Cuando nos deja el centinela: En recuerdo de Oscar Gutiérrez
En recuerdo de Oscar Gutiérrez
Lo peor de la pandemia es que la marca de la muerte se deja caer de súbito, sin que podamos apisonar sus huellas. Se escapa, después de su asalto, y nos hace tragar sin atenuantes, todas las lágrimas y todas las nostalgias.
Con don Óscar se cumple lo que cantó el poeta Miguel Hernández:
“Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado”.
Por eso no hay cómo decirle que recordaremos su sonrisa cálida, su gentileza bien dispuesta, su simplicidad cómplice, en el ir y estar amable de cada jornada.
Quedó en el aire el eco de ese leve taconazo marcial que nos regalaba, por gusto, o por costumbre, tal vez por otras historias de vidas pasadas, en las que tuvo que aprender a cuadrarse.
En esta vida, en la corta vida en que le conocimos, nos dejó el relato quebrado de conversaciones interrumpidas. Nos quedó tanto por hablar junto a su garita. Nos faltó tanto por compartir en ese patio. Quedó inconcluso el comentario al fin de la tarde, cuando todos se habían ido y él se quedaba al descampado, en la puerta, cómo celador de lo que sobreviene, al recaudo de las amenazas.
Pero la fatalidad se cernía, sin que se viera la más mínima de sus señales. El vigía era acechado por lo impalpable.
Miguel Hernández lo dice tal como se debe decir:
“Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo…
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada”.
Don Oscar, siempre será nuestro centinela, el guardián de nuestras flores, el custodio de lo entrañable.
(*) Por Álvaro Ramis, Rector UAHC