De la excepción a la masividad, secuelas del Mayo Feminista
(*) Por Tamara Vidaurrazaga Aránguiz.
Columna publicada en Página 19
Sin duda, la explosión del Mayo Feminista del 2018 cambió el curso de los acontecimientos. Lo que vino después está ya teñido por esta sospecha y crítica ante lo “normal”, aquello que era motivo de risa o cuestiones que parecían indiscutibles. La noción de que el sexismo y el modelo patriarcal podían leerse en cada expresión cultural, en cada acto social, en las palabras cotidianas, dejo de ser locura de unas pocas “exageradas”, y comenzó a ser parte del habla de muchas. En las clases ya no podemos hablar de la primera y segunda ola, o de los silencios feministas propuestos por Julieta Kirkwood, sin preguntarnos por esta tercera ola, esta movilización que -antes y después- tuvo hitos y produjo cambios, irrumpió en los escenarios públicos, y cuestionó lo íntimo, traduciendo la noción de “Lo personal es político” al debate de cuestiones tan concretas como los límites en el trato entre docentes y estudiantado secundario, técnico o universitario; el uso de uniformes diferenciados y la existencia de escuelas y liceos no mixtos, la elaboración de los currículums y la cuestión de qué determina el ser hombre o mujer, o si esta diferencia existe per se o solo funciona para controlarnos arbitrariamente.
Feminista dejó de ser una mala palabra, y eso -a todas luces- es un avance y una ganada en esta pelea que lleva más de un siglo en este país. Feministas dejamos de ser unas pocas, para estar en la descripción de muchas. Dejo de describir a un estereotipo, porque nos volvimos tantas y tan diferentes, que ya no hay cómo categorizarnos sin caer en el ridículo. Feminista se nombro la madre y la abuela, la vendedora callejera, la señora del kiosko. Feministas se nombraron especialmente las estudiantes: universitarias, de institutos técnicos y de liceos o colegios particulares. Feministas otaku, feministas traperas, feministas keypopers. Feministas gamers y furry, feministas indi, aesthetic y emo. Incluso algunos feministos que han reabierto la vieja discusión sobre quienes pueden decirse feminista y manifestarse exigiendo cambios en el patriarcado. O como diríamos académicamente: ¿Quién es el sujeto político del feminismo?
¿Podríamos pensar lo que hemos vivido después, sin las preguntas que el Mayo Feminista dejo instaladas fuera de la academia o las generaciones que en los ochenta levantaron esta bandera? ¿Resulta admisible ahora contar un “chiste” sobre violencia en la pareja, sobre una violación y mantener la molestia en silencio? No es que este hito, y lo que sucedió antes y después, cambiara radicalmente la cultura en que vivimos, pero si transformó los límites de lo aceptable en el sentido común, aquello que parece -o no- políticamente correcto de decir y hacer. Y eso, no es menor. Es por eso que las rutinas de Viña del Mar lo incorporaron incluso forzadamente, como Ernesto Belloni evidenciando temor a repetir lo antes mil veces aplaudido.
Al mismo tiempo, el Mayo feminista implica la emergencia de una nueva generación de feministas, y nuevas feministas de distintas generaciones. Y eso -como siempre- genera tensiones y nuevos debates, o viejas discusiones que se renuevan. Porque las nuevas generaciones suelen irrumpir como si fueran las primeras, como si nunca antes la palabra pronunciada hubiera sido dicha, como si no tuviéramos ya más de un siglo de luchas en el cuerpo colectivo. Una nueva ola feminista, otra ebullición amplia de los cuestionamientos que se hacen desde los feminismos, implica también quiebres con lo anterior, sentir la potencia de estar haciendo algo único y nunca visto, la grandilocuencia de ser las acertadas, la omnipotencia de ser protagónicas en un evento histórico, corriendo apresuradamente para no quedarse abajo del tren.
Nuevas generaciones, de añosos movimientos y perspectivas teórico-políticas, trae siempre la disputa con las generaciones anteriores. Las feministas de los noventa-dos mil mucho más acotadas y exóticas. Las feministas de los ochenta, mezclando lucha por la vida, y por la democracia en el país y el la casa. Las feministas de los sesenta-setenta, que incluso sin nombrarse de esa forma, abrieron caminos siendo parte de militancias impensadas, desafiando las normas de lo que puede o no hacer una mujer. Las feministas de los treinta con el MEMCH, inexplicable y reiteradamente olvidadas, cuando podría ser lo único comparable con esta nueva oleada, exigiendo derecho al aborto y ligando demandas de clase con las de sexo y género, cuando todavía vestíamos de largo y no existía la píldora anticonceptiva.
Un nuevo ímpetu feminista nos trae alegría, sin duda, y satisfacción de ser parte de esta cadena histórico. Trae aplausos, admiraciones, impresión ante secundarias que se nombran feministas sin reparos, entre las que se cuentan nuestras hijas. Sorpresa, ante la tranquilidad con que nombran amores antes ocultos, identidades inoportunas, deseos negados. Nos trae fuerza. Y, al mismo tiempo, nuevas sospechas. Porque las nuevas generaciones y nuevas oleadas de movimientos históricos, siempre vienen con demasiadas certezas que el tiempo va mellando. No como falta de convicción, sino como complejidad de las mismas. Todo aparece en blanco y negro. Con los años, las descrestadas, las lecturas y discusiones, las desazones y decepción, aparecen cada vez más matices e interrogantes. Y eso hace parte de estos procesos de transformación, sobre todo cuando quieren ser radicales.
Este nuevo ímpetu y masividad ha traído también discusiones nuevas: ¿Siempre es acoso o a veces hay deseo o desatino? Te creo amiga porque eres mujer y entonces ¿LA mujer existe, y es esencialmente buena y sincera siempre? ¿Te funo porque puedo, porque las redes sociales lo aguantan, porque nadie me pregunta de donde salió la información cien veces replicada? ¿Los funados son todos iguales porque nacieron machos, no importa si tiene 14 y es compañero de curso, o si tienen 50 y es el Director de la carrera y una vida entera de cometer los mismos abusos?
También renueva viejas discusiones: ¿las trans son mujeres, y entonces pueden ser feministas? ¿los gay caben en nuestra marcha, el feminismo es solo de mujeres? Y entonces ¿qué es ser mujer si partimos de la noción que la mujer no existe, sino que se construye, como bien dijo Simone en los años 50?
Celebro la llegada del Mayo feminista, la explosión de pañuelos verdes, la réplica de la performance de Las Tesis en todo el mundo, mi hija adolescente marchando por su cuenta y trayendo nuevas discusiones y preguntas. Sospecho ante la certeza de tener todo claro, porque la claridad siempre es engañosa y nos juega en contra, asumiendo que existe una manera de ser feminista y que es la mía, como si el resto no existiera o valiera igual que yo. Abrazo este tiempo de jóvenes con colas de caballo en el trasero, de irrupción callejera y rayados feministas en todas las esquinas. Y también enuncio preguntas inoportunas, desacuerdos con lo que se asume obvio, recordando que el feminismo nació para cuestionarnos la vida y sumirnos en la incertidumbre. Que ha sido un movimiento que ha demandado igualdad, reconocimiento y libertad en el más hondo sentido de la palabra, y no en su acepción neoliberal reduccionista. Que nazcan nuevas feministas, de 2, de 15 o de 60 años. Que la palabra se vuelva un término confuso y difícil de categorizar. Que se pongan los desacuerdos sobre la mesa y -aun así- los próximos 8 de marzo caminemos juntas y seamos millones. Las de ahora, las de antes y las de siempre.
(*) Académica de la Escuela Ciencia Política y RRII, Universidad Academia de Humanismo Cristiano.