Días de furia

Días de furia


(*) Por Raúl Zarzuri C.

 

Hemos vivido lo que podríamos llamar el primer estallido social en nuestro país, en lo que va de la llamada recuperación de la democracia. Como me señalaba una amiga, este no tiene la mediación de una orgánica o movimiento político que la modele y module como espacio de negociación. Fue una ola de ira en movimiento, que cual tsunami arrasó la ciudad. Esto se pudo haber evitado si el gobierno y toda la clase política hubiese tenido la capacidad de leer lo que podía suceder con el alza después que fue anunciada. Pero ya sabemos, no podemos pedir peras al olmo. Nuestra clase política, y me refiero a todos, que solo se miran el ombligo y buscan a toda costa su perpetuidad en espacios de poder, no están conectados con la vida cotidiana, no puede o no quieren hacer una lectura comprensiva de lo que está ocurriendo a nivel de la sociedad.

Todo comenzó con la movilización de estudiantes secundarios que, realizando acciones de desobediencia civil, como evadir el pago del metro, escaló a un día de protesta que no se veía desde la época de la dictadura con las protestas nacionales. Recurro a ese recuerdo, porque en esa época lo que nos movilizaba era la recuperación de la democracia. Hoy, con este estallido busca restaurar un mínimo de derechos para que la vida se pueda producir con cierta dignidad.

Ahogados por los bajos sueldos, por las bajas pensiones, por la precariedad en los accesos a la salud, por la continua alza en algunos servicios básicos, no hay bolsillo que resista. Ya no basta con medidas que sirven solo de mitigación temporal. Necesitamos que, de una vez por todas, se tome el toro por las astas, y que se asuma que se necesitan políticas más radicales para intentar mitigar algunas de las necesidades más sentidas por la población. Sabemos que no existen los recursos que permitan de un golpe brindar una solución general, pero es necesario avanzar en resolver situaciones de exclusión y desigualdad social que estamos viviendo. Y eso es responsabilidad de la clase política. ¿Darán el ancho? Ese es el problema.

Este estallido evidencia la condición en que está la política en nuestro país. No tenemos política y los políticos brillan por su ausencia; no tienen capacidad de leer lo que está pasando. Se han quedado mudos, no tienen palabras, están sobrepasados. No es posible que durante horas no hubiera ninguna autoridad que saliera a decir algo, y cuando salió, fue para dar palos. En la oposición, que ya lleva años desacreditada, imperada el silencio, un silencio sepulcral. Salvo el senador Insulza, que señaló que él sería mucho más duro para frenar la evasión. Declaraciones que muestran cuán desconectada está la política de la vida cotidiana. Lo mismo pasó con el Frente Amplio. Es una ausencia total y eso es muy preocupante; y la falta de liderazgos, es lo peor que nos puede pasar.

La incapacidad de la clase política en nuestro país, queda demostrada al decretar el estado de emergencia, pues supone que el gobierno y la clase política no se la pudo y tuvo que llamar a los militares. Mala cosa por los malos recuerdos que nos trae. En suma, lo del viernes nos enrrostra que estamos completamente desnudos.

El estallido social, visibiliza la fractura tectónica en la sociedad. Una fractura como país y un proceso de descomposición social que avanza lentamente, pero que se podría acelerar si no se toman las medidas necesarias para reestablecerla. Porque precisamente estamos frente a una pérdida de la cohesión social. El cuerpo social no aguanta más. Como señalé en una columna hace algunos años atrás, ya no es “posible más suturas e injertos [en el cuerpo]. Las cirugías cosméticas han llegado a su fin.”

¿Cómo podemos solucionar esto? La falta de cohesión supone que avancemos en la construcción de un nuevo pacto social como sociedad. Pero esto no debe ser un pacto de unos pocos, como fue la negociación de la transición, que, en mi opinión, ha provocado la actual situación en la que nos encontramos, al no modificar el entramado institucional que se heredó de la dictadura. Un entramado que salvaguardaba el bien de los privados por sobre el bien común.

Un nuevo pacto social debe ir más allá del gobierno, de los políticos y los partidos políticos actuales. Debe incluir a la ciudadanía, a las organizaciones sociales. Nos debe incluir a todos. Nadie puede quedar afuera.

Si no se llega a acuerdos, para modificar los mínimos que tenemos, o sea, que realmente se enfrente las desigualdades sociales existentes, vamos a enfrentar nuevos estallidos sociales con situaciones de violencia episódica sobre la cual no hay ningún control. Y es precisamente lo que tenemos que evitar.

De no mediar estos acuerdos, una larga noche se dejará caer y la suma de todos nuestros miedos se hará realidad.


(*) 
Sociólogo, Profesor de la Escuela de Sociología, Universidad Academia de Humanismo Cristiano