de asimetría ante un sistema judicial clasista, que diferencia entre ricos y pobres. Denuncia la acción de los jueces indolentes, pero nos anima porque que a pasar de todo, pueden ser obligados a actuar por la insistencia de quienes permanecen firmes, litigando por una causa justa.
El texto bíblico, junto con ser un escrito sagrado para distintas confesiones religiosas, también puede ser visto como una fuente de sabiduría ancestral que ofrece enseñanzas y principios con relevancia contemporánea. Aunque su contexto histórico, social y cultural es muy diferente al actual, aspectos centrales de su mensaje mantienen una vigencia notable, por su profundidad y universalidad. En momentos de desfonde valórico de las instituciones, donde es importante pensar cómo reconstruir la confianza en un poder del Estado tan esencial a la vida en sociedad como el judicial, hace falta releer este tipo de mensajes y reflexionar.
Para avanzar en la reconstrucción de nuestras instituciones puede ser necesario volver a leer pausadamente Miqueas 6:8-10, que sintetiza este mensaje con la más simple de las enseñanzas: “Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti? Sólo practicar la justicia, amar la misericordia, y caminar humildemente con tu Dios”.
(*) Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano.