Dr. Manuel Restrepo sobre proceso de paz_ La violencia en Colombia no es propia de las FARC o los paramilitares sino estructural
El sociólogo antioqueño Manuel Restrepo es cauto a la hora de referirse a una historia de la violencia en Colombia que suele enfocarse someramente en ejércitos paramilitares y la pugna de diversas castas por el control del narcotráfico. El académico, que también es doctor en Ciencias Políticas y asesor pedagógico de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, reflexiona sobre un sangramiento institucional que se ha extendido por el país a lo largo de 52 años. Como testigo de ese proceso, advierte que para él el tema es personal y académico y que las generaciones posteriores a él crecieron en un medio de una “cultura de la violencia que ha permeado casi todos los aspectos de la sociedad”.
“El conflicto en mi país no es propio de las FARC o los paramilitares, sino que proviene de un tipo de violencia estructural que se remonta a un tipo de represión campesina por parte del Estado durante ese período. Incluso antes. Pero es mediados de los años 50 del siglo pasado cuando las reivindicaciones de campesinos y ciudadanos chocan con una lucha partidista entre conservadores y liberales que deviene en enfrentamientos armados que con el tiempo superaron a los partidos”, explica Restrepo.
Esas causas estructurales, descritas por otros autores como “las viejas violencias” abarcan nudos sociales y económicos que, al no ser resueltos, se transformaron en las cruentas y extensas masacres que os llegan a través de las noticias, pero que en Colombia han cobrado la vida de más de 500 mil personas, según conteos no oficiales. Restrepo agrega 7 millones de personas víctimas de la guerrilla en materia de desplazamiento, secuestros, desapariciones y diversas atrocidades contra la dignidad humana.
“Hay que ser categóricos al definir como gestores de esta violencia no a sólo a la guerrilla o los paramilitares. El estado también aportó con formas indiscriminadas de violencia. Todos aportaron con su cuota de violencia”, asegura el académico. Aclara que aunque algunos se niegan a aceptar su parte en el conflicto, la intervención de poblados, el fortalecimiento de los terratenientes y la ampliación de las fronteras a través de despojos de territorios agrícolas de la autoridad fue algo tan institucionalizado como el reclutamiento de niños por la guerrilla.
La propiedad y el uso de la tierra también es parte de estas viejas deudas que generaron nuevos problemas, añade, ya que esa es la génesis del binomio guerra- uso de la tierra. “Desde las guerras de independencia surgieron generales y terratenientes que, desde antes de la conformación de una nación, lideraban cruentas luchas por la ampliación de sus territorios con pretextos partidistas y el involucramiento de las etnias con relaciones de trabajo asimétrico y el despojo que se veía refrendado por la corrupción en diferentes aparatos del estado”, agrega el representante del Alto Comisionado.
DEL CAMPO A LA CIUDAD Y VISCEVERSA
El tiempo aportaría las dinámicas e intereses del narcotráfico que encuentran en el empresariado, los paramilitares y miembros del parlamento un terreno fértil para extender la corrupción. Esto a su vez conlleva a una política de la impunidad que profanó la justicia a nombre de intereses particulares. “Estas violaciones generaron imaginarios que abrieron la puerta a las venganzas privadas sustituyendo la justicia legítima. Se lesionó el sentido de justicia postergando el derecho a la reparación posterior”, sentencia Restrepo.
Si bien el grueso de la violencia civil se libró en los campos y selvas de Colombia, alejada de las ciudades, el país central también se vio permeado del terror y la inseguridad en su cotidianeidad urbana. Sobre todo cuando las grandes ganancias obtenidas de la lucha por el territorio extendía los vínculos de los narcos y las autoridades corruptas que transformaron varias ciudades en corredores de salida de la droga y de entrada para las armas.
“Esa influencia permitía que el Frente Nacional alternara el poder con sus opositores en una eficiente escalada en la que el estado favorecía la violencia criminal. Porque también es violencia la persecución, la criminalización y la proliferación de las etiquetas de “amigos” y “enemigos” que se realizaba a través de los medios generando una verdadera inflación del miedo. Este miedo urbano no era cualquier miedo, era un miedo a la participación activa. Un miedo a ejercer la ciudadanía”, señala el siociólogo que recuerda el temor de los más viejos cuando sus hijos deseaban generar cambios a través de diversas militancias.
En ese sentido habla de una ampliación del terreno de las víctimas al de “territorios víctimas“. “El conflicto armado lo permeó todo. Con las alianzas de los grupos armados con los funcionarios de gobierno y el parlamento se dio una pérdida de legitimidad de las instituciones como la metáfora de la serpiente que se devora a sí misma”, cree sobre un asunto que llegaba a influir en la vida cotidiana a niveles básicos y complejos.
La insostenible situación de medio siglo decantó en una negociación de paz que hasta ahora ha sido fructífera y mantiene expectante a Restrepo, un optimista del proceso, señala. El hito de los acuerdos entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos en noviembre de 2016 en La Habana vinieron a sembrar, si no la paz definitiva, al menos emparejar un camino que ahora aparece sin curvas y recto hasta el horizonte.
EL TRIUNFO DEL SENTIDO COMÚN
Sin embargo, ¿cómo fue posible que un país sumido en medio siglo de violencia rechazara el acuerdo que le pondría fin definitivamente al conflicto armado?. Ante la pregunta “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”, el 50,2% de la población se manifestó en contra de lo que los analistas consideraron una pregunta tendenciosa.
Restrepo cree que gran parte de la responsabilidad de este fracaso de las negociaciones tiene que ver con la gran abstención de votantes del plebiscito. Un 63% de los ciudadanos, en su mayoría jóvenes que decidieron apartarse de un proceso que, para ellos, seguía siendo el viejo debate político de siempre, cree el asesor ONU. Por otro lado, la eventualidad de que guerrilleros acusados de crímenes de lesa humanidad pudieran ser escogidos para cargos públicos, según el texto del acuerdo, también influyó en parte de la derrota del “Si”.
“En esta guerra tan larga no hubo vencedores ni vencidos. Esto generaba expectativas por parte de lo que la guerrilla podría obtener a su favor y opciones como las descritas eran el equivalente a tragarse un sapo”, dice coloquialmente Restrepo sobre la letra chica del documento por la paz en ciernes. Entre otras variables, también destaca el efecto de la “postverdad” o lisa y llanamente las mentiras que acompañaron los últimos años de negociaciones de paz, agrega. El fantasma de la expropiación de terrenos a favor de las FARC, la eventual instalación de un Castro-Chavismo en caso de concretar los primeros acuerdos, las falacias sobre holgadas compensaciones monetarias a los ex guerrilleros y hasta la ideología de género fueron utilizadas como argumentos para polarizar las posturas del plebiscito, cree el autor de “Construcción de subjetividades y pedagogía en Derechos Humanos”, quien es consciente de un factor cultural e identitario también.
“Se podría decir que hubo algo de pereza de parte de los colombianos para leer las 300 páginas de los textos del acuerdo y entender a cabalidad el proyecto. Incluso, por esa razón, los asesores le recomendaron al presidente Santos no hacer el plebiscito”, recuerda Restrepo. Sí valora parte de las soluciones en marcha para el conflicto, pero se sorprende de una cosa.
“Lo más curioso es que con los principales puntos del acuerdo de paz, las FARC quedan como reformistas liberales y los detalles del acuerdo terminan abordando materias que son pertinentes hoy, pero también hace 50 años atrás: Hacer carreteras, formalizar propiedades, crear un banco de tierras y realizar catastros rurales, entre otras medidas que se suman a un programa de reparación de las víctimas y un sistema nacional de sustitución de cultivos para acabar progresivamente con el narcotráfico”, enumera.
Optimista y todo, el sociólogo lamenta hoy que, después de tantos años, tantas muertes y tanto sufrimiento por parte del pueblo colombiano, haya sido finalmente el sentido común el principal sustrato sobre el que se sembró la negociación de la paz definitiva.