Crónicas de la Araucanía: la invasión

Crónicas de la Araucanía: la invasión

(*) Por José Bengoa

En 1892, menos de 10 años de terminadas las operaciones propiamente militares,  partía el  primer tren desde Angol a Los Sauces. Allí iba Isidoro Errázuriz, un personaje  notable de esos años, intelectual, político, liberal, quien iba a ser el representante de Chile en Europa para la inmigración extranjera.  Las impresiones de este viaje están descritas en un hermoso libro titulado “Tres Razas”, que hace ya años  copiamos desde la Biblioteca Nacional. En esos días se usaba la palabra “Raza”, sin mayores consecuencias, hoy no se usa obviamente.

No está de más recordar que el Ejército chileno volviendo de las batallas de Chorrillos y Miraflores en Lima, Perú, ingresó desde Angol a la Araucanía. Los zapadores iban haciendo caminos y fundando fuertes. Era una línea llamada “del Cautín”. Comandaba la operación militar el Ministro del Interior de ese entonces, Don Manuel Recabarren. Los nombres son claros: el fuerte “Victoria”, por la “Victoria de Miraflores”, Aníbal Pinto, por el Presidente y posteriormente cambiado el nombre por Lautaro;  Ñielol, Pillalelbún, etc… hasta fundar el Fuerte Temuco. Esto era al inicio de 1881. El 4 de Noviembre de ese mismo año los mapuches atacan todos esos fuertes en un acto de coordinación  notable, y de resistencia a la ocupación militar que estaba ocurriendo. Muchos mueren en el ataque al Fuerte Temuco. Las escaramuzas militares siguen hasta que el año 1884 las tropas llegan a las ruinas de la antigua ciudad de Villarrica, en que Epulef  resiste la nueva fundación pero es derrotado. La Araucanía se llena de fuertes militares: hacia la costa  Nueva Imperial hasta llegar a Puerto Saavedra. Cholchol se construye sobre las  cenizas  de la casa incendiada de Millapán, hermano de Coñoepan,  quien había conducido la resistencia de los “abajinos”. Martín Droully sube a la cordillera y funda Lonquimay y una serie de pequeños fuertes para dominar a los Pehuenches y así suma y sigue.

Ocurrido esta enorme operación militar, chileno argentina,  se abre la frontera a los migrantes, colonos y ocupantes.  De eso queremos halar en esta crónica. Porque no es muy conocido el fenómeno. Fue una estampida de gente que se fue al sur buscando tierras y nuevas aventuras. Constituyen hoy en día la población de esa región, combinación de múltiples oleadas de migrantes. Cualquier solución a las demandas mapuches tiene que considerar obviamente al conjunto de la población regional, por lo que no está demás conocer sus orígenes.

Comenzaron a llegar a La Araucanía,  colonos extranjeros, europeos, chilenos ricos que compraban tierras, comerciantes de todos los pelajes, muchos “carrilanos”, peones chilenos que iban a trabajar en las vías férreas, ex soldados de las guerras del norte que eran beneficiados con acceso a pequeñas parcelas de tierra, en fin, una caravana, como veremos, de campesinos pobres de Ñuble principalmente afectados por la crisis del trigo de esos años de fines del siglo diecinueve. Fue una verdadera invasión, y en muchos aspectos, determinante para la situación mapuche y de sus tierras.

En  ese primer viaje en tren,  Errázuriz, va a hacer un reconocimiento de lo que está ocurriendo en la Araucanía.

“Más numeroso, y al mismo tiempo, más animado y bullicioso era el grupo a que pertenecía el resto de los viajeros. Componíanlo residentes acaudalados de Angol y propietarios de terrenos vendidos por el Estado en subasta pública, para quienes el viaje tenía el doble encanto de la novedad y de la aventura, pues se trataba nada menos que deunas carreras de caballos y de un rodeo de animales, que debían tener lugar, el día siguiente, en un fundo a inmediaciones de Traiguén, y a los cuales se esperaba ver concurrir en masa a los agricultores chilenos del Sur del Malleco, y probablemente, también, a artistas de hábitos menos sedentarios e inofensivos que los cultivadores del virginal suelo araucano”.

El observador, con ironía, percibe la  pugna  en la ocupación de esos terrenos, por una parte los indígenas, propietarios ancestrales, y por la otra los latifundistas del centro del país con sus costumbres arrasadoras y los colonos extranjeros, con la idea, cada vez menos poderosa, de propiedad y explotación de carácter familiar.

“ Lo que observo hasta aquí no me impresiona muy  favorablemente respecto de la acción civilizadora de la más numerosa e importante de las tres razas que, encerradas dentro de las Fronteras del antiguo Arauco como en un palenque, están librando allí entre ellas, silenciosamente, la gran batalla de la existencia y del predominio. El sembrador chileno pasa sobre el suelo, que rinde a su esfuerzo optimo tributo, como un huracán devorador. No piensa sino en disfrutar de la hora presente. Le haría sonreír desdeñosamente la pretensión de que devolviese a la tierra, en una forma u otra, el vigor que le arrebata. No se preocupa de fundar para el porvenir, ni siquiera de reservar fuerza y recursos. ¡Pobre Arauco, si la civilización de Chile no entrase en acción, al Sur del Malleco,con más elementos que el arado de sus sembradores!.”

Y así ocurrió. Sacaron todo lo que se podía y muchos campos quedaron depredados y con los años, desiertos y finalmente hubo que replantarlos y así llegó el pino insigne y posteriormente el eucaliptus. No solamente cosechas una tras otra, desprecio por las personas y el trabajo, corte masivo y sin límites de los bosques nativos, en fin, todo lo que sabemos y cuyas consecuencias hoy día son evidentes. Por otra parte las colonias extranjeras dejaban mucho que desear:

“Y bien ¿cuántos de los miembros de las  colonias llegaron a ellas con recursos en dinero? Solamente he oído citar al suizo Luchsinger, que trajo 4.000 francos.  Noubrac declaró, francamente, que su capital de instalación fue de 15 centavos, y ahora envía dinero a su esposa para el viaje de Europa”.

Y agrega que la gran mayoría de estos migrantes no eran agricultores y no traían ningún capital con la excepción ya señalada.

“ Desde luego, no es posible presumir que han sido agricultores en Europa los individuos que, al tomar posesión de sus hijuelas, han comenzado por declarar que no conocían los trabajos agrícolas, y el número de éstos es ya considerable. Entre los 50 colonos establecidos en Traiguén, apenas 15 se hicieron inscribir como agricultores, y me siento inclinado a creer que, si todos los sub-inspectores hubieran tenido, en sus interrogatorios, el mismo cuidado que el de Traiguén, la proporción sería igual en lo restante de las dos colonias. Muchos de los que han recogido, este año, las mejorescosechas eran vinicultores de de la Gironde, como Farfal, Blanleuil, etc. El excelente intérprete de Quechereguas, Villiger, era carpintero, Brouilleau caminero.”

En contraposición a estas miradas críticas sobre el extranjero que no sabe casi nada de agricultura, o nada, se señala lo que ha ocurrido con los indígenas, que en el caso de los “arribanos”, fueron duramente reprimidos y aniquilados como dice el autor :

“Los sacrificios que impuso la resistencia a las tribus abajinas fueron tremendos, y hacen honor a la energía de la raza. Rucas, sembrados, -todo lo que representaba los progresos del indio en las artes de la vida sedentaria y de cultivo,-desapareció a la larga, por efecto de las tremendas incursiones de las fuerzas chilenas en el territorio sublevado. Lo que escapó a la espada, fue destruido por el hambre, la desnudez y la desmoralización. Ahora mismo, se hace notar, entre los arribanos, la falta casi completa de hombres de edad avanzada. Los que habrían figurado hoy en esa categoría cayeron en los postreros combates librados en defensa de la autonomía, o, si se quiere, como yo mismo me he inclinado siempre a creer, de las vidas, propiedades y hogar de los indígenas.

En estos días de una suerte de “intifada” mapuche, bien merece la pena recordar estos testimonios de personajes criollos.  Y hace una distinción  entre quienes sufrieron el rigor de la invasión militar chilena, los “arribanos”, esto es, los del Valle Central, desde Malleco a Temuco,  y los “abajinos” de las inmediaciones de la Cordillera de Nahuelbuta:

“Los abajinos, que carecían de la protección de la montaña para sus familias y ganados y que se hallaban, además, expuestos a ser tomados de flanco y cortados de la línea de retirada al Sur del Cautín por un ataque emprendido por cualquier punto de la costa, se vieron obligados a someterse muchos años antes que los arribanos. A esto deben la conservación de sus hermosas rucas del Cholchol y de la vega del Cautín, de sus rebaños y del grueso de su población”.

Errázuriz va a admirar las enormes casas, Rukas, de las familias de ese sector,  en su camino a caballo por  Cholchol hasta la naciente ciudad de Temuco. Señala que los indígenas  han quedado en muy malas condiciones, que comercian continuamente, y sobre todo que no se les puede atribuir ningún delito. En cambio señala con dureza la situación de los chilenos que llegan arrasándolo todo.

En esos años, cientos de familias campesinas de Ñuble principalmente, chillanejas, avanzaban  hacia el sur producto por una parte de la crisis triguera en el centro del país y de la esperanza de encontrar nuevas tierras en el sur.  Serán los otros actores del complejo panorama social de La Araucanía.

“Noté mucha animación en el camino de Victoria a Ercilla. El movimiento de emigración al Sur me pareció, en ese día y en esa región, más activo aun que a inmediaciones del Cautín. Eran siempre la misma gente, los mismos trastos, el mismoespectáculo. En una o dos carretitas, cargadas hasta el tope, todo el haber de la familia, muebles, cosecha, chanchos, gallinas, a veces hasta uno o dos loros de la cría del país, sin gracia ni agilidad en sus movimientos y de vos desapacible y aguda-y encaramados en la cumbre del cerro de equipaje la mujer, la suegra y chiquillos de diversas edades; y al lado de los bueyes, silencioso y adusto como el soldado vencedor como a quien se le ha impedido que se apodere de lo que consideraba legítimo botín, el jefe de la familia, regularmente vestido, alto y con el aspecto varonil y esforzado de los pequeños cultivadores del Ñuble y del Bío-Bío.”

Esta es una historia muy triste. Esas caravanas de  carretas buscaban instalarse en La Araucanía, pero cuando llegaron ya estaba todo ocupado por los latifundistas principalmente. Como se lo ha contado en otros textos (Historia social de la agricultura chilena en: ww.memoriachilena.cl) , debieron seguir camino por Curacautín y cruzar a Argentina. Algunos de ellos llegaron hasta un enorme lago del sur y se instalaron en un lugar al que llenos de nostalgia y quizá enojo, le pusieron “Chile Chico”. Son las historias olvidadas de los pobres. Esta enorme caravana de carretas, de gente expulsada de sus tierras del centro del país, fueron buscando lugares donde establecerse. Tengo numerosos documentos de autoridades que le dicen a la policía o autoridades locales que los dejen pasar. Por ejemplo desde Carahue, los dejan pasar por la comunidad mapuche de Colico y van subiendo los cerros de Nahuelbuta, y se instalan en localidades que hasta hoy se llaman por ejemplo “el Fiscal”,  y nombres que denotan la existencia de “colonos nacionales”. También dieron tierras a los soldados que venían regresando de las guerras del norte.

La Frontera, Araucanía o como se quisiera denominar a esta Región, nació en una tensión violenta. Estos hechos ocurrían no hace tanto tiempo. Errázuriz viaja a caballo por lugares que hoy son bien conocidos. Muy cerca de lo que hoy es Temucuicuil señala:

A pocos kilómetros de Quillen, pasamos el estero del Perquenco, teatro de la última función de armas digna de memoria en la lucha secular con los araucanos. Era en 1882. un convoy, escoltado por un fuerte destacamento de infantería  y caballería, venia del Norte, en dirección a los fuertes de Quillen, Lautaro y Temuco, y atravesaba, para llegar a Perquenco, un portezuelo flanqueado por tupido y alto bosque, sin observar precauciones contra una sorpresa, sea porque la naturaleza del terreno no lopermitía, o bien porque su jefe se había dejado dominar por la indolente confianza que nos ha sido fatal,..  La cabeza del convoy se hallaba a pocas cuadras del estero, cuando el chivateo   estalló, de repente, y el enemigo cayó sobre la columna, la envolvió y atacó por todos lados.  No hubo tiempo para dictar órdenes que, por lo demás, habrían sido ahogadas por el tremendo y salvaje alarido de los asaltante. Los más animosos resistieron cuanto pudieron, y muchos no pensaron sino en buscar refugio en el bosque. El resultado fue que escaparon pocos del encuentro. Martín Quininao, hijo de Montri, el pacífico vecino actual de la vecindad de Quillen, figuró en primera línea, entre los jefes de los araucanos. Aquí comienza, por el Sur, la vasta e interesante región que es conocida por el nombre de “Llanos de Quilapán” y que termina, por el Norte, a orillas del Traiguén”.

En ese contexto de invasión de diversos grupos de personas, el Estado trata de formar colonias. Los mapas son hechos en las oficinas y como se puede ver, no respetan necesariamente los vaivenes del terreno. Son bombas de tiempo. Las propiedades se van a adaptar al terreno a la fuerza, se van a agrandar los más fuertes. Se va a usurpar a los más débiles. Se van formando colonias, por ejemplo la de Ercilla, que tanto da que hablar en estos tiempos.

 “ Fue llamada, al principio, Huequen, – 97 familias de las diversas nacionalidades representadas en el  territorio de colonización, con 410 individuos. La mayor parte de ellas llegaron al país en 1884. no faltan, tampoco, colonos de 1883”.

Don Isidoro que cabalga por esos lugares hace poco más de cien años señala:

“La “raza” que fue, durante siglos, señora del territorio al sur del Bío-Bío se halla representada, en las inmediaciones de Ercilla, por algunos caciques, sus familias y mocetones. A este punto acuden, también, a renovar sus provisiones y a entablar sus quejas contra las persecuciones y vejaciones de ciertos subalternos los pehuenches que se asilaron en Chile, huyendo de las tropas argentinas que barrieron la pampa hasta el río Negro, y a quienes mantiene nuestro Gobierno en el valle de Lonquimay. Un cacique de esta reducción, llamado Lluco, fue recibido por el Inspector general de colonias, y expuso sus quejas con la solemnidad, la minuciosidad y las interminables repeticiones que son propias de la oratoria indígena. Involuntariamente, me sentí dominado por la simpatía y la admiración en presencia de ese hombre alto, flaco, oscuro, que hablaba con melancólica gravedad y con noble y desembarazado gesto”. (Ver Quinquén: www.memoriachilena. Cl)

El latifundismo se impuso en estas zonas de colonización. Podemos señalar otra hipótesis fuerte, pero que consideramos históricamente verdadera. La crisis triguera de fines del siglo diecinueve en la zona central tenía como alternativas, o la división de las grandes Haciendas o la proletarización/asalarización de la mano de obra inquilina. Esto es, el desarrollo del capitalismo agrario. Nada de eso le interesaba a la oligarquía propietaria de la zona centra de Chile. Para ello sirvió como válvula de escape, la gigantesca migración de campesinos al norte salitrero recién conquistado y la consiguiente migración hacia el sur araucano. Esas dos “soluciones”, permitieron que las Haciendas se mantuvieran en sus esquemas tradicionales por casi un siglo, hasta la Reforma Agraria, y la oligarquía criolla sostuviera durante todo este enorme período, y quizá hasta hoy,  su poder social, cultural y político en el país. Esas válvulas de escape impidieron que en Chile, por ejemplo,  hubiese una “revolución agraria”, o intentos de descontento masivos, como ocurrió en otros países de esquemas latifundiarios.  Eso es lo que explica la desidia del Estado oligárquico, en implementar políticas más racionales y ordenadas en la naciente Araucanía. Se dejó que allí reinara el desorden, la “tierra de nadie” y que dominara la “ley del más fuerte”. ¡Que nadie se queje!!!.

Los mapuches se convirtieron  en minoría. Una minoría arrinconada, empobrecida, y discriminada.  Las primeras décadas del siglo veinte serán de mucha violencia, tanto que los reclamos llegan al Congreso Nacional el cual envía una Comisión al sur el año 1908, que escucha las quejas transformándose en el primer “Recurso de Amparo” de esta larga Historia. En ese período se producen  las usurpaciones de terrenos indígenas, de los Títulos de Merced que el propio Estado les había entregado. Se dictan leyes año tras año, con peores resultados. Triunfa finalmente la estructura latifundiaria del centro del país, los colonos de la agricultura familiar muchas veces se van a las ciudades y también allí en lo que fueron esas colonias, se concentra la propiedad. Conviven de mala manera, enormes zonas de pequeña propiedad  pobre de chilenos denominados “colonos nacionales”, igual que en la zona central, con  las comunidades mapuches reducidas a pocas tierras y las empresas agrícolas, latifundios, que hasta la Reforma Agraria serán la base de las clases adineradas de la Región. El Estado dejó hacer, miró y no actuó, salvo en pequeñas ocasiones todas ellas fallidas, como veremos en la próxima crónica. Hoy en día sigue pasando lo mismo con el latifundismo extremo de esa región y el empobrecimiento de los pequeños agricultores, mapuches y no mapuche: el Estado continúa ciego y sin escuchar. Cualquier solución a la cuestión mapuche, sin duda tiene que tomar en cuenta los otros sectores sociales que desde hace cien años viven en La Araucanía.

(*) Profesor de la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.