Docencia online y teletrabajo en tiempos de pandemia
(*) Por Tuillang Yuing-Alfaro
En estos días hemos podido comprobar que buena parte de las universidades chilenas han elaborado y planificado alternativas para enfrentar una eventual paralización. Inicialmente ello obedecía al esperado repechaje del estallido social gatillado en octubre. No obstante, la implementación de medidas preventivas a raíz del coronavirus, ha sometido la continuidad y estabilidad de la actividad académica a exigencias sin precedentes. Como tampoco podía anticiparse el alcance cosmopolita de las medidas de confinamiento, la experiencia de docencia online ha sido curiosamente compartida en los distintos hemisferios. De este modo, lo que la pandemia también ha hecho posible es entender y poner de manifiesto varios aspectos de la docencia online –que ya venían siendo tematizados en las experiencias blend o de e-learning–, pero que bajo este contexto de excepción, nos invitan a precisar y detenernos en algunos puntos conectados (nunca más precisa esta palabra) también con el teletrabajo.
En primer lugar, la cuestión de la conectividad. El mito según el cual el acceso a internet era universal ha quedado desenmascarado. Lo que el llamado “teletrabajo” y la tele formación han puesto de manifiesto es que amplios sectores de la población aún están al margen de un servicio de internet regular y estable. Esto, por cierto, no solo complica a los estudiantes, sino que revela la arbitrariedad y lo excluyente de todos aquellos servicios, productos e instancias que hacen de internet la garantía de su disposición, y que delegan en el usuario –ya sea como estudiante, ciudadano o cliente–, la capacidad, , los recursos para el acceso y las habilidades técnicas para ingresar a esta modalidad de interacciones.
En efecto, portodo lo restrictiva que resulta la docencia on line, esta no se dirige al sector más fuertemente excluido. Por fortuna, los estudiantes son parte de ese segmento que no teme asumir los desafíos de la autodidactica informática y, en general, les basta con algunos cuantos recursos y horas de observación para incorporar las herramientas que los mantiene vigentes. Pero bien sabemos que un rango importante de la población está lejos del dominio de la gramática y del habitus digital. Ciertamente, en el quehacer cotidiano, en la rutina laboral y clientelar de la normalidad, un grupo no menor está destinado a ser silenciado y derechamente marginado: hablemos -por ejemplo- de la relación de los adultos –ni siquiera tan mayores– con internet, sobre todo cuando se trata de aplicaciones en smartphones. En ese encuentro emergen distancias insalvables de uso y experticia. Desde esa perspectiva, la conectividad y la usabilidad de este recurso no son entonces únicamente una cuestión de infraestructura, sino que tiene a su base una barrera social y de adaptación de la cual no nos podemos desentender.
Así como la otrora llamada “discapacidad” permitió poner la mirada en las barreras de acceso y movilidad del entorno, así también hoy la cuestión de la virtualización de la universidad – como también la del trabajo– ha hecho explícito que internet está lejos de ser ese océano de fácil navegación para todos, y que, por el contrario, contiene importantes bolsones de discapacidad digital que lleva a muchos a mantenerse lejos de la red informática en la que estarían destinados a naufragar. La exclusión digital, nos guste o no, sigue los pasos de la exclusión social.
En segundo lugar, esta pandemia ha sacado a la luz las inercias del teletrabajo. En la implementación de protocolos de gestión laboral, se ha observado la fragilidad de la frontera que cautela el tiempo libre y el ocio o, más precisamente, la frontera entre el tiempo laboral y el tiempo personal (y familiar), los que toman en este contexto el rostro del derecho a la desconexión. Ya algunos autores como Virno y Negri habían advertido que las sociedades transitaban hacia un “capitalismo cognitivo” que trascendía el espacio tradicional de la fábrica para invadir la esfera de lo privado a través de un trabajo intelectual desterritorializado. En estos días esas interrogantes se han hecho patentes: ¿cuál es la línea que divide la responsabilidad de la auto-explotación? ¿Hasta qué hora es oportuno y prudente enviar o recibir un mail? ¿Cómo convivir con los tuyos en un contexto laboral infrecuente y por tanto con permanente demanda y re-planificación del trabajo? ¿Y qué decir de las condiciones físicas de cada hogar para el teletrabajo? Se hace urgente establecer parámetros para cumplir con las obligaciones laborales sin que ello signifique una sumisión desmedida que comprometa el espacio íntimo y el derecho inalienable de encarnar el Bartleby de Melville que dice a sus superiores: “¡preferiría no hacerlo!”
En suma, la pandemia ha mostrado que internet es también parte de este mundo. Es tal el grado de interrupción y excepcionalidad a la que se somete el funcionamiento social en tiempo de pandemia, que la virtualidad del mundo digital se ve igualmente impactada. Al parecer, no pocos empleadores, directivos y jefes de recursos humanos de nuestras instituciones desearían que sus trabajadores fueran impermeables a lo que pasa en el mundo sensible. Pero lamentablemente, el imperturbable mundo de las ideas de los bytes tiene un ancla importante en los sujetos corpóreos y corruptibles que –aún sentados frente a su computador o con el celular en la mano–, requieren hoy de provisiones y medidas sanitarias que acarrean también organización hogareña y cuidados más delicados que los que comúnmente acostumbramos. En definitiva, pese a que la virtualidad permite asumir responsabilidades con aparente libertad, ello no debe verse como una solución suficiente para enfrentar el desafío educativo y académico. No es por actualización de competencias ni por el apetito por nuevas tecnologías que los profesores están hoy teletrabajando; sino más bien porque –como todos– están enfrentados a un virus que puede complicarte o simplemente arrebatarte la vida o la de tus seres queridos. La docencia on line de estos días no es sinónimo de e-learning ni de innovaciones en la educación a distancia, sino una emergencia que no se parece a nada que hayamos vivido antes. Esperemos estar a la altura de esta novedad y sus retos, los cuales no se superan únicamente teniendo internet ni bajando una aplicación.
(*) Académico del Programa de Doctorado en Educación. Universidad Academia de Humanismo Cristiano