Educación afectiva y sexual: asignatura pendiente en nuestras escuelas
Columna publicada en El Mostrador
El ministro de educación Marco Antonio Ávila ha señalado que, junto con mantener y profundizar la política de reactivación educativa, durante 2023 impulsará una agenda legislativa donde tendrá especial importancia el proyecto de ley marco de Educación en Afectividad y Sexualidad Integral (EASI).
No es extraño que este anuncio haya despertado los fantasmas de un conservadurismo anacrónico, que se ha empeñado durante las últimas tres décadas en excluir este ámbito de la vida en nuestras aulas. Recuerdo que en 2009 bastó un telefonazo episcopal para que el Ministerio de Educación “reubicara” a la encargada del departamento extraescolar de esa cartera, que en ese momento debía incorporar la educación afectiva y sexual en el espacio escolar. Esa práctica es la que ha imperado de múltiples formas, impidiendo que el currículo nacional pueda favorecer la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, rechazando estereotipos, y desarrollando capacidades afectivas en todos los ámbitos de la personalidad.
No es comprensible que un objetivo tan relevante se postergue nuevamente por quienes parecen cómodos y satisfechos con la “educación sexual” que entrega la calle, la letra de las canciones de moda o las redes sociales. No ofrecer educación afectiva y sexual constituye una vulneración de derechos porque impide a las personas decidir de manera consciente, sobre la base de una información veraz, sana, igualitaria y respetuosa.
Sin embargo, la educación para la vida afectiva y sexual debe ir mucho más allá de la prevención del embarazo y las ETS. Está bien saber del preservativo y la higiene sexual, pero la meta debe orientarse hacia un enfoque positivo, que aborde la vida afectiva, el placer recíproco, el respeto y prevención de los abusos. Debe ayudar a niñas, niños y adolescentes a vivir en la igualdad de género y la diversidad sexual. Es necesario comprender la construcción social del género, y sus implicancias en la socialización cotidiana. Más que el mero control del riesgo se debe apuntar a la cualificación de la experiencia humana en un aspecto central para la convivencia en sociedad.
La clave es entregar criterios de sentido, porque sabemos que la información en este campo es sobreabundante y distorsionada. Diversos estudios advierten que los niños tienen el primer contacto con el sexo explícito a partir de medios electrónicos entre los 6 y los 12 años. El consumo de pornografía o las letras de música urbana y reguetón son, en la actualidad, su principal fuente de aprendizaje. Ante esto, la educación afectivo-sexual escolar debe colaborar a enfrentar los efectos negativos y distorsionadores que se instalan en esas redes, reforzando conductas ante el riesgo sanitario y, sobre todo, rechazando la sumisión de la mujer frente al hombre y naturalización de la violencia machista.
Otro aspecto fundamental es el examen de los roles que cada joven estudiante asume en las tareas de cuidado, tanto de su espacio doméstico como de los demás. Es básico colaborar a que realmente se comprenda como un deber compartido, donde el trabajo reproductivo y la mirada de género sobre la vida en común se torne cada vez menos sexista, bajo patrones de una nueva masculinidad despojada de los estereotipos del pasado.
No es raro que algunas instituciones educativas se sientan “incómodas” al enfrentar este desafío, pero es un reto hermoso y necesario. Las comunidades educativas tienen que atreverse a avanzar en su implementación conjuntamente, aunque la sintonía no sea la misma en todas las familias. Se trata de reflexionar sobre comportamientos que debemos cuestionar en primer lugar los propios adultos educadores, partiendo por lo que se vive en las aulas y patios de nuestras escuelas.
Por eso es pertinente que este campo tenga un tratamiento transversal, que permita ampliar los espacios de libertad para desarrollar una sexualidad libre de estereotipos, donde todas las miradas de lo que es una vida buena y feliz tengan cabida. Es necesario formar con todas las opciones posibles sobre la mesa, para que cada cual adopte una perspectiva crítica ante su propia conducta y la de sus pares, superando los comportamientos sexistas y abusivos.
(*) Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano