Dr. de la Universidad de Texas dictó charla magistral_Javier Auyero advirtió sobre el poder político oculto tras las filas de espera
La raíz de la palabra paciente tiene dos connotaciones muy relacionadas. La primera, que habla de quien sufre una enfermedad y la raíz latina “pati” que significa “sufrimiento”, describe el doctor en sociología de la Universidad de Texas, Javier Auyero. “Hacer esperar a los pobres tiene un efecto positivo para el poder: le permite vigilar y castigar. A la vez, genera una subjetividad en los pobres quienes creen que “deben” esperar y que, en ese sentido, actúan como buenos esperantes”, explica el autor de “Los pacientes del estado” (2013), ensayo sobre las esperas y burocracias que utilizan los gobiernos como herramienta de control político.
Auyero también es autor, junto Debora Swinton, de la investigación “Inflamable: estudio del sufrimiento ambiental” (2008), publicación en la que indaga en el presente y devenir de la Villa Inflamable, del barrio porteño de Avellaneda donde el plomo, el carbón y los productos químicos de un complejo petrolero asaltan tóxicamente desde hace décadas a la población. “Creo que un medio ambiente degradado debe ser puesto en el centro del debate y el estudio porque el entorno en que vivimos es un capital tan o más importante que cualquier otro propuesto como el capital material, social, etcétera”, dice durante su clase magistral “La espera del intoxicado”, que es parte del Seminario Permanente Sociedad, Territorio y Medioambiente.
El académico y director del Laboratorio de Etnografía Urbana de la Universidad de Texas, agrega que la investigación sobre una población víctima de la polución y la desesperanza aprendida permite hacer una segunda lectura sobre otra alienación a nivel latinoamericano. “¿Has notado que rara vez la gente se enoja junta?, que este tipo de inacciones son colectivas mientras se experimentan los abusos del poder. Como dice Pierre Bourdieau, los alienados esperan soluciones de otros rindiéndose a la voluntad de estos otros. Se convierten así en parias urbanos, es decir, lo opuesto al ciudadano”, señala sobre el sujeto en tránsito
En ese aspecto, las esperas, las filas y la interminable burocracia se transforma en una herramienta de dominación del poder contra los marginales en sus espacios suburbanos. Ya sea una villa colindante con una refinería, el consultorio del barrio o la OMIL de la municipalidad. Lugares donde el tiempo objetivo se alarga en esperas interminables y condiciones precarias que Marx describe como “el terreno real de los marginales”.
En este ecosistema de la espera, son los funcionarios, autoridades y burócratas quienes mantienen en el limbo a los pacientes “a través de progresos y avances que se informan de manera escueta, pequeñas recompensas que mantienen la expectativa de las personas indicándoles que la espera no es totalmente en vano. Este es el marco de la espera en el que se subordina aún más la espera simbólica”, agrega Auyero. Ejemplifica con la ayuda a cuentagotas que suelen recibir pobres o damnificados que reciben por cuotas bonos, subsidios o materiales de construcción.
“Usted tiene todo a su favor porque tiene caca en al agua”, les dicen alegremente los abogados a los habitantes de Inflamable en busca de clientes y querellantes, dice el sociólogo realizando un paralelo con otro pilar fundamental de los ciudadanos en espera: el sentido del sufrimiento, un commodity que suele ser de utilidad para las religiones y que invierte la carga y la convierte en un valor, inclusive.
Siéntate ahí y espera
“Otras variables que son moneda de cambio para el control son tiempo, comportamiento y sumisión. Hacer esperar a la gente sin desesperarla es parte constitutiva del proceso de la dominación y si queremos entender las dinámicas de la marginalidad urbana hay que estudiar estos vínculos” señala el etnógrafo quien explica que no sólo los pobres esperan, las clases medias también, pero mucho menos y con una carga subjetiva mucho menos dramática. “Los largos periodos de espera cansan. Se usan para ir despejando las filas de esperantes y son interpretadas subjetivamente por ellos según sus intereses y perseverancia toda vez que el funcionario les contesta: siéntate ahí y espera. Esto está descrito y estudiado”, insiste el experto.
-¿En qué consiste el acto político de “hacer esperar” al otro?
-Eso uno lo registra en la voz y experiencia de los pacientes en el sentido de que tienen que verse sometidos cada vez que les dicen “Siéntate ahí y espera”. Y ellos lo van a hacer pies saben que reclamar no sirve de nada, de hecho el que se pone díscolo es enviado al final de la fila. Si me dicen que espera 10 horas y después me piden que vuelva mañana, es algo que tendré que hacer. Pero esas esperas tienen consecuencias, quieren decir que dejé de ir a trabajar o que dejé a mi hijo cuidando a su hermano; esto hace que el estado precarice aún más la vida de los más pobres en aras de decirles que vayan por un beneficio. Esas esperas no son inocentes, si pierdo mi tiempo, pierdo también el tiempo de hacer otras cosas.
En estas interacciones la política deja de ser algo inmaterial y se convierte en algo concreto y fantasmagórico a la vez. Las esperas infligidas están investidas por una idea cotidiana, un contexto práctico: “todos saben que los pobres deben esperar”. Es la misma lógica de la dominación masculina, es algo obvio, algo que está ahí y que ya casi ni cuestionas. Algo inscrito en el orden de las cosas, algo no sólo natural sino necesario pues si quieres algo, debes esperar.
-El santiaguino está sumándose a una nueva fila, la de los colegios que dejaron de seleccionar a sus alumnos y privilegiaron matrículas por orden de llegada. ¿Qué esconde la naturaleza de esta espera?
-A veces esperar también es una inversión para ciertos sectores de la sociedad. Para que mi hijo llegue a la universidad tendré que realizar este esfuerzo extra que ya es parte del sistema. Es la misma espera de chicos más privilegiados que esperan la carta que les informa que son aceptados en Harvard. Pero ésta espera está cargada de un sentido muy distinto porque te piden que esperes y vas a hacerlo si deseas que tu hijo ingrese a un buen colegio. Es una inversión en tiempo y esfuerzos para que él pueda asegurar su futuro y aunque sean las mismas 10 horas de espera del inmigrante en espera de sus papeles o un atención médica de urgencia, la subjetividad de esas 10 horas será muy distinta.
Pero fíjate que respecto a los pobres, los sectores medios deben esperar por otro tipo de servicios. Si uno mide cuánto tiempo esperan en el espacio social, una sala de emergencias, una evacuación, una oficina de pagos y otros trámites del Estado, uno se da cuenta de que los que menos tienen esperas infinitamente superiores a la de los sectores medios. Uno suele esperar por una licencia de conducir y se queja, pero no solo es la cantidad de tiempo lo que los demás sufren, sino la incertidumbre involucrada en esa espera. La espera de los más pobres es mucho más incierta y cargada de un no saber qué va a pasar y ahí les va la vida muchas veces.